Regaños.

1952 Words
Me acerqué a una silla que tenía estampado de tigre, coloqué los pies encima de la mesa y le hice una seña para que hablara. Me encontraba en la casa de Mirka, mañana temprano iría a Dubái y luego iría él con Hall, así que no estaré sola. Stefan aún no se sumaba a los planes, pero él siempre aparecía de último minuto cuando ya no encontraba con distraer sus días. Les expliqué lo de McCray, Hall no dijo ni una sola palabra desde que comencé aquel breve relato de su muerte, todo lo que no había contado en la llamada cuando me levanté al día siguiente. Hall mantenía los labios ligeramente apretados y una mirada seria. A diferencia de Mirka, que casi se me tira encima y me mata a golpes por ese “desliz de idiotez”, lo cual me enfureció, pero me mantuve callada esperando por una respuesta. Stefan sólo sonrió de lado, manteniendo su silencio. — Nayla, si matas a Luke será tu fin, él tiene más socios que tú. Su padre construyó mucho junto a sus dos hijos, y como cualquiera en esta mierda: quieren la gema. — Explicó Mirka, con una mirada severa. Exactamente lo que me temía. ─ ¡Lo sé, pero él se lo buscó! ─ Dije, enfurruñada en mi silla. ─ Mirka, después de la muerte de mis padres, sólo me dediqué a cuidar la maldita gema, ─ lo señalé ─ y tú mejor que nadie sabes que ni siquiera yo la he visto. ¡Es un maldito cuento, humo en esa puta habitación! ─ Nayla, no puedes ir por allí matando gente sin más. ─ Puntualizó Mirka. ─ Estás actuando como una niña en el cuerpo de una mujer, y esa imagen me perturba. ─ Gruñó, y se acomodo en su silla. En la habitación, la brisa de la noche levantaba las cortinas del ventanal, se admiraban las estrellas en la lejanía, justo como desearía estar: lejos de todos estos dramas. Mirka estaba irritado por cada berrinche mío, pero sabía llevar la conversación con calma. ─ A Luke y Terry los respalda demasiada gente, además de mafiosos italianos y rusos, cuentan con el favor político de chinos, coreanos y más, ni siquiera tengo la puta lista actualizada. ¡Pero nooo! La niña deseaba matar a su padre, dejando huérfanos a los atractivos McCray. Esos bastardillos tienen dinero, poder político, y sí: saben manejar mejor el negocio de drogas que muchos por este lado del país. ─ Explicó Mirka. Me senté con las piernas abiertas, apoyando los codos sobre mis rodillas, veía el suelo adornado por una cara alfombra, y el olor a licor inundó mis fosas nasales cuando respiré profundo antes de soltar cualquier comentario. El vaso de Hall baja con rapidez, el Martini de Stefan llevaba rato en su mano. Se veían como los Jefes que debían ser, la tenue luz acentuaba sus facciones, y la edad podía ser revelada en una leve calada a los cigarrillos baratos que tanto adoraban. ─ Ya, Mirka, lo entiendo. ─ Musité. ─ Los golpes de ayer fueron por dos chinos y uno con un inglés bastante raro, así que asumo era uno de los coreanos. Mis padres, como nada nuevo, les debían unas cuantas cosas y ellos a nosotros, son unos rastreros mala paga. Como todos, en este maldito mundo me sorprendería ver a alguien al día. Mirka me miró, negando con la cabeza. No soportaba verme metida en estos líos, pero tampoco podía hacer mucho por mí en estos tiempos donde un paso en falso significaba mi cabeza rodando por el puto suelo y la gema en las manos equivocadas. “Una gema esmeralda, con un valor incalculable, eso queda a tu cuidado, Nayla”, así decía la carta de mis padres, pues sabían que algún día irían tras ellos. Stefan me miraba serio cuando lograba despegar los ojos de su