Capítulo 1: Tequila y despecho

2025 Words
6 años después Boda número 3 del mes. Boda número 14 del año. Otra boda en la que yo no soy la novia, y en la que mi madre se encarga de darme comentarios sutiles (que no lo son) sobre cuándo será la mía, o sobre cuándo le daré un nieto finalmente. Pero esta boda no es como cualquier otra, no es una celebración en la que estoy anhelante de felicitar a los novios, no es una boda en la que me puedo burlar en mi cabeza de las extravagancias. Si buscase una palabra para describir esta boda sería la de sencilla. Es una ceremonia pequeña e íntima, probablemente haya como 30 invitados apenas. Estoy sentada en una tercera fila y aun así no me es suficiente para escaparme sin que me vean. No quiero estar en este sitio. Me remuevo incomoda en mi asiento y veo de reojo a mi madre, la intachable, recta y estricta jueza Doris Aguilar, con los ojos mojados. Es una cursi para las bodas, y siempre debo ser yo la que le acompañé. Nunca siendo la mía. Con las palabras para la unión siendo dadas a los futuros esposos, me tengo que concentrar en los detalles de la decoración. Estamos al cielo abierto, en el jardín precioso del Hotel Montenegro, la belleza del lago se acentúa con los tonos naranjas del atardecer, y las rosas blancas de los adornos florales le dan un toque clásico, no ostentoso. Hay tonadas suaves de violín en  el ambiente y el sentimiento de intimidad de esta ceremonia son encantadores. Al igual que los novios. La novia luce un suave vestido de seda color perla, lleva el cabello suelto, y a su lado el novio está absorto, no en las palabras de quien les está casando, sino en su mujer. Esta le tiene que dar un apretón disimulado en el muslo para que preste atención a donde debe, y así el hombre lo hace a regañadientes. Encantador, son encantadores, tanto que los detesto con pasión en este momento. Como no lo he hecho  en ninguna de las bodas a las que he ido anteriormente. ¿Por qué? Porque  siento envidia de la novia. Una envidia desagradable, tortuosa y repudiable. Por un hecho que pocos parecen recordar. Yo Doris Córcega, pude tomar su lugar. El de la novia. Así es, mi madre y yo estábamos entre la escasa lista de invitados de la boda de Aidan Byrne. Mi ex. El hombre que una vez amé, y que hoy frente a mis ojos se estaba casando con la mujer que siempre él amo, Elle Fernández.  ¿Sabes que es lo peor de todo esto Doris? Que una parte de mí está contenta de verdad por ellos. Ambos son buenas personas, y a pesar de que no interactuó mucho con Elle, no es alguien desagradable para yo ser la ex del padre de sus hijos. Es amable, es divertida y tiene a unos adorables trillizos con él. Y ¿Aidan? ¿Yo que puedo decir de ese hombre? Aidan fue una vez para mí el hombre perfecto. La pareja perfecta. El individuo que hizo lucir como vagabundos a las parejas que le siguieron. Considerado, inteligente, responsable, y quien me dijo de una sola vez al mencionarle sobre matrimonio e hijos, que no teníamos los mismos intereses. Rompió mi corazón en millones de pedazos, y lo terrible es que no le podía odiar. No le podía odiar porque la vida era así, sobre el corazón no se podía mandar. Y realmente estoy feliz por él, porque haya sido capaz de hacer una familia con esa mujer, pero, verle tan enamorado después de haber roto hace seis largos años, me hace sentir como una fracasada. Envidio el tener una historia de amor como esta, una boda tan simple y elegante como esta, unos traviesos y tiernos hijos como esos. Y en consecuencia a un hombre como él. Por más patético que suene deseo estar en la posición de Elle. Pero no puedo y aparentemente nunca podré porque el amor no está hecho para mí. Todos los hombres que han venido a mi vida me han dañado, sido infieles o patanes interesados más en el dinero de mi familia. Él único bueno, ese que pudo ser el príncipe azul que deseaba de niña, tenía un solo defecto, no me amaba. Y nunca lo hizo. Nunca. Era un hecho, las historias de amor y los finales felices no estaban en mi destino. Yo era más bien un personaje secundario en la novela romántica del que una vez amé. Y eso me dolía, me sentía tan pequeña y sucia ante estos sentimientos que no debería tener. Los ahora esposos dan las firmas correspondientes, y esta tortura está por finalizar. Aunque no se me escapa que la nueva señora Bryrne ha visto algunas veces detrás de sí y a los lados buscando a algo o a alguien. No me debería interesar ello, lo olvido y cuando todos los invitados se levantan yo emprendo mi huida del sitio. —¿A dónde vas hija? — me detiene mi madre sosteniéndome por el brazo. —Voy al baño mamá. Ya vuelvo — le respondo. —¿Por qué mejor no saludamos a los esposos y nos marchamos temprano? — me responde en un tono dulce que me hace sonrojar. Mi madre debió leer mis intenciones de huir de ese sitio, no podía hablarle a Aidan o me pondría a llorarle. Cuando acepté la invitación que me dio como compañera de trabajo, y amiga, debí haberle rechazado, mas, necesitaba comprobarme que no me afectaba la situación pero sí lo hacía. Mi garganta me pica y solo quiero huir, odio mi debilidad. —Mamá — digo soltándome y fingiendo que no me desmorono por dentro — en serio solo voy al baño. No estoy mal por la boda, estoy bien ¿qué esperabas que dijese YO ME OPONGO? —No, esperaba que