Habían estado casado podía ocurrir, muchas parejas regresaban por el refrán “Mejor malo conocido, que bueno por conocer”.
Deiby, llegó a la calle y la vio a Carolina caminar con prisa, iba seria, no parecía encaminarse a una cita. Dió vueltas, caminó unas cuadras y se detuvo en un centro comercial. Se sintió como un sabueso, pero la chaqueta negra y larga de detective y los lentes negros eran un buen disfraz para no ser reconocido por nadie.
De pronto la vio entrar en una tienda del centro comercial y suspiró... Era un lugar enorme, podría pasar desapercibido y espiar a distancia sin que lo notara. Apuró el paso y vio entrar a la joven en una tienda, luego en otra, sin comprar nada. Al parecer necesitaba zapatos y recorrió cerca de media docena de zapaterías yendo de un sitio a otro. ¡Oh, qué mujer tan indecisa! Era un milagro que se hubiera casado una vez, si escoger un par de zapatos le despertaba tanta indecisión. Y de pronto ¡voilà! La preciosa mujercita castaña se había decidido por unas sandalias con flores de taco y luego feliz, quiso comprarse un vestido de verano. Bueno, eso iba a llevarle más tiempo... Sonrió para sí, él siempre iba a la misma tienda, conocían su talla, sus gustos, y no tardaba más de unos minutos en llevarse un traje nuevo, una camisa o lo que fuera. Era muy clásico en sus gustos, jamás se dejaba convencer por esas marcas nuevas, no se fiaba del corte ni de la calidad de las fibras... Sin embargo ella demoraba una eternidad en escoger algo que fuera de su agrado y las vendedoras, unas chicas jóvenes y entusiastas, no dejaban de mostrarle vestidos para que se probara y también blusas, chaquetas lo que la señora pidiera. Bueno, al menos no se encontraba con su ex como había pensado. Miró el reloj. Más de dos horas dando vueltas. ¡Qué locura! Eso fue lo que le llevó salir de la tienda con solo dos paquetes y encaminarse feliz hacia la salida. Se alejó para que no lo descubriera y siguió sus pasos a distancia. Temía que sí pudiera encontrarse con su ex... Pero no, fue directo al estacionamiento con sus paquetes. De pronto notó que un tipejo de dudoso aspecto le decía algo y la seguía. Un hombre delgado que parecía un oportunista ladrón o algo peor. ¡Maldita sea! Esos estacionamientos no eran seguros porque vio como ese malnacido se le acercaba despacio, y tocaba algo en su pantalón, ¿Tal vez un arma?. Era un psicópata desgraciado que además de tocar su pantalón se frotaba más allá mientras decía algo. Además de rufián: un degenerado, no tenía dudas. Corrió desesperado pero entonces vio que venía otro por delante y Carolina gritó espantada al sentir que alguien la atrapaba por atrás mientras un desconocido sonreía de forma perversa apuntándole con un arma.
La joven sufrió un ataque de nervios, comenzó a llorar y él decidió actuar, furioso y más nervioso que ella.
—Suelten a mi esposa ahora desgraciado o los llenaré de balas—dijo enseñándoles una pistola pequeña de 9 milímetros. Los depravados lo miraron asustados, atónitos, no tenían más de veinte años y parecían extranjeros, italianos, el que tenía a Carolina vaciló y ella lo miró suplicante y desesperada. Iban a llevársela a un lugar oscuro para seguramente violarla, y al ver que no podrían concretar su sucia hazaña tiraron el arma y huyeron. Habría querido tirarles un par de tiros por hijos de puta pero debía consolarla a ella, no podía hablar, lloraba sin parar. Nunca antes había sufrido semejante trance, ni cuando era una jovencita.
Deiby llamó a la policía y al imbécil encargado de ese estacionamiento, al parecer nadie había visto nada. Pero esos actuaban de a dos y luego de hacer la denuncia se enteró de que habían violado a varias mujeres en otros estacionamientos oscuros. La llevó en su auto y dieron vueltas por el centro, había un trancamiento espantoso en el centro comercial.
