CAPITULO 0

527 Words
"Puede que mi mente raye hoy al borde de la locura, pero no siempre fue así, alguna vez tuve una mente normal como la de la persona que lee en este momento mis letras. Alguna vez, fui una persona prometedora y llena de sueños a quien sus padres como buenos padres que son, empujaron del nido para poder extender mis alas y volar. La idea era conocer nuevos horizontes y encontrar mi nido, pero luego me di cuenta de que solo planeé hacia ti, realmente nunca volé. Y ahí, justo ahí, mis alas se entumecieron y no quisieron volver a servir". —¿Queda bien así la carta, doctora? —pregunto a Catalina, mi psicóloga desde hace un año. Su mirada me lo dice todo. Parece que hice mal el ejercicio y está buscando las palabras adecuadas para no afectarme. —Creo que tu carta está algo... teatral —me mira a los ojos, tratando de darle más profundidad a sus palabras—. Lorena, es necesario que la carta sea menos abstracta, que diga hechos, que cuente cuáles son los errores y las malas conductas que hemos detectado y debemos corregir. Para mí, esto es aburrido. La única persona que va a leer y quemar esa carta soy yo. Decir que no debo obsesionarme con un hombre, que no debo perseguirlo y que no debo atacar a las mujeres que se le acercan no suena bonito. Además, ¿quién es ella para decirme cómo debo expresar mi amor? ¡Oh! ¡Verdad! No fue ella. Fue un juez. Quizás me pasé un poco, pero ¿cómo no desvivirme por aquel que despertó en mí lo que no sabía que existía? ¿Cómo no desear solo para mí el manjar que representan sus besos y caricias? ¿Cómo no anhelar la tibieza de su piel y la fuerza de sus brazos rodeando mi cuerpo? ¿Cómo no perderme en el éxtasis que me ofrece su cuerpo? Y, sobre todo, ¿cómo negarme a mí misma lo que deseo? Ahora hablar con esta mujer me parece divertido. Al menos esa parte de la orden del juez es provechosa, pues aprendo a camuflarme. Pero tengo muy claro que, en el fondo, siempre seré la descontrolada y loca Lorena. Solo que cada vez me veré físicamente menos adolescente. —Medítalo bien esta noche y mañana lo volvemos a intentar —comenta la mujer, frustrada ante mi silencio. Me levanto de uno de los sofás de la elegante sala que tiene la mujer por consultorio privado, tercio de mi maleta estudiantil al hombro y tomo una de las chupetas que tiene en una gran bombonera. No puedo evitar sonreír al pensar en lo absurdamente cliché que es un recipiente lleno de dulces en este lugar. Detrás de esa puerta, mi madre me aguarda con una sonrisa, siempre mostrándose imperturbable, siempre impecable. Aunque es evidente para mí que la razón por la cual me acompaña en lugar del chofer es evitar convertirse en tema de conversación social. Cuantas menos personas se enteren de lo sucedido, mejor. Al fin y al cabo, un escándalo así podría perjudicar la carrera política de mi padre.
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