2.

897 Words
Habían pasado tan solo dos días desde el entierro de mis padres. Yo aún no me recomponía del dolor y mucho menos me acostumbraba al vacío tan inmenso que había en esta casa. En mi mente repasaba una y otra vez las palabras que me había dicho Alessandro frente a aquel lago. “Tu vida no será la misma. Necesitaras de mi para afrontar todo lo que está por llegar.” Estaba muy encerrada en mi dolor como para dejarlo continuar hablando. Me puse de pie a pesar de que me pedía que no me fuera, y camine hasta llegar a mi auto. Hui porque no estaba preparada para enterarme como es que mi vida iba a cambiar. No me quedaban muchas opciones ya, ese día tuve que ir a la oficina de un abogado a quien yo no conocía y escuchar cuales eran la última voluntad de mi padre y de mi madre. Jamás me habían hablado de ningún testamente, pero convengamos de que tampoco me habían hablado de muchísimas otras cosas, por ende, esto no debió sorprenderme. Aquella tarde, al entrar a la oficina del abogado Felipe Narváez, no entendía muy bien que hacia Alessandro Mancini allí. —¿Tu? — pregunte clavando mi mirada en él. Se estaba por poner de pie de esa silla y seguramente darme alguna explicación cuando el abogado salió de su oficina y se acercó a mí. —Valentina, siento conocerte en estas circunstancias. Permíteme presentarte a Alessandro Mancini, la mano derecha de tu padre en Italia, y el apoderado para cualquier asunto legal, financiero, o de alta responsabilidad de la empresa. — me explico y yo por dentro tan solo podía preguntarme «¿Por qué mi padre confiaría tanto en él? ¿Cómo es que lo conoció?» Estreche la mano del abogado, y luego voltee a ver nuevamente a Alessandro —Ya lo conocí en el entierro. — replique y sé que en mi voz podía notarse claramente que por alguna razón no terminaba de confiar en él. Quizás fue el simple hecho de que no sabía exactamente nada del “otro mundo” de mi padre, o quizás porque ese hombre creía que yo lo necesitaría para seguir adelante. No me agradaba la idea de que pensara así. —Intente conversar con ella, pero no me dejo. — Intercedió él «y vaya actitud más arrogante la de este hombre» pensé. El abogado tuvo que interceder entre nosotros y pedirnos que entráramos a su despacho. Claramente noto que Alessandro y yo no habíamos comenzado a tratarnos de una manera cordial precisamente. Una vez que los tres estábamos adentro de su despacho, el cerro la puerta y se sentó en su gran silla color negra que inspiraba respeto de quien se sentara ahí. Nos indicó con sus manos que tomáramos asiento en las sillas que estaban frente a su escritorio, y a pesar de que no entendía por qué este hombre debía estar presente en la lectura del testamento de mis padres, me senté sin discutir acerca del asunto. Escuchaba cada palabra que decía el abogado Narváez y a medida que iba mencionando una a una las propiedades, los negocios, los números de acciones, y demás bienes, mi mente seguía preguntándose ¿en qué clase de mundo de mentiras había vivido hasta hoy? Hasta el día que fallecieron mis padres, yo creía que mis únicos bienes eran la casa donde vivíamos en San Francisco, mi auto del año el cual a mi entender les costaba pagar, y alguna que otra joya que mi madre tenía y me dijo que iba a heredarme. Todo era una absoluta locura ya, pero empeoro cuando en las últimas voluntades de mis padres se mencionó el punto que debía mudarme a Milán. Ni hablar del punto donde mencionaba que debía hacerme cargo de las empresas… Ya creía que todo eso era suficiente y bastante alocado, pero lo peor estaba por venir. El hombre que estaba sentado a mi lado, iba a trabajar a la par conmigo. No solo eso, también compartiríamos la mansión que mis padres tenían en Milán; y seria dueño del 10 por ciento de las acciones de la empresa. Por primera vez lo escuche quejarse y cuestionar acerca de la cláusula de tener que compartir la mansión y también por primera vez estaba de acuerdo con él «¿Cuál era la lógica de mis padres detrás de todo esto?» El abogado decidió no responder ninguna de nuestras preguntas. Se limitó a informarnos que eso era lo que mis padres querían, y que en un año él nos haría llegar la segunda parte del testamento «¿había una segunda parte a esta locura?» Me levante de la silla con la intención de irme de ese despacho, pero el abogado me detuvo. —esto es para ti. — me dijo serio y me entrego una caja de madera. Abrí su tapa con algo de dudas, y dentro de ella había varias cartas. Hojeé los sobres y no entendí porque cada uno de ellos tenía escrito el momento preciso en el que debía leerlo. El primero decía “cuando estés en el avión rumbo a Roma.” —Si los abres antes, todo se echará a perder. — me advirtió el abogado y no tenía idea a que se refería. Solo sé que asentí e hice todo el papeleo que era necesario para poder marcharme de allí. Necesitaba estar sola con mi dolor. Me era indispensable pensar y entender en que momento es que mi vida había cambiado tanto.
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