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Mentiras, secretos y Omegas.

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Blurb

La vida de Ansel Crowell siempre ha sido un infierno, cada vez que piensa en su infancia, ningún recuerdo bonito o agradable salta en su mente como lo haría cualquier otra persona normal.

Con un padre estricto que no lo trata nada más que un objeto con el cual ganar más poder, la desgracia, malos comentarios y el dolor es algo a lo que Ansel simplemente ya se ha acostumbrado, servir los deseos del demonio es parte de su vida.

Y la única noche que decide ignorar su orden y hacer algo por su propia cuenta en una desesperada situación para sobrevivir de una larga vida infeliz, Ansel termina en otra situación con un giro que le destruyó y a la vez despertó en él una nueva esperanza para vivir y luchar.

Ahora, tiene un pequeño bebé de solo cuatro meses de vida que depende completamente de él, y Ansel está dispuesto no solo a enfrentar a su padre por su cachorro e internarse en el mundo de víboras que le rodeaba utilizando los dotes de actuación que se vio obligado a aprender para sobrevivir, sino que también quiere salir de las garras del demonio, de esa jaula de oro que creó a su alrededor.

Aunque claro, el pensamiento es mucho más fácil que el hacerlo, y que el otro padre de su cachorro aparezca en escena no estaba ayudando para nada a Ansel.

Con León pidiendo que confiara en él una vez más, su padre intentando utilizarlo nuevamente y un alfa interesado en casarse, Ansel tiene que hacer malabares para poder seguir con su plan, pero...

Desde la primera noche que pasó con León, que ha tenido una debilidad ante el alfa, y sus dulces palabras están haciendo algo realmente en él.

¿Qué debería de hacer entonces? ¿Confesar su secreto a León y pedirle ayuda para escapar del demonio? ¿O simplemente seguir con su plan y desaparecer del mundo junto a su hijo?

¿Los secretos, mentiras y malos entendidos terminarían por destruir su única posibilidad de ser libre y feliz? ¿O León logrará convencerlo antes de que pase?

• Está directamente relacionada con la historia Luces, cámaras ¡Y alfas gruñones!

• Si tuviera un orden para leer, este seria el quinto.

