Son las ocho menos cuarto y yo corro por mi habitación en busca de mis útiles escolares, mientras revuelvo entre mis cosas cepillo mi cabello e intento ponerme mis zapatillas. Una vez terminada la tarea de vestirme y peinarme salgo corriendo de casa como alma que lleva el diablo, el autobús pasó hace cinco minutos, mi hermano no vuelve aún de su gira fiestera de fin de semana; eso significa que tendré que correr como nunca antes en mi vida. Atravieso el parque para acortar la distancia, llego a la heladería y doblo a la izquierda en el callejón, ya puedo ver la fachada del instituto. Subo los peldaños como loca desquiciada y entro al edificio, cuando estoy por doblar en la esquina y llegar así a la clase de cálculo mi cintura es atrapada por unos fuertes brazos. —Uno de éstos días vas