Carolina no quería volver a casa de su tía Eva, era una señora mayor que sufría del corazón, se impresionaría. Y Deiby decidió llevarla a su apartamento en el corazón de la ciudad. Ella lo miró como si la estuviera invitando a su cama.
—¿Dónde estamos?
—En mi departamento.
—Te traje para que te calmes, después de semejante susto.
—No puedo aceptar Señor Deiby, le agradezco todo lo que ha hecho por mí pero, no sería correcto...—dijo nerviosa.
—No, puedes regresar a tú casa así. Y no pienses en que alguien comente algo. Cuente con mi discreción.
—Está bien, se lo agradezco, usted me ha salvado y siempre estaré en deuda con usted... Antes Orlando me llevaba en su auto, nunca frecuentaba esos estacionamientos, me daban miedo al ser tan oscuros.
—Sí, tuvo suerte, pero no pienses en eso que ya pasó y gracias a Dios estás bien.
Carolina secó sus lágrimas inquieta, había tenido un día tan bueno, había podido comprar los zapatos que necesitaba y dos vestidos, no le había llevado más que dos horas. Se sentía tan bien de compras pero luego... De no haber llegado él... era un milagro, como si Dios le hubiera mandado un ángel para ayudarla.
—Esos hombres, no tenían más de veinte años, no puedo creer que estas cosas pasen en Francia nunca antes...
—Francia es como cualquier ciudad cosmopolita Señorita Carolina y desgraciadamente estas cosas siguen pasando y ciertos estacionamientos no están bien diseñados, no tienen seguridad suficiente o esos cretinos la burlaron, al parecer quemaron las cámaras y no se accionó la alarma. Ella sintió que ese sería su año más n***o, ¿Qué más podía pasarle?.
El apartamento de Deiby era precioso y todo relucía, tanto que casi temía tocar algo y romperlo. El hogar de un soltero, que al parecer no debía estar mucho tiempo allí, o tal vez sí y el servicio de mucamas lo dejara todo siempre impecable; sin huellas. Sus ojos observaron las cortinas, los cuadros en el comedor mientras sentía la música suave, clásica recorrer cada rincón.
Deiby estuvo a punto de llamar a un restaurante, pero luego vaciló y le preguntó qué deseaba cenar.
—Nada, no tengo hambre. Muchas gracias. parecía algo atribulada, nerviosa.
—Tal vez necesitas un trago de whisky para tranquilarse...
—No, no bebo, gracias.
Él se sirvió un trago de whisky en las rocas, lo necesitaba, él también estaba tenso, nervioso.
—Tal vez un refresco—sugirió él. Ella aceptó encantada.
—Gracias Señor Deiby. Creo que tomaré... ¿Tiene usted una cerveza? Él sonrió, por supuesto. Guardaba en su nevera algunas para cuando iban sus amigos o parientes más jóvenes y tenía cerveza de distintas marcas. Ella sonrió animada y se atrevió a pedir una pizza con queso para cenar. No podía beber cerveza sin comer una rica pizza con queso fundido. Era una vieja costumbre de los viernes, cuando no quería cocinar porque estaba cansada y pedía pizza en el bar más cercano. Orlando también adoraba la pizza... Vaya, podía pensar en Orlando sin llenarse de odio, eso solo podía ser por la cerveza o porque empezaba a superarlo.
—Tiene usted un apartamento muy bonito. ¿Lo decoró usted?—le preguntó entonces. Se encontraban sentados en hermosos sillones color carmesí, a tono con la alfombra y los muebles de una tonalidad más caoba.
—Sí, pero acudí a un diseñador de interiores, ¿Te gusta?. Carolina asintió y él le ofreció otra lata de cerveza alemana cuando llegó la pizza. Vaya, hacía tiempo que no comía esa chatarra. No es que hiciera dieta ni nada, pero si abusaba de la comida rápida luego se sentía mal, desganado y con náuseas. No tenía un estómago fuerte y tampoco se sentía atraído por la invasión de hamburgueserías ni patatas fritas, jamás iba a esos lugares. Era fanático de la comida francesa y mediterránea, comía mucho pescado y solo probó dos pedazos de pizza. Ella en cambio comió algo más y en la segunda cerveza logró que hablara un poco de su vida, de su viaje a Mirepoix a casa de su tía. Parecía un momento propicio para las confidencias.