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Capítulo 1
Concentrado en reflejar la exquisita forma delicada y elegante que estaba en su mente al trozo de arcilla que tenía entre sus manos desnudas, Ansel Crowell no permitió que nada lo distrajera, totalmente centrado en lo que estaba haciendo, por lo que cuando sintió una repentina mano sobre uno de sus hombros sacudiéndolo, no pudo ocultar el pequeño grito para nada varonil y muy asustado que escapó de su boca en reacción, ni el notorio salto de su cuerpo. —Lo siento, lo siento, no era mi intención asustarte —expresó la joven empleada que le observaba apenada con aquellos grandes ojos cafés. —Está bien, descuida —expresó tomando profundas respiraciones para calmar su acelerado corazón—. Supongo que es mi culpa, siempre me desconecto de lo demás cuando comienzo a trabajar —calmó con una suave sonrisa de labios cálida y sincera. —Lo siento —insistió la beta, observando fijamente cierto lugar. Siguiendo la mirada de Sofía, el omega contuvo el suspiro decepcionado que deseaba escapar por sus labios al contemplar que su creación se había arruinado completamente ante su pequeño susto. —Está bien, de todas formas tenía la intención de comenzar de nuevo, mis manos no podían reflejar la forma que está grabada en mi cabeza —explicó quitándole importancia y apagando el torno para que el platillo dejara de girar modelando su arruinada obra. Levantándose, Ansel fue hacia el lavamanos de su pequeño taller ubicado en el anexo de la gran mansión de su padre y se lavó sus manos. Instintivamente, el omega alzó la mirada y contempló a través de la ventana abierta el jardín trasero, que a pesar de ser otro reflejo de la personalidad ostentosa de su padre, al menos tenía que admitir que era hermoso con todos los arreglos florales y el césped bien cuidado del lugar, excepto por los guardias que hacían sus rondas como siempre alrededor de la gran propiedad, vigilando. Ansel no era tonto, su padre había dicho que era para vigilar su propiedad ante unos robos en la zona, pero el omega sabía mejor que nadie que estaban ahí para él, para vigilar y procurar que se quedara dentro de la propiedad cercada para evitar que vecinos o cualquier extraño pudiera observar el interior. —Entonces, ¿por qué me llamabas? —preguntó, cortando el agua y tomando un trapo limpio a pesar de las manchas en este para secar sus manos. —Es tu padre —anunció, observándole rápidamente—. Te está buscando —informó. —¿Mi padre? —repitió con sorpresa, ya que a pesar de que vivían juntos en el mismo lugar, hacía meses que no recibía noticias suyas. Tener una gran mansión con exagerado espacio innecesario tenía sus ventajas, ya que mientras su padre vivía en el lado izquierdo, él había sido enviado al derecho para que no le molestara. Lo cual estaba perfectamente bien con Ansel, puesto que tampoco tenía deseo alguno de encontrarse con su padre en el pasillo, comedor o cualquier otro lugar de recreación común. —Sí —asintió repetidas veces—. Tienes que ir, ahora de ser posible —expresó con cierto tinte preocupado en su tono. Observando a su joven amiga, todo el cuerpo de Ansel se tensó en cosa de segundos. —¿Dónde está? —cuestionó, con un tono feroz que realmente no iba dirigido hacia la joven beta. —En tu habitación —anunció bajando la mirada. Soltando una maldición por lo bajo, Ansel ni siquiera se tomó el tiempo para volver a tranquilizar a quien probablemente era su única amiga y aliada dentro de la mansión y rápidamente salió de su pequeño taller, cruzando el pasillo con paredes de puro vidrio que lo unía a la mansión y luego corrió subiendo las escaleras hasta llegar a su habitación. Deteniéndose frente a su puerta, el omega tomó una profunda respiración y por costumbre e instinto, pasó sus manos por su cabello rubio arena, intentando ordenarlo y acomodarlo a pesar de la falta de un espejo. Sabiendo que no podía hacer esperar más a un alfa como su padre, Ansel abrió la puerta e inmediatamente controló la reacción de su cuerpo al contemplar al mismo demonio en persona. Con su impecable cabello blanco peinado hacia atrás y su infaltable traje de marca hecho completamente a la medida para marcar ese firme cuerpo robusto