“No embarazada”.
La prueba de embarazo salió negativa. Valentina no lo podía creer, ella tenía síntomas, debía ser cierto que sí estaba embarazada. Así que decidió hacerse una prueba de sangre y acababa de recibir el resultado: no embarazada.
Se recostó a la pared y se dejó caer lentamente.
La única esperanza que tenía de ser feliz y se había ido. Parecía que la vida quería mantenerla en una perpetua tristeza.
Empezó a reír y después las lágrimas salieron a borbotones de sus ojos. Soltó un gruñido y arrugó la hoja de papel. Volvió a gritar y después recogió sus piernas, abrazándolas.
¿Qué había hecho mal? ¿Por qué la vida la castigaba tanto?
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No supo en qué momento se quedó dormida en el suelo, pero la despertó el sonido de la puerta. Por un momento tuvo miedo de que fuera una nueva amenaza, pero después reconoció la voz de Marko, la estaba llamando.
Al reincorporarse sintió un cansancio que la entumecía y un fuerte dolor de cabeza.
Abrió la puerta aún desorientada y acongojada. La mirada de Marko se mostró aterrada por lo que veía.
—Por Dios, Val, ¿qué tienes? —La tomó de las mejillas—. ¡Dios… estás hirviendo en fiebre!
Ella estuvo a punto de desvanecerse, pero él la tomó en brazos.
—¡Val, Vale… ¿qué tienes?!
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Valentina tenía anemia, además de un muy fuerte resfriado. Debía subir al menos cinco kilos para estar en su peso ideal.
Marko la tomaba de la mano y le acariciaba la frente. El doctor acababa de marcharse y le dejó instrucciones, así como medicamento.
Marko estuvo por horas cuidando a la joven, tuvo tiempo de ir a comprar comida cuando abrió la nevera y lo único que encontró fue una manzana podrida y un yogurt caducado. Mientras organizaba la compra en la cocina preparó un caldo y después, terminó limpiando el piso; así pasó a lavar el baño y por último subió a los cuartos para organizarlos. Terminó dejando la casa reluciente.
Y encontró los papeles que Valentina le había robado. Pero decidió volverlos a dejar donde ella los escondió.
Volteó a ver a la joven que dormía profundamente. ¿De verdad quería asesinarlo? No sabría cómo reaccionar si Valentina lo amenazaba con un arma o intentaba agredirlo. De lo único que estaba seguro era que él sería incapaz de hacerle daño a ella.
Despertó a Valentina cuando el caldo estuvo listo. Ella se recostó en la cama y se sorprendió al ver la taza de sopa frente a ella.
—Ten cuidado, está caliente —advirtió él.
La joven notó que él tenía puesto un delantal, ¿qué estuvo haciendo? ¿Limpiando?
Notó por la ventana que ya era de noche.
—¿Cuánto he dormido? —preguntó.
—Como unas cuatro horas, creo —respondió Marko—. El doctor vino a verte, pasará a las siete para ver cómo sigues. Debes tomarte el medicamento cuando termines de comer.
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Valentina bajó a la cocina cuando terminó de comer, iba cubierta por un largo abrigo de algodón, aunque ya se le había pasado los escalofríos que la atosigaron anteriormente.
La casa estaba olorosa y reluciente, la cocina se veía impecable y tenía un delicioso aroma a desinfectante con olor a bebé. Abrió la nevera y la encontró repleta de comida.
Se mordió el labio inferior. Si Marko quería hacerla sentir culpable, lo estaba logrando exitosamente.
—¿Ya te sientes mejor? —escuchó detrás de ella.
La joven se volteó y encontró a Marko, ya no llevaba puesto el delantal. Le daba la impresión de que él estaba a punto de marcharse.
—Ah, sí. —Valentina cerró la puerta de la nevera y llevó una mano a su nuca, después la bajó, se sentía inquieta—. ¿Qué me pasó?
—Te desmayaste —informó Marko y metió las manos en los bolsillos del pantalón—. El doctor dijo que estás desnutrida, tienes anemia, por eso se te hizo fácil pescar el resfriado. Debes cuidarte más.
—Ah… por eso los malestares —soltó ella.
—Sí, ¿ya te tomaste el medicamento?
—Sí, ya, gracias por todo.
—Bien, guarda mucho reposo y come bien —informó—. Te guardé comida en la nevera, nada más debes calentarla.
Él estaba a punto de marcharse, pero ella lo llamó.
—Espera… —soltó, Marko volteó a verle—. ¿Por qué me cuidas tanto?
—Es lo mínimo, te desmayaste en mis brazos.
—Pero, siempre has estado aferrado a mí, ¿por qué?
Marko desplegó una sonrisa, pero a Valentina le pareció que se veía triste.
—¿Acaso no es obvio? Porque estoy enamorado de ti, ¿no es lo que se hace cuando se está enamorado?
Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas. Sacó del bolsillo de su abrigo la cartera del hombre.
—Se te queda esto.
Marko la tomó con rapidez, casi como si temiera que ella descubriera algo.