trago, porque sabía que me soltaría algún comentario hiriente delante de Hall y Mirka. —Si yo fuera tú… Bueno, no me gustaría ser tú. — Dijo Hall al fin, después de un rato de silencio. —Ja, ja, idiota— Reí sarcástica. — ¿Saben algo que aún no logro entender? Caminé en el cuarto que nos reunió Mirka, una habitación espaciosa y elegante, mucho n***o, plateado y blanco dominaba el lugar, Hall y Stefan habían llegado antes que yo y ya llevaban un rato conversando trivialidades hasta que conté todas mis andanzas hasta el momento. No hubo respuesta de ninguno, seguí hablando: — ¿Para qué es la fiesta? ¿Y por qué justo ahora? —Es algo que aún sigue sin respuesta, mi Nay. — Respondió Mirka, me miró, hizo una mueca como si pidiera disculpas por no saber y se encogió de hombros ligeramente. Tomó un trago de su whisky y movió el vaso para remover los hielos. —Solo estarán asesinos, mafiosos, unos cuantos armados, gente de nuestro lado, sin celebridades o alguien importante además de jefes ya viejos, desde el comienzo de sus negocios, algo como un reencuentro para ver quien ya va a la caja y cuáles caras nuevas se integran. — Respondió Hall, con su mirada clavada a la lejanía en la ventana. ─ En realidad esas sí son celebridades, ¿cómo se mantienen? ─ Reímos ante aquella idea. ─ No lo sé, ¿creen que sea una fiesta para que haya bandera blanca un rato entre tantos bandos? — Especulé eso en algún momento, pero la duda seguía allí. Busque whisky, la botella reposaba sobre un escritorio n***o y plateado, me serví sin apurarme y volví a mi puesto. La noche estaba tranquila, pero muchas cosas bullían dentro de mi cabeza. —Es extraño, obviamente. —Dijo Stefan, que no había soltado ni una sola palabra desde que entre a la sala. —Pero deberías concentrarte en otras cosas. Silencioso y certero, habitual en él. Stefan era así, y así se había integrado con nosotros, a su extraño modo. Y de alguna manera, así había terminado en su cama, sin mucha conversación y a lo que íbamos sin tanto adorno. —Eso es cierto, Nay. — Cedió Hall, su voz profunda y fuerte le otorgaban cierto poder en sus palabras. —Somos tus aliados, hay que admitir que conocemos este mundo un poco más que tú. Sabemos que eres un gran sicario. —Todos asintieron y subieron sus vasos apoyando eso. — Pero no te queremos muerta, nena. Hay personas que quizás duden antes de disparar, pero aún así —suspiró— disparan, y no se detendrán contigo. No contigo ahora que te ves como un lindo tesoro, cariño. —Ya lo creo. ─ Mascullé en voz baja. — Oh, Gwen… — ¿Tu compra? Bonita pelirroja de ojos verdes, eh… — Aventuró Stefan. Bajé la cabeza y me revolví en mi asiento. Stefan busco mi mirada. — ¿Qué pasa con ella? ¿Te gusta? ─ Soltó con cierta ligereza pero detectaba los celos en sus palabras. ─ Que rápido corren las noticias de todo lo que hago. ─Reconocí, estirándome en el asiento. Stefan miró la habitación, se asomó a la puerta, exigiendo algo con rapidez. Halo a una de las chicas que estaban por ahí en el pasillo. La casa de Mirka esa noche estaba llena de prostitutas, jóvenes y borrachas, lindas y otras no tan agradables a la vista. La agarró por el brazo, y la sentó junto a él en un sillón n***o, acomodando su cabello dorado detrás de sus orejas en un gesto de coquetería. Mirka tenía esa costumbre de traerlas a su casa por un periodo de tiempo, a algunas de las chicas que trabajan en sus clubes de striptease. ─ ¿Cómo se llama, eh? ─ Preguntó Stefan con cierta impaciencia. ─ Red Diamond, cariño. ─ Respondí mirando el techo sin verdadero interés