que ni siquiera marcaba los años que poseía, Antoni Crowell, se encontraba parado directamente frente a la cuna de su pequeño Ian, quien totalmente ajeno del mal que le observaba, dormía plácidamente en su cuna. —Padre —pronunció con un perfecto tono suave, lo suficientemente alto para que el alfa pudiera escucharle, pero a la vez bajo para que no pareciera que le alzaba la voz. Cuando aquellos malvados ojos dorados llenos de frialdad observaron en su dirección, la cabeza de Ansel giró y bajó su mirada para no encontrarse con esos orbes, sabiendo lo importante que era para Antoni el que un omega enfrentara su mirada sin permiso. Y mierda, por más que odiara que todo el tiempo que disfrutó sin tener que estar al lado de su padre, su cuerpo aun así parecía recordar la perfección cada lección de este, y en cierta forma estaba agradecido de que estos estuvieran grabados en su mente o ya se habría metido en problemas. Pero, tan pronto como el característico chasquido de lengua reprobatorio llenó su habitación, el omega supo que en algo había fallado ante los ojos de Antoni. —¿Qué es esa apariencia que te atreves a mostrar ante mí, Ansel? —cuestionó su padre con tono duro. Instintivamente, el omega observó su ropa y sus labios se contrajeron al contemplar que tantos los pantalones como la camiseta que se encontraba utilizando en ese momento, se encontraban con manchas de la arcilla en la cual sus manos habían estado trabajando hasta hacia poco. Tampoco ayudaba el hecho de que la ropa que había dejado destinada para utilizar en su taller, fuera blanca y tuviera las manchas de otros trabajos que no lograron salir completamente a pesar de ya haber tenido su lavado. —No mantengo un closet lleno de ropa de diseñador para que te presentes ante mí con esos trapos —reprochó, con sus labios torciéndose en una profunda mueca—. Mírame a los ojos cuando te hablo, Ansel —ordenó. —Lo siento, padre —repitió alzando la cabeza para enfrentar la mirada del hombre mayor—. No sabía que me buscaría hoy o que tendría una visita de usted —se excusó. —No hay excusas. —indicó con frialdad—. Un omega siempre tiene que estar preparado, lo sabes, te lo dije —espetó y alzó ligeramente su mentón, observándole de forma pensativa—. ¿Será que todo este tiempo que no mantuve mis ojos sobre ti te has arruinado? —reflexionó. Ansel tuvo que contener la contracción de sus labios para no mostrar ninguna emoción de disgusto siendo reflejada en su rostro, estaría muerto si su padre lo apreciaba. —¿Debería de volver a entrenarte? —anunció y la maldad brilló en aquellos ojos dorados, ansiosos por lastimarle con la excusa de enseñarle. —Por favor, padre, no es necesario —respondió y se arrepintió de haber abierto su boca tan pronto como contempló el disgusto siendo reflejado en sus ojos. Su cuerpo tembló en respuesta, por lo que Ansel permitió que sus instintos de supervivencia entraran en acción por más que lo odiara. —Lo siento, no debí de haber hablado sin su permiso —expresó sumisamente, cayendo en el frío suelo sobre sus rodillas, para luego mantener su mirada baja fija en los impecables zapatos de su padre. No era realmente una posición que le agradara mucho, pero era necesario en ese momento. —No, no debiste de haber hablado, y en este momento tampoco deberías de haberlo hecho —espetó, aunque ahora había cierto borde de satisfacción en su tono al contemplarle siendo tan pequeñito, sumiso y vulnerable, exactamente de la forma que le encantaba observar Antoni a cada omega. Sin caer en la trampa para disculparse nuevamente solo para elevar el pequeño y patético ego de su padre, el omega mantuvo el silencio y se inclinó hacia adelante para apoyar su frente directamente en el suelo. Y a pesar de que no lo estaba observando directamente, Ansel sintió la malvada emoción emanar de su padre tras verlo de aquella forma. —Está bien, déjalo —ordenó agitando su mano como si no fuera la gran cosa luego de que él mismo lo había llevado así de lejos—. Levántate antes de que tus rodillas se lastimen —indicó. Agradeciendo por lo bajo, Ansel se levantó lentamente, no porque su cuerpo estuviera quejándose ante aquellos movimientos, más bien porque sabía cuánto le gustaba al monstruo