te desmayases en medio del pasillo. Eso es más efectivo para interrumpir una boda. Ella lo dice calculadoramente y yo no puedo evitar reír. Así era mi madre, mi soporte, quien me hacía reír al mismo tiempo que frustrar. —Baño. Necesito un baño — le vuelvo a sonreír saliendo de ese infierno. …. Lo siento mamá. Por no cumplir tus sueños de matrimonio, ni darte tu primer nieto, ni volver del baño como te dije. ¿Mi solución? Mentir en el baño sobre una emergencia de trabajo imaginaria y conducir lejos del averno. No tan lejos, necesitaba un trago o como un millón, por lo que conduje al hotel de al lado, a uno de los bares del hotel cercano más bien. Mi destino era la barra, porque no planeaba salir caminando recto de ese sitio. Estaba tan cansada de pretender que era la mujer perfecta. La perfecta e intachable Doris no podía atragantarse de alcohol en público porque  tenía una reputación que cuidar, la de los Córcega Aguilar. La última vez que me emborraché quizás tenía 19, porque una profesional no hacia esas cosas. No hacía nada malo, no cometía errores, estaba tan cansada de esa mierda. De solo ser buena para que el mundo me golpease una y otra vez. Al ver la barra casi sola, me ubicó y pido un shot de tequila. Lo absorbo sin dudas y mi garganta quema con escozor. Tanto que un ataque de tos me invade. Y unas risas a mi lado inician. —Cuidado con eso o no lo contarás para mañana… Quien me hablaba era… era… un hombre arrebatadoramente atractivo. Estaba sentado a unos dos puestos del mío y llevaba un traje desordenado.  La chaqueta no se veía por ninguna parte, pero si su camisa desabotonada en el cuello con un lazo desatado a un lado. También su cabello castaño estaba desordenado y sus ojos sonriéndome. En su mano tenía un vaso de lo que creía era ron. —No quiero contar nada para mañana. Quiero encerrarme y no salir de mi cueva por semanas… oye, déjame la botella de tequila por favor — pido al hombre de la barra que hace lo que pido. También me trae otro vaso de shot, y un platillo con gajos de limón y sal. En lo que dura haciendo todo eso veo que el hombre a mi lado da un largo sorbo a su vaso. Será que el alcohol me volvió loca, pero … pero… quiero acostarme con él. No he tenido sexo con un desconocido, lo he hecho todo como debe ser. Salir en citas, establecer un noviazgo, enamorarme, sexo, ruptura, tiempo de receso de meses o años y volver de nuevo a la búsqueda.  Todo en orden y como sugieren ¿para qué? Si la vida fuera justa estaría casada y con por lo menos un niño. No en este estado por un ex novio de seis años. ¿Por qué no hacer una fantasía realidad? Tomo la botella, los shots, el platillo y me siento a su lado. Le sonrió en ese proceso, y el hombre se limita a verme curioso por mi acercamiento. —Como ya se te acabó la bebida, acompáñame a no ser la única saliendo arrastrada de este bar — le digo sirviendo tequila para los dos. —No me gusta el tequila — me replica en una sonrisa sexy dejando el vaso de ron a un lado. —A mí no me gusta beber sola. —Si es así — él ve a los lados — ¿por qué estás sola? —No estoy sola, estoy acompañada, por ti — levanto el shot y el desconocido accede toma el suyo para hacer el brindis conmigo. Ambos bebemos en seco olvidándonos de la sal o el limón. Lo cual me hace creer algo. —¿Es que deseas salir arrastrándote por algo o alguien ah? — le sonrió coquetamente. —No era mi plan, pero ahora que lo mencionas sí — su rostro se tiñe de amargura. —Déjame adivinar — saboreo uno de los gajos de limón — ¿un despido? Él toma la botella y me sirve otro shot. —Por cada falla tomas un trago ¿te parece? —No debería hacer esto… — comento para después tomar el shot y tragarlo de una en un sonido de alegría. A la mierda todo y todos. Las risas del desconocido son intoxicantes — otra más, imposible fallar, una mujer. —Si lo adivinaste tan rápido se pierde el chiste… mi prometida me engañó con otro hombre. —Uy, eso me dolió hasta a mí. ¿Llevaban mucho? —Más de cinco años. La boda era para julio — se sirve otro trago y bebe — todo estaba p**o. —¿Era una de las grandes? — indago con algo de tacto. —De las gigantescas. La luna de miel era en Santorini. Una semana. No lo puedo evitar pero me rio. Porque buscando olvidarme del despecho me conseguí con otro despechado que compartía una situación más patética que la mía.  —De los compañeros de trago improvisado no se burla, es un código moral. No puedo evitar reírme de nuevo, viendo sus carnosos labios y su atractiva silueta. Estoy en llamas ahí abajo, y en el estómago con tanto tequila. —Es que es gracioso que hayas llegado hasta este sitio por una boda, que nunca ocurrió pero boda. Porque yo estoy aquí por la boda de un ex, uno de esos inolvidables ¿sabes?  — vuelvo a degustar un limón. —¿Qué tan inolvidable? —Seis años han pasado desde que rompimos. ¿Estamos casi a la par en las fechas? ¿Será el destino? Creía que me iba a responder pero con su pulgar delineo una de las comisuras de mi boca. Su mano caliente y masculina, me hizo fantasear con cosas prohibidas. —Tienes rastros de limón por toda tu boca… y- Él quiere apartar la mano pero yo la detengo colocando mi mano encima de la de este. Y le miro con sensualidad. —¿Por qué no nos desquitamos de nuestro despecho mutuamente?
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