Capítulo 3

3011 Words
TRES Samantha Waters estaba sentada en su cama, otro lento y aburrido día que pasaba en su celda. La misma en la que había estado los últimos cuatro años, una sentencia de veinte años y todavía no se acostumbraba. Este lugar era el infierno sobre la tierra, y era un infierno que no hubiera nada que hacer. Su mano izquierda jugaba distraídamente con un hilo que se había soltado de su uniforme naranja. Un traje que había tenido que ser hecho a la medida porque era más alta que la mayoría de las personas ahí, alcanzando el 1.80, y su cabello colgaba debajo de sus hombros de manera natural. Pero en prisión necesitaba tenerlo recogido todo el tiempo. El código de vestimenta lo requería y el sentido común lo exigía. En el instituto correccional de Dublín, todo era miserable. El lugar estaba sobrepoblado. Había tres personas en celdas hechas para una. Por ahora estaba sola porque sus dos compañeras estaban en una clase; no le importaban ellas o las clases de ese lugar. Nada de eso. Lo que estaba disfrutando, sin embargo, era el raro tiempo a solas. Samantha tenía problemas que ninguna de sus compañeras tenía. Era mexicana. Había nacido en Estados Unidos, en Kansas, pero eso no le preocupaba a muchas personas que habían estado más que dispuestas a compartir algunas etiquetas. Las cicatrices en sus nudillos y cara habían sido prueba de que eso no le gustaba mucho. Poco a poco se corrió la voz de que si te gustaban tus dientes, mantendrías la boca cerrada cuando se trataba de ella. A pesar de las miserables condiciones del lugar, tuvo suerte de tener una pequeña televisión en su celda, aunque sólo tuviera un canal, las noticias. A pesar de estar alejada del mundo exterior y la sociedad, era bastante simple mantenerse al tanto y como siempre, las noticias eran malas. Ese brillo azul se reflejaba en sus ojos cafés y su piel morena; o lo que se veía de ella, al menos. “Los restos del buque cisterna Lapiz fueron descubiertos en el Océano Índico esta mañana. L quince miembros de la tripulación están desaparecidos y los oficiales están llamándolo uno de los peores desastres ecológicos de la época moderna. Más de once millones de galones de petróleo han sido derramados y la mancha puede verse desde el espacio,” dijo el presentador, y la pantalla cambio de vista para mostrar una imagen satelital. El petróleo se extendía por todos lados y para ella parecía una creatura viva estirando sus tentáculos. Algo al respecto le dio escalofríos, afortunadamente la imagen regreso a los presentadores. “Los científicos aún no están seguros de cómo pudo haber pasado esto pero por ahora se piensa que una ola violenta pudo haber sido responsable de este trágico evento, tendremos más información conforme vaya llegando,” dijo el hombre en la televisión cuando de repente la puerta se abrió y su compañera de celda entró. La puerta se cerró detrás de ella y se volteó para sacar las manos por un hueco. El guardia rápidamente le quitó las esposas. “Estás en mi lugar,” dijo con una mirada molesta. A Samantha no le caía bien Debbie, no le caía bien nadie aquí adentro. “Te fuiste, Debbie, toma el suelo,” respondió Sam. Debbie era toda enoja y nada de poder para respaldarlo midiendo 1.60 y pesando 54 kilos mojada, tal vez. “No tuve otra opción tu-“ con un movimiento de sus ojos grises, Debbie se quedó callada. Sabía quién estaba a cargo. “Ten cuidado con lo que vas a decir a continuación. Tú y yo sabemos que no voy a salir por buen comportamiento,” dijo sin quitarle los ojos de encima al televisor, pero tronó sus nudillos para dejar claro su mensaje. “Está bien, como sea,” respondió Debbie mientras recargaba la espalda contra la pared de cemento y se deslizaba al suelo. “¿Hay algo bueno hoy?” preguntó en una voz más calmada. “No, sólo un derrame de petróleo en el océano o algo así. Acaba de salir en las noticias,” respondió. Estaban mostrando el derrame de petróleo desde un helicóptero, y abajo había muchos otros barcos en varios lugares. “Bueno, al menos ese no es nuestro problema,” dijo Debbie, sin preocuparse por un desastre a a miles de kilómetros de ahí. “Ah, tú nunca sabes. Tal vez decidan llamar prisioneros para ayudar a limpiar el desastre. Sabes que hacen eso, ¿no? Escuché de unos criminales a los que reclutaron para ser bomberos. Te apuesto a que en una semana nos llaman para limpiar, o al