—No hay mucho que contar en realidad. Perdí a mis padres cuando tenía nueve años y me crió una tía muy puritana pero de gran corazón; tía Margarita, que me decía “Sal lo con chicos pero no... hagas nada porque luego te dejan preñada y con un hijo que criar...”—sonrió y le confesó que siempre había querido ser una artista. Escritora, pintora, algo que fuera arte pero luego se dio por vencida. No tenía el don de escribir ni era buena pintando, así que se dedicaba a hacer collares para distraerse y sentir que hacía algo artístico con sus manos para lo cual no necesitaba especial talento. —Mi tía quería que estudiara leyes y fuera abogada—agregó—decía que eso le daba mucho prestigio a las mujeres; un título, una carrera universitaria pero nunca fui muy constante en los estudios y fui a la University Of London Institute In Paris.. Hice el esfuerzo por recibirme pero las leyes me aburrían y no tenía temple para abogada. Se necesita fuerza, carácter y yo... Pensé en estudiar cine y me anoté en un curso para escribir guiones y demás... Allí conocí a mi esposo, Orlando. Se sonrojó y notó que sus ojos brillaban como si luchara por no llorar.
—Lo lamento no quise que...—dijo él sin pasar por alto el detalle de que le había llamado mi esposo, no mi ex... Ella lo miró con fijeza.
—No importa, es inevitable que hable de Orlando, fue parte de mi vida, ya no lo es y nunca volverá a serlo. Y en fin, me fue muy bien en ese curso y hasta llegué a participar de una película ayudando a Orlando pero no... No soportaba trabajar con esos directores que se pasaban gritando estresados y era un trabajo agobiante, debía pasar casi diez horas fuera de mi casa por amor al arte, pues porque como éramos estudiantes no recibíamos paga alguna. Era divertido sí, emocionante, y aprendíamos mucho de cine pero yo abandoné y decidí trabajar en una empresa de cosméticos y tener un buen sueldo. Quería independizarme de mi tía, tener dinero ganado por mí. No duré mucho en esa empresa, al tiempo conseguí un empleo mejor p**o; en una revista de chismes... Ese fue el trabajo más emocionante de todos, llegué a enterarme de cada cosa, pero jamás... Podía revelar nada porque era gente de mucho dinero que llevaba una doble vida a espaldas de su familia y de todo el mundo. Luego pasó algo que me asustó mucho y hoy cuando vi a esos hombres pensé que tal vez... Él la miró interrogante queriendo saber qué había pasado. —Es que la directora de la revista apareció muerta, la habían atacado y lastimado y no encontraron huellas...
—¿Como si?
—... Fue una venganza ¿Etiende?. Porque ella descubría cosas que no... Hombres de mucho dinero que... No puedo decirlo pero luego renuncié, tuve miedo de que me hicieran lo mismo. Nunca descubrieron al asesino y ella... Sabía cosas muy graves y me hizo jurar que no diría nada. Pero hasta hizo una denuncia, cuando encontró unas películas con menores... sentí tanto horror que me alejé, tuve miedo... ¿Usted cree que esos hombres quisieran vengarse? Él estaba muy serio.
—No lo creo pero usted, ¿Acaso sufrió algún atentado luego de la muerte de esa mujer? ¿Cuándo ocurrió esto?
—Hace tres años y yo vivía en otro lugar, tenía otro nombre, por eso me dejé el apellido de mi esposo, no porque quiera conservarlo pero... Temo que si uso el anterior... Yo no tenía acceso a esa información pero Victoria se iba un poco de boca a veces, me contaba cosas. Los chismes eran siempre jugosos y se llenó de dinero con ellos. Esos periodistas tenían ciertos códigos, no se metían con los grandes, pero Victoria no le temía a nada y denunció a un político, fue lejos y no le importó porque descubrió algo que atentaba contra todo... “En la vida hay cosas que te superan Carolina". Dijo entonces y me habló solo de una parte de lo que había descubierto.
