Ironía

1705 Words
Ironía: «Dibujar árboles en un papel» Ciertamente cuando tienes dinero eso no significa que la vida no te golpea o que todo es perfecto, pero siendo honesta, prefiero llorar en mi casa con una botella de champean en la mano sin preocuparme por deudas que pagar. Admito que cuando hacía estos trabajos en los lugares que mi padre había adquirido todo era más calmado. Las mesas rara vez llegaban juntas, lo poco usual eran una o dos al mismo tiempo, tenías un tiempo en el servicio, entrantes, degustaciones, plato principal y así, pero aquí, en El Atrevido, todo esto es un caos sobrenatural. Un espectáculo para 110 personas, una reserva total de 21 mesas entre ellas, mesas desde 15 hasta 2 personas conformando la reserva y todas decidieron llegar prácticamente a la misma hora. Es un infierno … – ¿Siempre es así? – Observo a Camila a mi lado que se apresura a desbrazar los platos que trae. La chica levanta la cabeza dándome una sonrisa que no es nada tranquilizadora –. Los espectáculos siempre comienzan a una hora exacta, así que las reservas se citan para las 9:00 pm siempre – explica observando mi respiración agitada y mi cansancio notable –. Así que sí, siempre es así. – Diantres – consigo decir con el escaso aliento que me queda y que planean sacarme los comensales. – ¿Como vas? – Señala mi cintura dejando en claro a lo que se refiere. El escandaloso desgarre de las medias que me han dejado mal parada mi primera noche de trabajo, a Ange va a encantarle todo esto. – Mientras el nudo no se suelte, creo que estoy bien –. Por instinto reviso y lo ajusto. – Ya falta menos –. Esas tres simples palabras son pura magia y aunque el sonido es demasiado elevado y ya me está provocando jaqueca, la gente está entretenida, lo cual me permite tomar un leve momento en donde no tengo que subir toda una escalera para buscar comida. Odio esa jodida escalera, y apenas es la primera noche. ¡Dios, estoy muy grande y fuera de forma para estos trotes! – Novata – llaman desde mi espalda y el sobrenombre no solo no me gusta, sino que con el tono de burla que es dicho solo aumenta mi miseria. – Tengo nombre –. Me volteo viéndolo nuevamente, su postura en la escalera parece relajada cuando me volteo lo suficiente como para observarlo. Apoyado contra la pared, las manos dentro de los bolsillos del pantalón, la postura despreocupada, la capucha aún cubriéndole el rostro, ¿A cazo no tiene trabajo que hacer? Ciertamente me produce una sensación de fastidio que no contengo, al menos hasta que avanza apoyándose en el barandal, mismo que le permite quedar demasiado cerca de mí, en serio, demasiado cerca. Tienen que explicarle eso del respeto al espacio personal. – Por lo visto no te gusta el apodo –. La malicia le resalta –. Pero no va a cambiar si la mesa 41 continúa llamándote sin que lo notes, como una NOVATA – resalta eso último mientras muy a mi pesar corroboro que es cierto tocándome tragarme las ganas de decirle unas cosas. Se separa llevándose la sonrisa burlona consigo y también el comentario señalativo, y por mucho que me moleste admitirlo, es cierto, así que manejo mi orgullo nuevamente herido y me limito a ir a la mesa. – ¡Idiota! – murmuro fingiendo la sonrisa más falsa que puedo dar mientras avanzo a la mesa y el hombre me mira con mala cara por la demora. No creo tener muchas propinas hoy, definitivamente. Tan solo me limito a seguir con mi trabajo mientras ruego por poder pasar entre las filas de mesas haciendo malabares con los tragos y los platos rogándole al cielo para no dejar caer nada. La banda ya va anunciando su última canción y ciertamente no veo la hora de que terminen y poder salir de este lugar, pero una sola cosa me intriga. De todos los que han entrado, de todos los que están aquí y ya he visto que son trabajadores, ninguno parece tener tatuado en su brazo las cocteleras. Admito que ese pequeño tatuaje se ha vuelto el símbolo de mi búsqueda y el culpable de alguno de mis descuidos en la noche, simplemente no puedo sacármelo de la mente. Quiero saber quién es él, y solo por ello vuelvo a repasar el salón mientras algunos de los trabajadores del baile se mueven por el local buscando lo necesario para armar sus barras según sus puestos. – Espero que venga – susurro ya acostumbrada a hablarme a mí misma cuando dos chicos altos pasar por mi lado. Según tengo entendido el más alto de ellos es el bartender de la tercera planta, y el que está a su lado el encargado de distribuidora. Me sonríen levemente mientras pasan por mi lado con rumbo arriba, y no puedo evitar que