Punto de vista de Manuel:
No podía creerlo. Miguel y Florida estaban besándose. Estaban sentados en una mesa de un café, tomados de la mano, y Miguel le había dado un beso en los labios. Yo estaba sentado en otra mesa, a unos metros de ellos, y no podía apartar la vista.
Me sentí traicionado. Florida era muy importante para mi, y yo la amaba. Miguel era solo un admirador suyo, alguien que había aparecido de la nada y que ahora estaba tratando de robarla de mí.
No podía creer que ella lo dejara besarla. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo podía traicionarme así?
Me levanté de la mesa y me dirigí hacia ellos. Tenía que hablar con Florida, tenía que saber qué estaba pasando.
—Florida, ¿qué estás haciendo?
—Manuel, ¿qué pasa?
—¿Cómo puedes besar a Miguel?
—Manuel, tu y yo, ya no somo nada...
—Manuel, tranquilo, todo está bien, dijo Miguel
—No está bien. ¿Cómo puedes besar a otro hombre cuando me tienes a mi?
—No tengo novio.
—Sí, tienes un sentimiento. Yo soy tu novio.
—Ya no.
—¿Qué dices?
—Terminé contigo hace muchos años...
—¿No me amas?
—No.
—Pero... ¿por qué?
—Porque estoy enamorada de Miguel.
—¿De Miguel?
—Sí.
No podía creer lo que estaba escuchando. Florida estaba enamorada de Miguel. El hombre que había estado admirando su trabajo, el hombre que había aparecido de la nada, el hombre que ahora la estaba besando.
—No puedo creerlo.
—Lo siento, Manuel, dijo Florida
—Lo siento, Manuel, dijo Miguel
—No, no lo siento.
Manuel se dio la vuelta y se fue. No podía soportar estar allí, viendo a Florida con Miguel.
—Manuel, espera.
—No, déjalo, dijo Miguel
Florida siguió a Manuel hasta la puerta del café.
—Manuel, por favor, escúchame.
—No tengo nada que decirte.
—Lo siento, Manuel. No quería que pasara esto.
—Ya lo sé.
Manuel salió del café y se alejó, dejando a Florida y Miguel solos.
Caminé por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo. No podía creer lo que había sucedido. Florida me había dejado por Miguel.
Me sentía destrozado. Florida era mi vida, y ahora la había perdido.
No sabía qué iba a hacer. Me sentía perdido y solo.
Caminé durante horas, hasta que llegué a un parque. Me senté en un banco y miré al cielo.
No podía dejar de pensar en Florida. Me preguntaba por qué había terminado conmigo. ¿Qué había visto en Miguel que no había visto en mí?
Me sentía tan celoso de Miguel. Era un hombre atractivo, exitoso, y parecía que tenía todo lo que yo no tenía.
Sabía que tenía que superar a Florida, pero no sabía cómo. Todavía la amaba, y no quería olvidarla.
Pasaron los días, y yo no lograba superar a Florida. Seguía pensando en ella, y me sentía tan celoso de Miguel.
Un día, decidí ir a visitar a mi amiga Sandra. Sandra era una mujer inteligente y sensible, y siempre me daba buenos consejos.
—Sandra, necesito hablar contigo.
—¿Qué pasa, Manuel?
—Florida no me corresponde.
—Lo siento mucho, Manuel.
—No sé qué hacer. La amo, pero ella me ha dejado por otro hombre.
—Es normal que te sientas así. El amor es una emoción muy fuerte, y cuando se pierde es muy doloroso. Pero enriende que lo de ustedes terminó hace años...
—Pero no quiero olvidarla.
—No tienes que olvidarla. El amor no se olvida, solo se transforma.
—¿Cómo?
—El amor puede convertirse en amistad, en cariño, o incluso en indiferencia. Pero nunca se olvida del todo.
Aquel día en el café, el mundo se volvió un lugar oscuro y confuso. Había estado observando a Florida y a Miguel, tratando de ocultar mis emociones mientras sus labios se encontraban en un beso apasionado.
Mis manos temblaban, y el café que sostenía se agitaba en su taza. Pero no era el temblor de la bebida lo que me sacudió, sino el nudo de celos que se había formado en mi estómago. Sentí que una cuchilla atravesaba mi corazón mientras los miraba.
Fue en ese momento que me di cuenta de cuánto deseaba a Florida. Había sido mi amor, mi confidente, mi todo. Habíamos compartido sueños, secretos y risas. Pero ahora, allí estaba, besando a otro hombre frente a mis ojos.
La traición y la amargura se apoderaron de mí. Me sentía traicionado por Miguel, quien se había interpuesto en lo que una vez fue nuestra relación. Pero también me preguntaba si yo había sido el culpable de que Florida buscara consuelo en otros brazos.
Mi mente era un caos. Quería gritar, quería intervenir, pero algo en mí se lo impedía. No podía dejar de mirarlos, como si el simple acto de observarlos pudiera devolverme lo que había perdido.
Los celos me corroían por dentro, y me di cuenta de que el amor que aún sentía por Florida estaba empañado por esta mezcla tóxica de emociones. Había perdido a la mujer que una vez lo fue todo para mí, y no sabía si alguna vez podría recuperarla.
La escena en el café seguía su curso, ajena a la tormenta emocional que me estaba consumiendo. Me hice una promesa en ese momento, una promesa de que haría lo que fuera necesario para recuperar a Florida, incluso si eso significaba enfrentar mis propios demonios y superar los celos que amenazaban con ahogarme.