CAPÍTULO OCHO Irrien salió de sus nuevos aposentos, tan satisfecho como solo un conquistador puede estarlo. Caminaba dando pasos largos con la confianza de un hombre que no tiene rivales, dejando detrás suyo esclavas tomadas de la flor y nata de las mujeres de la nobleza del Imperio. La noche anterior lo había celebrado y lo que decían las canciones era cierto: el vino robado siempre sabía mejor. Iba con mucho cuidado para no t*****e la herida que tenía en el hombro y que le dolía. Se la había limpiado y vendado, escondiéndola bajo su túnica oscura. Pues hoy, y cada día, sería el líder fuerte que su pueblo necesitaba. Haría el papel hasta que sanara lo suficiente para estar fuerte de nuevo. Evidentemente, había un séquito de parásitos esperando tan pronto como salió de sus nuevos aposen