Capítulo 8: El protector

861 Words
Ethan –Dime que lo que está en esa revista no es verdad.  Oí decir a Helena a través del auricular. Revisé la hora en el reloj del velador y eran las ocho de la mañana, se atrevía a molestarme con aquella llamada uno de los pocos días en el que se me permitía dormir hasta tarde. –¿Helena? ¿De qué hablas? –¡Está en las revistas impresas y digitales! Te enviaré el contenido por mensaje. Y lo hizo. Cuando abrí aquel enlace a la página web oficial de la revista Coppola, pude ver en primera plana una foto en la que aparecía defendiendo a Marcela el día de la aparición de Orlando Torcchio en el estacionamiento.  El título grande era "El protector y la demente" –¿Ethan? ¿Estás saliendo con Marcela Praga? ¿Por eso me pediste que la tratara? –su cuestión me sacó de cuadro, todavía no terminaba de asumir que todo aquello estuviese pasando– –No. –respondí parco luego de unos minutos– Sentí un respiro de su parte tras la línea, ignoré aquel gesto y me puse de pie rumbo al baño. Otra llamada ingresó y el pitido me hizo saber que tenía que ponerle fin a las tontas preguntas de Helena. Miré la pantalla y me sorprendió ver el nombre de Alexander Bellini en la pantalla. –Tienes que decirle a esa familia que quiten tu cara de… –Helena, lo lamento, estoy recibiendo una llamada importante. Te llamo luego. Y corte sin prestar atención a sus quejas para responder a la conexión más importante. Lo hice y de inmediato la voz del Bellini entró a mis oídos. –Buenos días señor Maroni, siento molestarlo el sábado por un tema que no tiene que ver con su trabajo, pero supongo que ya debe estar enterado sobre la aparición de sus fotos en la revista Coppola.  –Buenos días señor Bellini, acabo de enterarme. No entiendo como Orlando Torcchio pudo hacer algo así, se supone que la señorita Marcela rompió la cámara. –¿Tienes tiempo? –Me preguntó– Me gustaría verte en mi oficina, solo si estás disponible claro. Me resultó difícil de digerir, por lo poco que sabía según la información pública, el señor Bellini era uno de los más grandes accionistas de la cadena de hoteles Praga, hospedajes de lujo a los que solo podían acceder las familias pudientes de Roma, no yo.  Además, él nunca estaba muy cómodo con mi presencia. –Por favor, –volvió a pedir ante mi silencio– sé que no eres una persona pública y es posible que tu imagen esté siendo afectada por esto. Estoy tratando de solucionarlo y necesito tanto de tu colaboración como la de Marcela.    Lo pensé detenidamente durante cinco minutos. Los Bellini y los Praga no parecían ser gente indecente pese al escándalo en el que se vieron envueltos años anteriores. Suspiré, pensando que al menos tendría la satisfacción de ver a su cuñada. –Bien, puedo ir a donde esté. Envíe la dirección.  –No hace falta, enviaré a un chofer a tu casa, él te guiará hasta mi oficina. –Estaré ahí en dos horas.  No era un hombre de muchas palabras, solo afirmó lo acordado y cortó.  Minutos más tarde, mientras terminaba de vestirme, los toques en la puerta anunciaron la entrada de mi hermana. Al menos tenía la bondad de tocar, anunciando que de todos modos iba a pasar. –Gia, te he dicho muchas veces que pidas permiso para entrar.  A la menuda rubia no le importó mi regaño, me dedicó una sonrisa torcida de ilusión y se acercó a mí con energía.  –Acabo de ver las revistas. ¿Estás saliendo con Marcela Praga? ¿Por qué no me dijiste antes? ¿Cuándo vamos a conocerla mamá y yo? –No estoy saliendo con Marcela Praga, –aclaré, deteniendo aquella tonta emoción en su cara– todo es un malentendido que aclararé en un momento. –¡Ah! ¡Ethan! ¡Pensé que esta era mi oportunidad para conocer a Alexander Bellini! –¿Estás loca? Ese hombre está casado, tiene una hija y es mucho mayor que tú. No digas tonterías.  La vi cruzar los brazos. –¡Tan solo quiero una foto con él! En la escuela varias de mis amigas hablan de su personalidad y de lo popular que se volvió tras el escándalo de su matrimonio.  Anda, solo quiero una foto, seré la envidia de todas…  Era increíble saber que estaba a punto de cumplir la mayoría de edad y todavía continuaba con comportamientos tan propios de una adolescente.  –Lo siento princesa, pero el señor Bellini no es alguien especialmente sociable. –alboroté su cabello antes de salir de ahí y dejarla atrás– regresaré antes del almuerzo, ninguna palabra de esto a mamá. La vi asentir antes de llegar a la salida en donde me esperaba un lujoso auto n***o con un conductor perfectamente uniformado. –Buenas tardes, soy Pietro. –saludó afable– Seré el encargado de llevarlo con el señor Bellini. Obedecí sin pensarlo para acabar con aquello cuanto antes.
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