menos a ti,” respondió Sam y se rio. Debbie soltó un quejido al pensarlo. “Debbies va a al océano, eso suena como una pésima película,” respondió Debbie y quiso cambiar el canal, pero las noticias era lo único que podían ver. Cualquier otra estación era pura estática, y en días lluvioso ni siquiera podían ver las noticias. “Suena como una mala idea,” respondió Sam y se pudo dar cuenta de que la conversación estaba muriendo rápidamente. Siempre lo hacia. Tenían muy pocas cosas en común. Estaba segura de que el sistema hacía eso a propósito para aumentar la miseria en un lugar como ese. No había mucho que una vendedora de drogas y una ladrona tuvieran en común, después de todo. Dejaron que el silencio descendiera sobre ellas cuando la puerta se abrió de repente. “Waters, tienes una visita especial. Me indicaron que te llevara a la habitación,” dijo la guardia, sonando tan mecánica como siempre. “Visitas, no estaba esperando a nadie,” respondió, pero cualquier excusa para salir de ahí en una visita no esperada era algo bueno. Sam se paró y caminó a la puerta. No pasó ni un segundo antes de que Debbie se moviera a la cama. “Voy a querer mi lugar de regreso,” dijo mientras le ponían las esposas en las muñecas. La puerta se abrió y dio un paso atrás. Sam era más alta que la guardia pero ninguno de los dos tenía razones para estar nervioso. “Vamos, Waters,” le dijo mientras la guiaba, a lo largo del pasillo y doblando en la esquina. El viaje no duró mucho y la llevaron a un cuarto de un azul oscuro sin ventanas con una mesa larga y tres sillas. Una en la izquierda, dos más en la derecha. Dos filas de luces blancas sobre ellas. Sam caminó a la de la izquierda y se sentó. La guardia rápidamente ajustó la cadena en la mesa a las esposas. “Protocolo, ya sabes cómo es,” dijo y Sam sólo gruñó como respuesta. “¿Sabes quién es?” le preguntó. “No tengo idea, no pregunté y la verdad no me importa, sólo me dijeron que te trajera,” le respondió y se dio la vuelta para salir del cuarto, cerrando la puerta. Este cuarto ni siquiera tenía un reloj, y sólo podía imaginar el tipo de cosas de pesadilla que pasaban ahí – el desagüe en medio del suelo no pasaba desapercibido. El tiempo pasaba lentamente. Los minutos en un cuarto inmóvil se sentían como horas. Sam había estado en confinamiento solitario y lo odiaba. Fue sólo un día pero se había sentido interminable y estar en un lugar así hacia que esos sentimientos regresaran con mucha rapidez. Estaba empezando a sudar un poco, lo cual no tenía nada que ver con la temperatura. Y sin advertencia, la puerta se abrió y entraron dos hombres. Estaban usando trajes y eran los primeros que veía en cuatro años. Uno estaba usando un traje azul, se veía de unos cincuenta años y tenía cabello gris que era casi blanco. El que tenía el traje n***o se veía más joven, tenía cabello n***o y piel blanca como de fantasma. Los dos eran más altos que ella. El de la piel pálida llevaba, lo que a ella le parecía, un periódico. Tomó aire y se preparó para lo que fuera. “Señorita Waters, es un placer conocerla. Somos sus nuevos abogados,” dijo el hombre de azul mientras se sentaban. “¿Abogados, para qué?” preguntó confundida, no había razón para que ellos dos estuvieran aquí. Todo era muy extraño. El de azul sonrió y se le hizo extrañamente conocida, pero no supo por qué. “Puede que haya escuchado del desastre con el buque cisterna, bueno, su caso está directamente conectado a eso. Nosotros necesitamos que encuentre al sobreviviente del naufragio y lo mate,” dijo el de n***o, pero nunca sonrió. Sam estaba muy confundida, tenía muchas preguntas. “¿Qué, por qué lo dijiste así nada más?” preguntó el de azul, sorprendido. “Bueno, quería llegar al punto. Odio esperar y tengo cosas que hacer,” respondió, e inmediatamente se volvió claro que ellos dos no eran abogados. No estaba segura de quiénes eran pero todo esto era muy extraño. “Está bien, idiota,” respondió el de azul y la miró fijamente. “No sé que es esto pero no voy a matar a nadie, contraten a un asesino a sueldo como cualquier otra persona lo haría. Eso es todo,” les dijo, y el hombre de azul puso un maletín sobre la mesa negra. No había visto que ninguno de los dos lo llevara cuando entraron. “Está bien, supongo que tengo que llegar al punto,” dijo y bajó el tono de su voz. “Ni siquiera sé por qué estoy aquí,” dijo el de n***o