la mirada se me cruce con la del idiota. – AAaa – mascullo ignorándole la mira, ¿qué no tiene otra cosa que hacer que estar en medio de la escalera mirando todo? Por alguna razón su presencia al igual que su mirada constante y burlona me genera una incomodidad palpable. Quizás es el rastro de descaro en su sonrisa, o el reto que se le distingue en la mirada. No lo sé, pero al no ser por el hecho de que mi trasero necesita de su sudadera, ya lo estaría mandando a la mierda, a él y a su dedo metiche que no hace más que señalar los clientes que me llaman y no veo o los platos vacíos que no detecto sobre la mesa. ¿Quién carajos se cree que es? Simplemente lo ignoro, o más bien intento hacerlo, porque su cara divertida no me lo está facilitando. – ¿Todo bien? – Camila me observa fijamente y al tiempo desplaza la vista hacia donde yo miraba, notando obviamente quién es el causante –. No te agrada –. Su deducción aceptada creo que viene de mi cara de fastidio. – ¿No tiene otro lugar a dónde ir? – Dibujo tanto como puedo mi enojo, al menos lo intento. Espero que me de el crédito por ello. Camila vuelve a verlo y luego a mí –. No donde quiera estar por lo visto –. El comentario me deja sumida en una para nada graciosa curiosidad ya que él nos mira con atención, y algo me dice que disfruta ser el motivo de la charla mientras recogemos la mesa –. Él es así, lo quieres o lo odias, no hay puntos medios – señala y creo que en el fondo pretende decirme algo. Camila es de esa clase de personas que sabe ser sociable, se les da por naturalidad a pesar de que su carácter fuerte también se marca, creo que eso me genera confiabilidad. – Me inclino más por al segunda en este instante – procuro murmurar por lo bajo, pero su sonrisa aclara que me ha escuchado así que le acompaño, lo admito, él me está desesperando. – Es mejor para ti –. Con eso último toma la bandeja alejándose, y no niego que la sensación de advertencia que deja me llega. Sea lo que sea, me obligo a no seguirle el juego, simplemente levanto los platos y los cubiertos llevándolos a la mesa de apoyo en donde desbrazo todo mientras las personas piden sus cuentas, lo que para mi felicidad indica que dentro de nada podré irme a casa. – Solo falta la 14 –. Camila me señala la mesa así que paso por ella levantando la cuenta en donde los clientes me advierten que deje el resto. En mi opinión, una miseria de propina, pero supongo que para un trabajador normal 600 pesos de propina en una sola mesa no es poco. – Gracias –. La amable mujer y su amiga se levantan y con ello queda cobrado todo. – Si quieres puedes marcharte –. Le paso el dinero a la otra chica que se apresura a cerrar la cuenta. Camila deshace el delantal de su cintura entrando a la barra, sin preocupación alguna levanta la blusa mostrando lo que lleva abajo, una totalmente diferente con un escote despampanante. – ¿Tú te quedas? – indago totalmente asombrada, porque yo solo deseo una cosa, mi cama y una buena ducha. – La noche sigue Ros –. Me sonríe mientras acomoda sus tetas ya notorias para que le sean aun más, es mucha, mucha teta fuera de esa blusa tengo que admitir, pero me guardo la opinión y no digo nada, dado que su cuidado al hacerlo significa que ese precisamente es el punto. A mi alrededor la música se eleva y las luces cambian a un ambiente diferente, las puertas se abren y la larga fila de personas que esperaban afuera para el baile comienzan a entrar. Entonces el idiota también lo hace, introduciéndose a la barra, en donde sus dedos se deslizan por el cierre de la chaqueta desabotonándola, sacando la capucha mientras su pecho queda expuesto, y al deslizarse por completo, algo más queda a la vista, y por todos los cielos, esta no me la esperaba. Los tatuajes, los condenados tatuajes… – No puede ser – susurro sintiéndome la persona más estúpida justo ahora, claro que era él, no podía ser nadie más, y no lo vi. – Mi sudadera, novata –. Me observa dejando la prenda a un lado de la silla de Camila, que por lo visto es la cajera a estas horas –. No olvides traerla mañana – advierte con la mayor tranquilidad mientras sale de la barra tomando rumbo a las escaleras, en donde las fotos fueron tomadas, justo abajo. Todo este tiempo, era él, el chico de la coctelera. Lo observo desaparecer de apoco, mis dedos viajan hacia la sudadera que aún permanece en mi cintura, y un pensamiento me cruza por la mente, es su sudadera, por lo que tiene su olor. Diantres, ¿por qué ese detalle me está provocando un latido entre las piernas?
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