—Bueno, no piense eso, pasó hace mucho tiempo y luego... ¿Qué pasó con la investigación?
—Uno de ellos fue detenido, pero había otros implicados, era una red de prostitución de menores... El culpable era un eslabón, no las prostituían pero se reunían en la casa de uno de ellos para tener sexo con las chicas y eso era casi tan horrible como lo otro ¿No cree? Eran chicas extranjeras, menores de edad, de esos países pobres... lloré mucho cuando Victoria me contó y creo que lo que le pasó fue una venganza. Orlando me dijo que me saliera, nos mudamos a otro barrio y él me cuidó... siempre fue muy bueno conmigo Señor Deiby, más que mi novio era mi amigo, alguien en quien confiar y por eso... Dice que se volvió loco con esa chica rubia. Hay mujeres que son así, muy bellas y sensuales y siempre quieren sexo. A toda hora, como gatas en celo. Y se atreven... Hacen cualquier cosa, cosas que yo jamás me atrevería. Y Orlando cayó como un tonto, como cualquier hombre tal vez... aprovechó la ocasión. Él fue muy prudente, no atacó a su rival, no le interesaba hacerlo, solo quería saber qué sentía ella por su ex. —¿Y usted desea perdonarlo, Señorita Fuenmayor? ¿Echa de menos a un marido tan bueno?.
La joven abrió los ojos que brillaban por las lágrimas y no respondió, como si no quisiera hacerlo o no supiera qué decir. Y lentamente tomó su vaso de cerveza y bebió, debía estar ebria de lo contrario jamás habría contado esas cosas a un extraño.
—Él cambió, y creo que ya no queríamos las mismas cosas... El mundo del cine, el ambiente de estrellas, mujeres hermosas, lo marearon, lo hicieron desear otras cosas. Él sí es un artista y no quería tener hijos ni una vida hogareña. Me quería a mí sí, como su compañera, su amiga, pero no como una esposa que lo obligaba a ser fiel y a llegar en hora a las fiestas. No sé por qué se casó conmigo ni por qué diablos me embarazó si al parecer esa chica rubia le gustaba y lo perseguía.
Deiby suspiró, vaya, ese tipo era mucho más imbécil de lo que había sospechado, dejar a una mujer como esa; dulce y suave como un pétalo de rosa, por una de esas actrices rubias y muy zorras. Sara Wells. ¿La conoce usted? Él se apuró a negarlo.
—No, no la conozco. Pues él sí la conocía y al parecer no fue solo una vez. Lloró y se alejó incapaz de poder decir algo más hasta que le pidió disculpas.
—Creo que la cerveza me hizo decir cosas que no debía, Señor Deiby. Él la miró y se acercó pensando que le habría dado más cervezas para saber si todavía amaba a su marido y estaba luchando contra el dolor de no estar con él, con el deseo imperioso de perdonarlo y... ¿Tal vez buscar otro hijo? No, eso no se lo diría. Bebió su refresco sabor limón y se atrevió a comer otro pedazo de pizza.
—No tiene nada que disculparse, Carolina, tal vez no tenía con quien hablar y luego de lo que sufrió esta noche, no piense que fue una venganza, es una banda de desgraciados que atacan a las mujeres solas en lugares oscuros y ... Ese estacionamiento no ofrece ninguna seguridad, debería demandarlos. Carolina suspiró, tenía razón.
—Usted estaba allí, como un ángel, fue Dios que lo mandó Señor Deiby. Y no tengo palabras como nunca agradecerle lo que hizo por mí, estoy tan sola aquí... Nunca antes había sentido tanta soledad y desamparo como en esos momentos, yo...—no pudo terminar la frase, su voz se quebró y él conmovido se acercó y la abrazó.