con un resoplo. No le caía bien. “Mi nombre es Zeus y este es mi hermano Hades. Hemos venido a reclutarte para la misión que no explicó en los mejores términos,” le dijo Zeus y Sam sólo ladeó la cabeza. “¿Qué?” preguntó confundida. Hades puso los ojos en blanco. “¿Podemos ir al punto, por favor?” preguntó Hades. Zeus puso las manos sobre el maletín. “No entiendo qué está pasando aquí, ustedes claramente no son dioses porque ellos no sonreales, así que sólo son dos locos y su equipo para asesinarme está en esa maleta. ¿Esto es lo que hacen? Entrar a prisiones, fingiendo ser abogados de mujeres para hacer cosas,” razonó rápidamente y comenzó a asustarse. “Sí, eso es exactamente lo que hacemos, eres muy inteligente así que es mejor empezar de una vez. Pido la mitad de arriba,” dijo Hades, abriendo los ojos y sonriendo por primera vez desde que entró al cuarto. “Por más divertido que suena eso, no, no hacemos eso. Ignóralo, sólo tiene un extraño sentido del humor. Pero desafortunadamente, tiene razón. Tenemos un serio problema y sólo tú puedes ayudarnos,” le dijo Zeus y Hades le hizo una mueca por arruinar su diversión. “Está bien, digamos que les creo. ¿Qué podrían necesitar los grandiosos dioses de una criminal como yo?” dijo, preguntando lo obvio. “Apenás eres una criminal, niña. Lo siento pero lo que te pasó no fue tu culpa. Eres el único ser vivo en este mundo con sangre Olímpica. Sangre de los dioses, de hecho. Hace mucho tiempo teníamos todo tipo de hijos, puede que hayas escuchado de algunos. Eres la descendiente de uno de ellos. Sin embargo, esta sangre siempre se pudre. La chispa dentro de ti quema todo y casi siempre termina igual, en la cárcel o la muerte, casi siempre ambos. Por eso juramos no tener más hijos,” le explicó Zeus. Hades asintió. “Ah, a veces todo sale muy, muy mal. La locura es más fuerte en algunos, pero considerando todo yo diría que tuviste suerte,” agregó. “Está bien, bueno, esto ha sido muy divertido pero tengo que regresar a mi celda y a la realidad,” les dijo y Zeus alzó la mano y aparecieron pequeñas chispas azules entre sus dedos. “Ustedes humanos siempre necesitan pruebas, lo entiendo. Nadie realmente cree en nada, así que cree en esto,” dijo, y de su mano alzada salió una delgada línea azul hacia las cadenas, y las esposas desaparecieron en cuanto las tocó. “No sé cómo hiciste eso, pero ahora van acusarme de intentar escapar, gracias por la ayuda,” respondió Sam mientras observaba sus muñecas libres, pero tenía que admitir que era un muy buen truco. Hades alzó su periódico, se aclaró la garganta mientras empezaba a leer. “Oficial militar del Proyecto Punta de Lanza afirma haber abierto un portal a otra dimensión para observar el ataque de un dinosaurio enorme, n***o, mutante y claramente alienígena en Las Vegas, continúan en la página diecinueve,” dijo y bajó el periódico. “¿Sábes por qué leí eso?” preguntó. Sam no tenía idea y se encogió de hombros. Miró la portada y reconoció el Mente Nocturna Semanal. Solía leerlo cuando le sobraba dinero. Sus historias favoritas eran de un reportero que se hacía llamar Nick Nocturne. Nadie usaba su nombre real en esa revista. Las historias eran muy buenas, al menos la mayoría del tiempo. Una de sus historias favoritas era del duende Mimal, pero no podía recordar de qué se trataba. Hace muchos años no pensaba en cosas así. “Esta es una basura de tabloide humano. De ahora en adelante quiero que pienses en la mitología, todas las historias, todo lo que creías saber, como esto. La mitología no es nada más que un escritor aburrido intentando hacer dinero que se inventa historias. Y una buena historia nunca muere, los detalles cambian, y el mundo cambia también. Pero el concepto de esta basura nunca murió,” dijo Hades con la mirada dura. Tenía muchos problemas con lo que era la verdad, y lo que la gente había creído que era la verdad a través de la historia. Sam no sabía mucho de esas cosas así que se encogió de hombros. Hades puso los ojos en blanco, molesto. “Eso no me dice nada. ¿Por qué están aquí? Si tienen un problema, ¿por qué no sólo lo hacen desaparecer con magia como hicieron con estas?” preguntó y Hades se irritó con todas las preguntas. “No tenemos tiempo para esto, uno ya escapó y los otros no tardarán mucho en hacerlo si no es que ya escaparon. Tal vez deberíamos intentar hacerlo nosotros y dejar que