verle de esa forma. Observando como su padre nuevamente giraba y observaba a su cachorro de tan solo cuatro meses dormir plácidamente en su cuna, Ansel decidió hablar y distraerle otra vez. —¿Para qué me buscaba, padre? ¿Hay algo en que pueda servirle? —preguntó sumisamente, logrando que esos malvados ojos nuevamente recayeran en él. —De hecho, sí —respondió Antoni, y se alejó caminando en la dirección contraria, dirigiéndose a una de las ventanas—. Ya ha pasado más de un año desde que te encerraste en este lugar para tener de tu pequeño bastardo, y por lo que me dijo el médico, ya has recuperado el peso que tenías inicialmente antes de arruinarlo —contó, emocionándose un poco a medida que hablaba. Sin atreverse a observarle directamente, los labios del rubio omega se torcieron al saber perfectamente a donde iba esa desagradable conversación. —Es hora de volver, Ansel —anunció su padre, girando para observarle directamente. Y el omega no tenía que ser un genio como para preguntar exactamente a qué se refería con volver. Antoni deseaba que volviera a aquel nido de venenosas víboras pretenciosas y egoístas, muy parecidas a su padre. —¿Tan pronto? —soltó antes de que pudiera contenerlo. Una mirada de disgusto pasó por el rostro del alfa y Ansel inmediatamente la desvió observando hacia sus pies. —Lo siento —pronunció—. Sé que he logrado recuperarme y tener la misma figura que tenía antes de dar a luz a Ian, pero... No estoy tan seguro de que sea buena idea volver, padre, la piel en mi estómago sigue teniendo marcas que demuestran lo que estuvo ahí y mi hijo solo tiene cuatro meses, todavía es muy pequeño para que se aleje de su padre —expresó. Un silencio reinó en la habitación luego de ello, y aunque Ansel quería creer que era debido a que su padre estaba considerando sus palabras, lo sabía mejor que nadie. En realidad, se encontraba molesto porque le hubiera llevado la contraria. Manteniendo sus ojos color caramelo fijamente en el suelo, el omega escuchó con un creciente temor el sonido que emitían los zapatos de su padre al moverse por las frías baldosas que cubrían el piso de su habitación. Su cuerpo se tensó en respuesta, a pesar de que ya no sentía el mismo temor que le tenía antes de que naciera su hijo, la verdad es que luego de tantos años su cuerpo simplemente reaccionaba sin siquiera pensarlo de esa forma ante su padre. Lo cual era bueno, porque ante los ojos de Antoni, tenía que seguir siendo el patético omega sumiso, complaciente, atemorizado y roto para que todo siguiera su curso. Cuando este finalmente se detuvo frente a él, Ansel mantuvo sus ojos bajos y una expresión aparentemente tranquila, hasta que el demonio comenzó a utilizar su almizclado aroma de cítricos lleno de unas feromonas amenazantes que actuaron directamente sobre el omega. Emitiendo un quejido asustado, Ansel tembló suavemente y sus brazos rodearon su cuerpo en busca de consuelo. —Creo que no has entendido correctamente —pronunció Antoni, con un tono glacial—. Dije que ya estabas listo, que saldríamos esta noche, en ningún momento he pedido tu opinión al respecto —indicó. —Lo siento —jadeó, enterrando sus dedos en su piel. —No lo entiendo —expresó su padre, incrementando su aroma—. Deberías de estar agradecido conmigo —anunció observando sin sentimiento alguno como el cuerpo de su propio hijo temblaba en lo que sus rodillas cedían y caía al piso sin gracia alguna—. No sólo te he cuidado todos estos años, dándote lo mejor de todo, desde la educación, comida y ropa, sino que también perdoné ese fatal error que tuviste hace un año, creando tal ser inservible —declaró, y su mirada recayó esta vez en el cachorro de Ansel. Jadeando por respirar, el omega sintió verdadero temor y horror al contemplar a su padre alejarse para ir al lado de su inocente cachorro. —Te di la oportunidad de tenerlo como tanto querías, te proporcioné de todo para que estuvieran ambos en buen estado y el mocoso naciera en perfectas condiciones —expresó, deteniéndose al lado de la cuna—. Incluso fui benevolente y te di tiempo para que pudieras cuidar del bastardo, y aun así ¿estás cuestionando mi palabra? —espetó y esa fría mirada molesta volvió hacia Ansel—. Si esta cosa