Capítulo 8

3009 Words
Carolina, pensó que lo más correcto era renunciar. No porque fuera a hacerse la difícil o planeara atrapar a ese hombre, sabía que ninguna podría atrapar a ese hombre jamás, no hasta que tal vez cumpliera una edad en la que los hombres se cansan de tanto andar con mujeres. No era eso. Solo que no era apropiado acercarse tanto a un hombre que a fin de cuentas era su jefe. Y temía perder la cabeza un día y encontrarse atrapada en una relación que no era afectiva sino simplemente física. Él la atraía sí, le gustaba pero todo ese tiempo que se acercó sintió que se estaba involucrando. Enamorando. Esa era la palabra. Era una tonta que no podía evitar enamorarse. Se había enamorado de Orlando y ahora que estaba sola... Deiby Hunter, ejercía no sé qué poder sobre ella, y tal vez solo fuera deseo por su parte. Atracción física, deseos de conquista. Había pasado un fin de semana fuera, en casa de su tía Margarita, necesitaba alejarse, además su tía quería saludarla por su cumpleaños y entregarle su regalo. Hasta le hizo un pastel de chocolate e invitó a sus amigas más cercanas para festejar. La tía Margarita era lo más cercano o parecido a una madre que había tenido. Tendida en su poltrona, comiendo un segundo trozo de pastel de chocolate pensaba en Deiby, en esos besos ardientes en el auto y de lo cerca que había estado en irse a la cama con él. Pero luego de tan apacible fin de semana se sintió indecisa. ¿Debía regresar a la oficina? No tenía nada de malo irse a la cama con el jefe, tener una aventura excitante, excepto que ella había sufrido demasiado en el pasado junto a un hombre a quien creyó maravilloso y ahora no tenía ganas de que la quisieran solo para tener un rato de sexo. La lastimaría, la enamoraría para tener lo que deseaba y luego... Le diría que nunca la había engañado y que siempre había sido sincero. Maldita sea, no se acostaría con ese hombre hasta que tuviera alguna certeza de su parte, algún sentimiento, interés genuino, algo para que después... Carolina, se miró en el espejo angustiada, no, no iría al trabajo. Era mejor poner fin a todo ese asunto. Jamás debió aceptar ese trato, sabía por qué la había contratado y no era porque fuera tan eficiente ni necesaria. Desde el comienzo, desde que se cruzó en su camino la había mirado con intensidad, sin disimular cuánto le gustaba y luego... Pues la hacía ir a su oficina y quedarse más tiempo del que hacía quedar a los otros asistentes, a quienes apenas miraba. Ella le interesaba, y se lo había demostrado con frecuencia. Ahora no sabía si solo le interesaba para salir, divertirse o si le pasaba algo más, por momentos tenía la sensación de que era un hombre cerebral. Metódico, práctico, que tenía muy claro lo que quería en la vida y eso significaba algo; sexo. Una aventura con la chica que lo ignoraba y se le resistía. Eso era para él, un desafío. Y ella se negaba a jugar un papel semejante, a ser un objeto para satisfacer su deseo, su lujuria y... Así que lo más sensato era no regresar y punto, inventar alguna excusa, o enviar su renuncia por mail. Él entendería. Y pondría fin a algo de lo cual no se sentía segura. Abrió su portátil y comenzó a redactar la renuncia mientras bebía el segundo café, necesitaba juntar energía para tomar esa decisión. “Si pones fin a todo no volverás a verle.” Le dijo una voz. Tal vez él te pida que regrese y tú le obedecerás y entrarás en la oficina con el rabo entre las patas, desesperada por verle y oír su voz... Borró el archivo, no estaba bien redactado, era un desastre. Escribió una segunda carta de renuncia y suspiró. Maldita sea, no quería hacerlo. No quería volver a escapar de Francia tenía un trabajo, amistades, salidas, no podía agobiar a la tía Margarita ni preocuparla. Tomó una chaqueta, su cartera y regresó al trabajo. Estaba atrapada, no sabía por cuanto tiempo no sabía qué resultaría de todo eso pero... Él no estaba en la oficina y ella lo buscó desesperada. Maria entró entonces y le avisó que el Señor Hunter, estaría ausente unos días por unos problemas familiares. Al parecer un pariente cercano había fallecido de forma repentina y tenía parte en esa empresa y el asunto