ella se pudra aquí,” dijo y se puso de pie. Zeus decidió decirle todo. “Los llamamos Yokaiju. Yo, nosotros, los creamos para derrotar a nuestros padres en la guerra antes de la creación. Usé el Ópticon para separar sus almas de sus cuerpos. Escondímos sus cuerpos en lugares remotos, y sus almas estaban atrapadas aquí donde podíamos esconderlas en el inframundo.” “Se supone que alguien los vigilara y sólo tenía un trabajo, alguien hizo algo mal y por eso estamos aquí. Necesitamos que recuperes las almas de las armas antes de que encuentren sus cuerpos, nosotros no podemos hacerlo por ciertas razones,” dijo. Hades desvió la mirada. Sam se dio cuenta de quién había hecho mal su trabajo y eso explicaba mucho. Sam decidió seguirle el juego a los dioses, o personas, o lo que sea que fueran. No quería que la hicieran polvo o algo así. “Digamos que acepto, ¿cómo puedo capturar a estas cosas?” les preguntó. Zeus sonrió y abrió su maletín. “El Ópticon, por supuesto,” dijo y le mostró un brazalete dorado, deslizándolo hacia ella sobre la mesa. “Esto es responsable de literalmente todo lo que ves y sabes y todo lo que has sabido, parece raro que una cosa tan poderosa sea tan pequeña,” dijo y continuó. “Pruébatelo,” le dijo con una sonrisa. No se veía pequeño para Sam, era lo suficientemente grande para sostenerlo con ambas manos, y ella tenía manos grandes. “Para ser justos, no tengo idea de cómo escaparon. No es como una prisión mortal. Pocos de nosotros sabíamos dónde estaba esa cosa y llegar ahí no era sencillo,” Hades intentó quedar bien pero a ella no le importó. “Hay doce y cada uno necesita un cuerpo vivo para existir, parásitos, supongo que podrías llamarlos. Pueden apoderarse de cualquier cosa viva que toquen. Lisis ya encontró algo, así que sin duda está escondido en algún cuerpo. Los otros no tardarán en seguir su ejemplo. Este mundo, todo lo que existe, está en riesgo, tienes que ayudar. Bueno, no tienes que hacerlo, pero sería bueno que lo hicieras,” dijo Zeus y casi se veía preocupado. Hades no lo había visto así de preocupado por algo en mucho tiempo. Además, todas las explicaciones lo estaban cansando. Sabía que Zeus estaba alargando esta visita para echarle en cara que sí, había fallado, pero todavía no sabía cómo. Sam estiró la mano y tomó el Ópticon. Era increíblemente ligero y sentía una pequeña comezón en los dedos mientras tocaba el extraño metal. “Póntelo,” le dijo Hades, y estaba empezando a molestarla. Se puso esa cosa en la mano izquierda y a pesar de lo grande que era, instantáneamente se hizo más pequeño y se ajustó a ella. No tuvo tiempo de reaccionar ni hacer nada más que ponerse de pie horrorizada. No dolía, sólo era inesperado. “Relajate, se supone que le quede a todos,” le dijo Hades, casi riéndose de su reacción. Sam no se sentía diferente. “¿Y cómo me lo quito?” preguntó. “Se afloja cuando termines el trabajo, no antes,” le respondió. “Espera, ¿a qué te refieres con terminar?” preguntó ella, todavía sorprendida con todo esto. Mirando la pieza de metal en su brazo. “No te preocupes, nadie puede verlo aparte de ti, nosotros, y bueno, a los que estás intentando atrapar, y eso en mi opinión es un error en el diseño. No llames la atención a él y vas a estar bien,” respondió Hades y Zeus se puso de pie, cerrando el maletín. “Nos pondremos en contacto pronto,” dijo, y ambos desaparecieron. “Esperen, ¿qué se supone que haga ahora?” dijo y se volvió a sentar lentamente. Las esposas y la cadena que la ataban a la mesa aparecieron de nuevo segundos antes de que la guardia volviera a entrar. Sam todavía estaba mirando a su alrededor intentando averiguar a dónde se habían ido. “Supongo que tus visitas nunca llegaron. De regreso a tu celda, vamos,” le dijo mientras le quitaba la cadena. Sam se puso de pie lentamente, todavía pasmada pero siguiéndole el juego. ¿Qué opción tenía si no quería sonar como una loca? “Supongo que no,” respondió, sorprendida y aún intentando aceptar todo lo que le habían dicho. Si le decía algo a la guardia suponía que sería viaje directo al manicomio, y honestamente era tentador. Sin embargo, una cosa era cierta. No veía el brazalete dorado en su mano. Si eso era cierto, tal vez todo lo demás también lo era. El tiempo fuera de su celda, ahora que había terminado, había pasado demasiado rápido.
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