será un problema para tus obligaciones, será mejor que me lo digas inmediatamente para comenzar a buscar un lugar para él —declaró. El horror recorrió el cuerpo de Ansel ante la promesa de su padre, sabiendo perfectamente de lo que este era capaz para lograr sus objetivos, sus metas. Dentro de su cuna, como si percibiera el malestar de su padre, el pequeño cachorro se agitó y sollozo, alterando más al omega. —Lo siento, padre, me he equivocado —expresó volviendo a inclinar su cuerpo hasta pegar su frente en el frío suelo—. No debí de haber cuestionado tú decisión, tu mejor que nadie debe de saber cuándo estoy listo o no —anunció con bajo tono suave lleno de arrepentimiento—. Me disculpo profundamente, alfa —añadió cuando el demonio se mantuvo observándolo en silencio. —Bien —anunció finalmente—. Levántate, no quiero marcas en tu cuerpo o rostro —ordenó, finalmente retrocediendo sus feromonas. Pero ya era demasiado tarde para ello, la habitación que antes había estado solamente lleno del dulce aroma de lavandas con un suave toque a manzanas que poseía el omega para la felicidad y confort del cachorro, en ese momento fue arruinado con la desagradable esencia almizclada de Antoni, quien por supuesto, dejó su amenaza en cada rincón del lugar, recordándole que él era quien mandaba ahí. Cuando Ansel finalmente estuvo en pie, tuvo que luchar con todas sus fuerzas por el deseo y ese instinto maternal en él que le pedía, rogaba y exigía, que fuera a ver a su hijo y calmara su llanto y malestar. —La fiesta comenzará en un par de horas, el mayordomo te traerá el traje que he elegido para ti —informó—. Combínalo con el último juego de joyas que recibiste de regalo y péinate adecuadamente —ordenó, lanzándole una mirada desagradable al bebé que sollozaba sin control en su cuna. —Como usted diga, padre —respondió. Y a pesar de que Ansel sabía que volvería a molestar a su padre, aun así alzó ligeramente la mirada. —¿Puedo saber a qué hora estaremos volviendo? —preguntó, lanzándole una pequeña mirada de reojo a su hijo sollozante. En respuesta, su padre dejo ir un lento suspiro lleno de molestia, y luego se alejó de su bebé como tanto había deseado Ansel. Para cuando tuvo el demonio frente a él, el omega sabía que ya había molestado suficiente a su padre, pero aun así, prefería que todo su odio recayera en él antes de que su atención estuviera sobre su hijo, atormentándolo. —Creo que este año fuera de mis ojos te ha echado a perder —declaró y entonces alzó su mano para tomar con brusquedad su rostro—. Y no te equivoques, pequeño gusano. Tal vez no te puede golpear en este momento desde que tenemos que ir a la fiesta, pero tan pronto como volvamos, recibirás el castigo por haberme enfrentado y cuestionado —prometió—. El omega perfecto que he educado no se comporta de esta forma —expresó corriendo su rostro—. Una hora —anunció y tomó un pañuelo de su bolsillo para limpiar su mano. Sin más palabras, Antoni finalmente se alejó y salió de la habitación. Tan pronto como se vio solo, Ansel corrió hacia la cuna de su bebé y lo tomó entre sus brazos. —Ya, ya, mi pequeño tesoro, papi está aquí —expresó, besando su dulce rostro bañado en lágrimas en lo que le cubría con su aroma, logrando aplacar de a poco sus sollozos. Cuando Sofía entró en su habitación, inmediatamente le observó con miedo. —Abre las ventanas, por favor —pidió, agitando suavemente sus brazos. Sin preguntar nada, la beta inmediatamente siguió su pedido, logrando con ello que el horrible aroma de su padre abandonara la habitación, calmando más a su cachorro. —¿Está bien? —preguntó Sofía. —No lo lastimó, solo está asustado por su culpa y porque sintió mi propia preocupación —explicó, observando como su hijo volvía a cerrar sus hermosos ojitos azul grisáceo con un persistente puchero en sus pequeños labios—. Tendrás que quedarte esta noche con él, saldré y no sé a qué hora volveré —pidió. Y su joven amiga le observó con pesar, sin decirle que su hijo aún era pequeño para que le dejara solo especialmente por la noche, ambos lo sabían, así como también que no había nada que pudieran hacer al respecto. Antoni Crowell ya había hablado.

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