Un mes después El teléfono sonando, aquel jodido aparato que provocaba la mayor de las alegrías en Reagan cada vez que sonaba, pero también la llenaba de ansiedad. La chica agarró el teléfono que estaba bloqueado con contraseña y echó a correr por la casa hasta llegar a la habitación donde dormía Reich, que estaba a tan solo unos metros de la suya. Sin llamar a la puerta Reagan entró en el baño para entregarle el teléfono, al que ahora era su guardaespaldas. Nada más entrar aguantó su euforia por contestar a la llamada y no hizo ningún ruido. Reich estaba de espaldas, pero por el movimiento de su brazo y por sus gemidos ahogados ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo. –Oh, Dios mío, ¡estás haciendo cositas prohibidas en la ducha otra vez! –Habló Reagan tapándose la boca para