era complicado. Carolina, se sentó y suspiró. No era lo que había esperado y durante todo el día esperó algún llamado o verle, que llegara de repente pero nada de eso ocurrió. Ya habían pasado varios días. Cuando vió que Deiby Hunter, entró a la oficina. Si cuerpo sintió una emoción tan grande que su cuerpo empezó a temblar. Deiby Hunter, apenas si la tomó en cuenta, sino que se dirigia a la otra asistente, solicitando unos documentos. —Necesito un momento por favor, acabo de llegar y hablen con Javier, o con mi primo, hoy no tomaré ninguna decisión—declaró. Todos salieron de la oficina al escuchar lo que decían Deybi, y ahí estaba ella, sentada al frente de su computadora. Estaba preciosa con su vestido lavanda y sus ojos que no podían disimular el brillo, la alegría intensa de volver a verle. Lo sabía porque era lo que él sentía. Una alegría inmensa, como si el sol brillara a pesar de ese horrible día gris de primavera. La saludó con una suave sonrisa. Ella se acercó y él miró sus labios rojos con creciente deseo. Estaba hermosa, radiante, y la había echado de menos, había temido que renunciara y cuando su primo le avisó que estaba allí... Pero no debía ir con prisa, debía darle tiempo y aguardar, siempre debía esperar. ¿Cuánto hacía que esperaba? Se negó a hacer cuentas, solo lo consolaba pensar que quedaba menos. De pronto ella le dijo que lamentaba lo de su familiar y lo miró con esas miradas tiernas que lo hacían desear abrazarla, besarla... —Gracias, Señorita Carolina. En realidad estuvo enfermo mucho tiempo y fue un final esperado... Quien murió fue su tío César, solterón, mañoso, pero de gran corazón. La tragedia de su vida fue enamorarse de su cuñada y no poder olvidarla, ella había muerto aún casada con su hermano que había sido su único amor. Y el tío César, no había querido casarse, ni siquiera para no estar solo o para tener hijos. Su vida era la empresa que su abuelo había fundado, el trabajo y hacer viajes alrededor del mundo. Poco antes de morir, cuando fue a verlo al hospital y consumido por una penosa enfermedad preguntó si pensaba seguir sus pasos. —¿Quieres ser un solterón, Deiby ?. ¿Qué estás esperando? Estás algo crecidito para seguir jugando con las mujeres ¿Nocrees?. Deiby sonrió. —No, tío no es eso. No me puedo casar por qué ni novia tengo y de paso casarme no está en mis planes.Su tío frunció el ceño. —Pues búscate una, para un hombre con tú postura no será muy difícil. Deja de perder el tiempo con zorras y siembra amor para cosechar algo que llene tu corazón, te ves muy flaco y poco cuidado, como hombre que no tiene una mujer amorosa que lo cuide. Yo sé mucho de eso, toda mi vida fui como un perro vagabundo... Deiby, se había enfurecido al oír esas palabras, no le agradaba que lo llamaran flaco ni que lo compararán con un perro vagabundo. Él era así, era muy cuidadoso con su cuidado personal, desde el cabello hasta la ropa, todo estaba recién lavado, perfumado o nuevo. No sabía por qué le decía esas cosas... Ahora comprendía por qué le había dicho eso. Tenía treinta y cinco años, pronto cumpliría treinta y seis y no tenía esposa, ni hijos, mientras que sus amigos casados se veían felices con sus mujeres... Bueno, no todos en realidad, pero no significaba que el matrimonio apestara por completo. Solo había que escoger a una mujer bonita y sensual, alegre y que no hiciera problema por nada. Una compañera alegre que no pusiera su trabajo y sus metas por encima de todo. No le gustaban las muy independientes, ni tampoco las muy frívolas o... Será que Carolina, con su cara de chica buena, estaba planeado atraparlo, para que le diera los hijo que ella tanto deseaba. Un marido a quien someter a su tiranía. Suspiró y la vio a Carolina caminar en busca de un café, tenía una forma de caminar muy sensual y no podía creer que realmente quisiera atraparlo. Él sí quería atraparla pero de otra forma por supuesto. Se estremeció al recordar el entierro de su tío y ver cómo una vida terminaba así; en un frío cajón de madera, inmenso, mucha gente vestida de n***o con sus cartas tristes. Su tío César era un hombre solterón, de joven mujeriego y luego un mujeriego solitario, adicto