en aquel ataque de celos, apurando el whisky, sintiendo cómo quemaba ligeramente mi garganta. La chica se rió, sabia quien era o estaba muy ebria por todos los tragos que había tomado, estaban sirviendo en la parte de abajo donde todas se habían reunido. ─Uhmmm, sí, sí. ─ Balbuceó la chica rubia y delgada, mientras acariciaba la pierna de Stefan sin disimulo. ─ Red Diamond… ─ Meditó. Cerró los ojos como si la rebuscara en su memoria, y los abrió de repente: ─ ¡Oh, si ya sé! Pelo largo y rojizo, piernas largas y lindas, sonrisa dulce y unos hermosos ojos verdes. Así la describen, estuvo en clubes y pasó a estar con dos Jefes, pagaban bien por ella. ─ Comentó, mirándome con una sonrisa buscando ser coqueta conmigo. Me levanté, caminé hacia el escritorio de Mirka y me senté evitando la mirada de Stefan. Era ella, mi Gwen, o eso supuse con tan vaga descripción, pero los nombres no tendían a repetirse últimamente. ─ Se llama… ─ Suspiró, colocó una pierna sobre Stefan y le sonrió. ─ Gwen Theash. ─ Espera, ¿Theash? – Se maravilló Hall, me apuntó con su dedo y se me acercó con una sonrisa burlona en los labios. – ¡Esa perra es caliente, nena! Es cierto que tiene unas muy buenas piernas, enganchan bien. ─ Alabó sonriendo, me levantó pasó su brazo sobre mi hombro con socarronería y caminamos hasta el ventanal. ─Tienes suerte, sabe ejercer su trabajo bien. Recuerdo poco sobre ella, pero tengo entendido que ha estado en 3 prostíbulos y con 2 jefes. Padres muertos y su hermano desapareció. ─ Comentó, recordaba a las chicas que entraban en sus clubes, él lograba ser un poco más decente que muchos. No las maltrataba, Mirka y él abría sus puertas para las que deseaban un poco de tranquilidad, comida y buenos pagos. No eran proxenetas, ni las vendían, dejaban que cada chica fuera y viniera a su gusto, no las intercambiaban por nada y las excluían de sus negocios turbios. Muchas chicas buscaban de ellos pues sabían que tendrían una vida mejor que con cualquier jefe. Me alejé de él y dejé el vaso junto a la botella de whisky. ─ ¿Así que tienes tus preferencias? ─ Preguntó Mirka, rió y abrió los brazos, lo miré con una pequeña sonrisa pero no fui a abrazarlo. Tomé mi chaqueta negra del mueble con animal print, me la coloqué entre leves abucheos de los tres hombres que estaban allí, solté una risa que les animó a silvarme por pura coquetería y viejos chistes. Caminé hacia la puerta de la habitación, volteé a verlos y me despedí con un gesto de mi mano, alzaron nuevamente los vasos para brindar y beber sin apuros. Bajé las escaleras, escuché la música y risas de las chicas que estaban esa noche allí, algunas movieron sus manos con coquetería para que me acercara, negué con la cabeza sin dejar de sonreír. Salí de la casa y palpé mi chaqueta en busca de las llaves de mi moto. ─ Eh, Nayla. ¡Espera! ─ Exigió una voz masculina. Volteé y me encontré con Stefan en la puerta: ─ ¿Te acompaño? – Preguntó sonriendo. Me acerqué a él, lo hale hacia mí cuerpo sin cuidado y cerré la puerta tras él. Lo empuje contra la puerta y le di un beso bastante brusco, mordiendo sus labios y escuchando sus jadeos por el calor del beso, el sabor del licor de mezclaba entre nuestras lenguas, me alejé de un tirón, pasé mi dedo por la orilla de mi labio quitando su saliva de mi boca. ─ Esta noche no, cariño. ─ Decreté. Caminé hasta mi moto, me coloqué el casco, encendí y pude ver por el retrovisor a un Stefan ligeramente molesto volviendo a entrar a la casa de Mirka.
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