Un abrazo suave pero poderoso que ella necesitaba, solo eso, un abrazo de amigo que en realidad era casi un extraño. Un misterio para Carolina. Porque él jamás le hablaba de su pasado, ni de su presente, en ocasiones sí, hablaba algo y tenía la sospecha de que tras esa fachada de playboy había un hombre distinto, sensible, inteligente... Pero que sentía fobia a los compromisos. Soltero y sin ningún plan de nada. Carolina tembló al sentir su calor, su olor, le encantaba su olor, su voz y sus ojos lo miraron implorante y sin saber ni cómo él respondió a su mirada y la besó. Un beso suave, pero tierno, un beso que despertó en ella algo que siempre había estado dormido... Deseo. Un deseo que recorrió sus labios, su piel, su cuerpo y su alma entera y lentamente se abrió a él, lo abrazó y dejó que su lengua invadiera su boca sintiendo que volaba. Pero no era algo instintivo, no quería un rato de sexo y luego no tener nada que decirse. Además solo había conocido a Orlando y nunca se sintió atraída por ningún otro hombre al punto de querer ser infiel ni nada así. No entendía cómo esas chicas del trabajo podían irse a la cama con extraños solo porque tenían ganas y sus maridos “No la satisfaccian”. Bueno, ella nunca había sido así, ni tampoco se consideraba insatisfecha y de haberse sentido así tampoco lo habría engañado. Y a pesar de las sensaciones maravillosas que despertaba en ella se apartó despacio, pero él la retuvo y la miró con tanta intensidad que tuvo miedo. Durante los meses que trabajó para él jamás se había acercado ni le había demostrado interés ni... tal vez porque era educado, porque no se sentía seguro o porque no...
—Perdona, no debí besarte... Pensarás que quiero aprovecharme y eso no es verdad—su voz viril y profunda la hizo volver al presente.
—Es verdad, no debió pasar Señor Deiby. Fue una locura, un momento de debilidad... No debí beber tanto. En realidad fue ella quien lo besó, y lo abrazó para sentir su calor, su olor, dios, estaba loca por ese hombre, ¿Por qué diablos no se iba a la cama con él esa noche y lo olvidaba todo?. Necesitaba tanto dejar atrás ese matrimonio fracasado y pensar que podía... Empezar algo con alguien. No, esa no era la forma de empezar. Él pensaría que ella era una zorra para divertirse y nada más, como esas chicas con las que salía.
Deiby Hunter, no tenía una relación formal, era un playboy que aprovechaba las oportunidades y por más que fingiera, sabía que si se iba a la cama con él luego no podría volver al trabajo, se sentiría avergonzada de semejante conducta. Y despacio se alejó y él le indicó que escogiera la habitación que deseara. Ella entró en la primera y cerró la puerta sintiendo que temblaba de deseo, debía ser el alcohol, jamás se habría atrevido a besar a su jefe ni a disfrutar tanto... Él la vio irse sintiéndose en una nube, una nube tormentosa llena de deseo salvaje, insoportable... Sin embargo sabía que solo sería un beso, la conocía, acababa de confesarle esa noche que solo había dormido con su marido y que él la había abandonado por una zorra que hacía cosas que una mujer decente jamás haría... Pero Carolina, había respondido a su beso, la había sentido cálida, tan dulce en sus brazos, su boca, adoraba su sabor y en ese momento habría insistido un poco más, estaba tan loco que tal vez... No, ella no estaba preparada para dormir con él, solo había sido un acercamiento, un paso más al deseado objetivo; una noche de sexo con la mujer que lo había hecho esperar más que ninguna, y a la que deseaba como un demonio, con un deseo tan intenso que por momentos temía volverse loco. Pero debía ser paciente. Paciencia. Solo eso. No se le escaparía, no importaba lo que tuviera que hacer, decir o mentir... Una noche para saciar su deseo, una noche inolvidable que no tuviera fin. Sintió su m*****o erguido, duro como roca y nada dispuesto a irse a la cama como haría él, bueno, mejor sería darse un baño y olvidar el asunto porque sabía que no pasaría mucho más esa noche