al trabajo, consintiendo a sus sobrinos y justificando cualquier comportamiento de mujeriego. Su tío César, sabía que moriría, tarde o temprano ya que padecía de un cáncer en los pulmones por haber fumado como una puta presa de noche y de día. El entierro se llevó a cabo en el Cementerio Pere-Lachaise, cuando Deybi observa como bajaban el féretro pensó, en las palabras del tío César : “Deja de salir con zorras y consíguete una esposa, no seas como yo, ustedes fueron mi familia como los hijos que no pude tener, pero una buena esposa: amiga y compañera, es todo en la vida hijo. Alguien con quien compartir, alguien a quien cuidar y amar... Puedes tenerlo todo pero sin una esposa, sin una familia te sentirás algún día vacío, recuerda lo que te digo. Sé bien de lo que hablo”. Luego del entierro fue a ver a sus padres, eran más jóvenes pero se sintió mal, deprimido, impresionado al pensar que le esperaba una vida de lujuria y soledad. Sí, tenía muchas cosas; un trabajo estable, era heredero de un imperio de las empresas de publicidad más importante del mundo, pero no tenía una mujer que lo llamara, que se preocupara por él, solo esas chicas a quienes llamaba para tener sexo de vez en cuando. No era lo mismo. Aunque su relación con ellas fuera casi de amistad, no era lo mismo que una novia, que una esposa, una compañera con quien compartir y luego recordar tiempos felices... ¡Vaya! Se estaba poniendo sentimental. No todas las esposas eran tan amorosas como decía su tío César, algunas eran una verdadera pesadilla, unas brujas que engañaban a sus maridos, los trataban como perros quitándoles el dinero, el honor todo. En su empresa había un par de esos especímenes. Su tío César, tenía una idea anticuada, hoy día no había tanto amor abnegado. Mientras pensaba esto con mucho cinismo apareció Carolina, ella, era una buena chica, tranquila. Como de otra época. La esposa que su tío César había soñado para él. Luego pensó en el tío César que nunca se casó porque se enamoró de una mujer casada y que de paso estaba casada con su hermano mayor, con la cuál tuvieron ocho hijos y esa mujer era su adoración. —Señor Deiby, disculpe, pero ha estado llamado el Señor Rodríguez por un problema con... El suspiró y notó que se había ruborizado por su mirada intensa como una colegiala, le gustaba cuando le pasaba eso, era involuntario y significaba que aún podía sorprenderla, turbarla. —Gracias, disculpe, es que estaba distraído con pensamientos algo tristes... Ella lo miró con pena y al ver que caía su saco al piso en un descuido se apuró a levantarlo. Ese gesto era de una chica dulce, ansiosa de atenderlo y ocuparse de él, que era a fin de cuentas, un perro abandonado y vagabundo, que solo salía con zorras porque sentía un terror irracional a los compromisos a largo plazo. Miró a Carolina y suspiró. Era dulce, tierna y tal vez planeaba atraparlo. El cazador cazado, eso pasaría, por hacerse el listo con una mujer que debía ser mucho más astuta e inteligente de lo que había siquiera imaginado. —Señorita Carolina, por favor, necesito el número de ese hombre, no lo tengo en mi agenda. No sé dónde está. Ella se lo dio y luego le preguntó si podía irse, había cumplido las seis horas y no estaba dispuesta a quedarse más, no hubo manera de tentarla con más dinero. Carolina era muy celosa de su tiempo y de sus horarios, llegaba en hora y defendía su derecho de retirarse a la hora exacta. —Está bien, puede retirarse, aguarde... La llevaré a su casa. No había olvidado su antigua obligación y esperaba poder cumplirla, era una forma de controlar que su ex no apareciera de repente para arruinar sus planes. —Yo, puedo tomarme un taxi Señor Deiby, usted tiene mucho trabajo hoy y no quiero que pierda tiempo... —dijo ella y su discurso se transformó en silencio al ver que él tomaba el saco, su celular y se disponía a llevarla, sin aceptar su opinión al respecto. Mientras conducía le confesó que habían apresado a los bandidos que la habían atacado. —Eran extranjeros, que querían... No iban a atacarme, dijeron que solo querían robar mi bolsa y que estaban metido en una red de delincuentes que los obligaba a... Deiby se puso furioso. —¿Y el