“Nunca sabes de qué suerte peor te ha salvado tu mala suerte.”
Cormac McCarthy
Anna sube al bus, solo espera no toparse con Otto, realmente no estaba de ánimos como para escuchar a nadie hablando sandeces cerca de ella. Se sentó al lado de una señora algo mayor, que parecía ajena a su entorno, como si nada a su alrededor existiese.
Muchas veces, Anna deseo estar así, con su cuerpo en el presente y su mente ajena a la realidad. Pero eso era casi imposible, siempre la sobornaba alguna de sus preocupaciones y terminaba cediendo, volviendo a la realidad.
Repasa mentalmente su día; la clase con Felipe había sido productiva. El adolescente tenía buen oído musical y eso siempre es un agregado en su profesión. ¿Mas por qué se sentía así, melancólica y a la vez irritada?
Mira hacia la ventanilla, una pareja se besaba, rubia la chica y él un poco más oscuro. El gatillo mental se dispara en su cabeza. Aún le afectaba haber visto a Arthur con aquella mujer. Sentía celos, celos de una mujer que no conocía y de un hombre que no le pertenecía.
Llegó a su parada, bajó y caminó hasta la pensión. Se metió en la ducha, luego se puso un camisón y fue a pagarle a Doña Cira. No podía arriesgarse a perder su habitación y quedarse en la calle.
—Doña Cira —tocó la puerta de la habitación de la mujer, quien salió rápidamente a atenderla.
—Sí, Anna dime.
—Acá le traje el p**o.
La mujer toma los billetes y cuenta un par de veces.
—Muy bien pero te dije que voy a aumentar el precio, el dinero se me va en arreglos para la pensión y medicinas.
—Sí, pero es a partir del próximo mes, imagino.
—No, que va. Eso es para ahora. Te faltarían 50€.
—Prácticamente está aumentando el doble. Creo que es exagerado.
—Si te parece exagerado, busca otra pensión donde puedas pagar menos. Yo hasta tengo uno interesado en ti cuarto. Así que tú decides.
Anna se regresa a su habitación, a pesar de que aún tenía para pagar lo que faltaba, le parecía abusivo de su parte, aquella era una casa vieja y tenía filtraciones por todos lados. Solo que pagaba poco, pero aumentar la renta por algo que no costaba eso, era exagerado y hasta un robo.
Se acostó con mucho más rabia de la que ya tenía. Sacó el dinero de la gaveta y lo contó. Aquello le serviría para estar tranquila el resto del mes. Si le pagaba los otro 50€ no sólo quedaría con menos si no que habría gastado la mitad de lo que se ganó y apenas había dado la primera clase.
Comenzaba a sentirse angustiada con todo aquello. Guardó el dinero y tomó de la mesa de noche su libro. Lo abrió y siguió leyendo. Cada capítulo que leía, venía a su mente la imagen de Arthur Venzon, como si su ser solo desease descubrir lo que aquel hombre guardaba dentro de sí.
Se quedó dormida. Despertó mucho antes de la hora, le crujía el estómago. No había cenado. Se levantó, abrió el guardarropas, sacó la bolsa de galletas que había comprado el día anterior. Se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama. Repentinamente escuchó ruidos en la puerta principal, como si alguien intentara abrir a la fuerza. Se paró y aseguró la puerta, su corazón latía acelerado.
Si se trataba de algún ladrón, la primera habitación era la de ella, posiblemente intentarían abrir donde ella estaba. Se recostó de la pared, las piernas le temblaban. En aquella residencia casi todas las cinco habitaciones estaban ocupada por mujeres. Por lo que serían un blanco fácil para cualquier delincuente.
El forcejeo en la puerta persistía. De pronto oyó la voz de una mujer gritando afuera.
—Doña Cira, por favor. Abra.
Anna se asomó por la ventana de su cuarto, vio que se trataba de Fedora, otra de las inquilinas de la pensión. Tomó sus llaves, abrió la puerta. Fedora entró hecha nervios.
—¿Qué le ocurre?
—Gracias por abrir muchacha. Soy enfermera y tuve guardia hasta tarde. Tomé un taxi pero el hombre que lo conducía se puso algo abusivo. Tuve que bajarme corriendo y dejé mi cartera en el auto.
—Vaya susto que me dio. Por poco me da un infarto.
—Disculpa Anna, ¿es así que te llamas?
—Sí, Anna.
—Gracias de verdad, pensé que el taxista se devolvería y aún estaría afuera.
—No fue nada. No se preocupe.
Fedora fue hasta su habitación. Anna regresó a su cuarto, luego de cerrar la puerta principal con llave. No pudo retomar el sueño. Cada vez que intentaba quedarse dormida oía ruidos afuera. Necesitaba descansar. Por suerte solo tenía que ir a la cafetería hasta las 3:00 de la tarde y regresar a la pensión.
No había terminado de cerrar los ojos cuando la alarma sonó. Se despertó agotada, se dio una ducha para poder espantar el sueño que cargaba. Salió a tomar el bus. Puntualmente pasó. Subió, buscó el puesto al final y se recostó de la ventanilla. El sueño la venció. Una mano en su hombro meciéndole la hizo reaccionar.
—¿Qué, qué pasó? —pregunta exaltada.
—Creo que se quedó dormida. Esta es nuestra última parada.
Anna bajó corriendo del bus y echo a andar de regreso hacia la cafetería. Caminaba apresuradamente sin mirar a ningún lado. A pesar del frío, estaba sudando. Por fin vió la cafetería a unos pocos metros, acelera el paso, mira su reloj, diez minutos de retraso. Michelle debía estar más que enojada, iracunda.
Llegó a la cafetería, estaba abierta. Entró. Detrás del mostrador estaba una chica atendiendo. ¿Cómo podría saber que ella llegaría tarde? ¿Quién era aquella morena que ocupa su lugar?
Sin preguntar, entró a la cocina.
—Buenos días Michelle, disculpa la tardanza.
Michelle la miró de pie a cabeza. Le hizo señas para que se sentara. Anna se sentó. La mujer sacó de su bolsillo unos billetes y los contó un par de veces.
—Este es tu p**o del mes. —extendió la mano y se los entregó. Anna los recibió aún sin entender lo que estaba pasando.
Se levantó, guardó el dinero en su bolso.
—Voy a cambiarme entonces.
—No —Anna se detuvo— Estás despedida.
—¿Cómo? Pero ¿por qué?
—Todavía lo preguntas. No estás comprometida con tu trabajo. Yo necesito a alguien que cuando necesite su apoyo, no diga que no.
Anna sintió que el mundo comenzaba a darle vueltas, Michelle la vió palidecer. La ayudó a sentarse y le dio un vaso con agua.
—¿Qué tienes? ¿No me digas que estás…?
—No, señora. No estoy embarazada. Tal vez fue la tensión. No sé preocupe —como pudo se puso de pie, caminó y salió de la cocina, miró a su sustituta, sonrió con pesar y salió del restaurante.
Aún se sentía mareada. Cruzó y se sentó en la banqueta de la plaza, no pudo aguantar más y se quebró. Mientras Anna pensaba que iba a hacer con su vida. El lujoso auto se detuvo. Arthur Venzon entró a la cafetería.
—Buen día, un expresso por favor. —la inexperta joven tardó unos minutos para servir el vaso que terminó derramando sobre su propio delantal.
—Disculpe señor. Soy nueva, aún no sé usar muy bien la máquina.
—¿Y la otra chica?
—Fue despedida. Está sentada allá en la plaza, pobre —señaló con su mano en dirección a donde estaba Anna.
—No te preocupes, déjalo así. —sacó de su bolsillo el dinero para pagar el café y salió del local.
Cruzó la calle. Anna estaba cabizbaja, echa un mar de lágrimas. Él se acercó lentamente para no asustarla.
—¿Estás bien? —dijo colocando su mano sobre el hombro de la chica.
Ella levantó el rostro al reconocer la voz de Arthur. Se secó los ojos y lo miró fijamente. Él le tendió la mano, Anna se levantó y sin pensarlo, se lanzó entre los brazos de él.
—No tienes por qué estar así —trató de consolarla pero sus palabras provocaron más angustia en ella. Lloró desconsoladamente— Por favor, ya no llores —le imploró.
Ella levanta su rostro, enjuga sus lágrimas, se limpia el rostro y lo mira fijamente. Era fácil perderse en el azul de su mirada. Anna lo sentía así.