ONCE
Sam despertó sin saber dónde estaba. Estaba en una cama, en un cuarto que no era muy interesante, sin ventanas y todo gris. Alzó el brazo y sintió algo romperse al hacerlo. Vio una tira rota con una cadena rota colgando de ella.
“¿Qué demonios?” preguntó y se puso de pie. La tira al lado de su mano derecha se rompió sin esfuerzo. De repente dos guardias armados entraron al cuarto y le apuntaron con sus rifles. “No se mueva,” dijo el de la izquierda. “¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí?” Sam tenía preguntas, demasiadas.
De repente recordó todas las heridas que había sufrido en la pelea y miró hacia abajo. Podía ver cicatrices ene sus brazos, pero ya no había dolor. “Señorita, necesito que mantenga la calma,” dijo el de la derecha y no respondió ninguna de sus preguntas. Sam se e