juez les creyó? —No lo sé... Están presos, fue mi abogado quien me avisó el otro día. Robaban carteras no eran violadores pero de todas formas no me siento tranquila, a veces... Tengo la sensación de que alguien me vigila, sigue mis pasos y tengo miedo Señor Deiby. Creerá que estoy loca, es que...un periodista me contó algunas cosas y no debió hacerlo, habría deseado no saber nunca esos secretos y temo que... Él sonrió para sí, claro, él había estado siguiéndola algunas veces para saber que su ex no estaba allí y ella llegaba a salvo a su casa. No podía decírselo, ni muerto lo haría. —Tenga calma por favor, no piense... Eso pasó hace mucho tiempo y la venganza fue por haber mandado a prisión a ese mafioso, no contra usted. Si hubieran querido matarla... usted no era más que una empleada, no se dedicaba a vigilar, solo redactaba algunos artículos en la revista. Y cambió su nombre, y no volvió a estar vinculada a ninguna revista. Tal vez esa pobre mujer hizo algo más, chantajeó a alguien con alguna información, no se crea todo lo que le dicen, las personas mienten a veces... He estado averiguando cosas de esa mujer, en realidad la conocía solo por algún artículo sensacionalista, nunca llegué a tratarla pero sé de gente que la odiaba porque los chantajeaba. Quien se mete en eso sabe a lo que se arriesga. Esa señora era más que una periodista dedicada a los chismes, tenía otro hobby y eso fue lo que salió a la luz luego de su muerte. La joven dejó escapar una exclamación, no podía creerlo. Todo ese tiempo pensó que... —Pero nunca encontraron al asesino, borraron los rastros y manipularon, eso fue lo que se dijo entonces. —Fue bien hecho y el caso se cerró por falta de pruebas, pero eso no debe inquietarte. En realidad lo de ella era el chantaje, no por las notas, las notas eran muy tontas, nunca se metió con los grandes, sabía bien dónde pisaba y lo que hacía. Usaba los secretos en su beneficio y con ese chantaje ganó bastante dinero. —Fue muy triste, Victoria, era una mujer tan vital, generosa, siempre nos trató bien, si hacía eso... Bueno, realmente no lo sabía ni lo habría imaginado, de todas formas no merecía terminar así. Deiby, se puso serio. Habían llegado, debían despedirse y lo hizo con cierta frialdad, mejor tomar distancia hasta recuperar algo de confianza. Pero diablos, la había echado de menos, había deseado tanto oír su voz... esa mujer lo volvía loco con su juego de mirarlo con esos ojazos tiernos y luego... Nada. Llevaba meses esperando que fuera suya y demonios, ahora sabía que quería algo más que sexo, que su obsesión por poseerla se había convertido en algo que no deseaba considerar. Y como si leyera sus pensamientos ella lo miró a los ojos y le agradeció que la llevara a su casa. Fue demasiado para él, debía besarla, tocarla, sufría como un animal herido por no poder hacerlo y cuánto más se le negaba más quería tenerla. Ay diablos, si la tocaba no podría volver a llevarla a su casa, y le gustaba hacer eso. La vio entrar en la casa de su tía Margarita y también volverse una vez para sonreírle y agitar su mano. En ocasiones parecía una jovencita adolescente, como si al vivir en el sur junto a una tía tan puritana se hubiera convertido en una joven retraída, pero educada, como una mujer de otra época. La misma que su tío César, le había recomendado; dulce, femenina, compañera. El tío César, jamás habría agregado “buena en la cama” eso no se consideraba siquiera en otros tiempos. Sí, definitivamente eran otros tiempos, donde lo bueno perduraba y las esposas eran criaturas tiernas y pacientes. Hoy todo era distinto. Vivían en el reinado de lo efímero. Esa era la triste realidad y él no creía en el amor ni mucho menos en el amor duradero. El amor para él era pasión, buena cama y afinidad s****l, espiritual. Todo eso podía cambiar con el tiempo. Nada era eterno, y a veces ni siquiera estable. Encendió el auto y se marchó sin mirar atrás, atormentado al comprender que acababa de caer en su propia trampa y que ya no estaba peleando por una noche de sexo, no, tenía la seguridad de que querría mucho más y entonces... Ella lo cazaria.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD