Valentina sabía que todo había comenzado esa noche en que cometió el error de tener sexo con su jefe. Todo comenzó esa noche, cuando su historia volvió a entrelazarse como en el pasado.
Aquello se dio un mes antes de conocer a Lorenzo, una noche en que acompañó a Marko a una cena de negocios y ella tomó copas de más. Por alguna razón que en ese momento no comprendió bien gracias al alcohol, terminó en la casa de su jefe conversando con él como en los viejos tiempos y esto llevó a que Marko le robara un beso que tenía sabor a vino; se sintió tan envuelta en aquel beso que todo se prestó para que ella se acostara en la cama de su jefe.
Siempre había sospechado que Marko nunca había podido superar los sentimientos por ella que muchos años atrás habían florecido entre ambos, cuando apenas eran unos adolescentes. Pero no fue hasta ese momento que lo confirmó, cuando aquel hombre se acostó encima de ella y la besaba con suma pasión, casi era un deseo que estuvo reteniendo por mucho tiempo, así se lo estaba transmitiendo.
Fue extraño y al mismo tiempo increíble para la joven.
Sus cuerpos se habían vuelto a unir y se saludaban como si nunca en sus vidas se hubieran alejado. Aquel hombre sabía hacerla mujer, tratarla con gran delicadeza y hacerla sentir amada.
Debía aceptar que Marko Rumanof era sumamente guapo, con un cuerpo esbelto y marcado, sus facciones eran casi perfectas y una mirada seductora, de largas y tupidas pestañas, con ojos verdes esmeralda que seducían a cualquier mujer que observara.
La hizo sentir placer como ningún hombre lo había hecho, nada más Marko Rumanof conocía tan bien su cuerpo y entendía cuáles eran sus puntos débiles.
Y en el acto no dejaba de susurrarle al oído “me encantas, me fascinas”.
Valentina lo atribuyó al vino, que su jefe estaba borracho, por eso le decía aquellas palabras, porque… de haber estado sobrio, jamás habría aceptado su lado más vulnerable: los sentimientos que tenía reprimidos por ella.
Sin embargo, al día siguiente, cuando se despertó, Marko seguía comportándose inusual con Valentina; le ofreció desayunar con él y la trataba inusualmente cariñoso, no era ese hombre distante, malhumorado y apático que siempre le mostraba. Así estuvo por varios días, mostrándole una faceta que ella nunca había visto de él en todos esos años.
Aunque todo acabó cuando Sara, la prometida de Marko, regresó de su viaje. Valentina los escuchaba discutir casi a diario y se rumoraba que ya no estaban comprometidos.
En aquellos días Valentina estaba con el pulso acelerado, presintiendo lo peor para ella: le ayudó a su jefe a serle infiel a su prometida. Presentía que en cualquier momento Sara entraría a su oficina y la abofetearía, le gritaría y la expondría a la humillación pública.
Los días pasaban lentos, diluyéndose de la forma más dolorosa posible. Era una quietud y tranquilidad que estaban volviendo loca a Valentina. Terminó comiéndose las uñas hasta que le sangraron.
Y cuando no pudo más, decidió enfrentar a Marko, preguntarle qué estaba sucediendo, si realmente se iba a separar de Sara.
Marko nada más se limitó a observarla con aquella mirada distante e impenetrable que siempre llevaba cuando de verla a ella se refería, después volvió a observar la carpeta con papeles que tenía desplegada sobre el escritorio de su oficina y parecía que estaba firme en su idea de ignorarla.
—Marko… —pidió Valentina casi en un hilo de voz.
Silencio incómodo…
Marko volvió a verle, esta vez se acomodó en el espaldar de la silla de escritorio, todo su cuerpo depuraba seguridad: él era el jefe, era quien tenía el mando de la situación y ella nada más era un peón, un objeto de fácil reemplazo.
Y así se lo hizo saber.
—¿Por qué me separaría de mi prometida? —cuestionó—, llevo diez años de relación con Sara. No voy a reemplazarla por una aventura más de las que me gusta tener.
Valentina sintió que el mareo la consumió y tuvo que colocar todas las fuerzas para no derrumbarse frente a su jefe.
Una vez más la había usado a su antojo.
Se sintió absurda al seguir de pie en frente de Marko mientras él volvía a su trabajo, firmando y revisando documentos. Después de unos minutos volvió a observarla, esta vez con una ceja levantada.
—¿Qué haces ahí? ¿Acaso no tienes trabajo que hacer?
Valentina, con labios temblorosos, salió torpemente de la oficina en silencio.
Por meses creyó que todo había sucedido tal cual como había presenciado, como lo vieron sus ojos, pero había algo más, todo era más profundo de lo que imaginaba. Algo sucedió para que por primera vez en diez años de relación estable Marko y Sara estuvieran a punto de separarse y todas las señales llevaban a Valentina, a esa noche de pasión.
Pero Valentina no pudo verlo, al menos, no en ese momento, porque fue cuando conoció a Lorenzo, entró a su vida moviendo sus cimientos y llenándola de felicidad.
Y fue cuando una vez más Valentina conoció la furia de Marko.
Marko Rumanof no quería a Valentina, no para tenerla como su pareja oficial, a quien pudiera presumir, pero sí que la quería para que siguiera siendo su peón, el objeto que podía tomar y entretenerse cada vez que quisiera para después tirarlo a un rincón hasta que volviera a recoger cuando se acordara de ella.
Y eso no podía hacerlo si estaba casada y siendo amada por otro hombre.
Como todo un Rumanof, debía encargarse de alejar lo que le estaba estorbando.
Valentina ya lo había visto, por primera vez había presenciado hasta dónde podía llegar Marko para no perder lo que más le gusta, sus objetos más valiosos. En el pasado, cuando era mucho más joven tuvo una probada de su furia desmedida, pero nunca a ese nivel, donde una persona podía resultar muerta.
Teniéndolo en frente, mientras él acaricia con una mano su mejilla, Valentina se siente perder en el iris esmeralda de sus ojos y se cuestiona cómo un hombre de belleza tan perfecta puede ser poseedor de tanta maldad.
—¿Qué harás esta noche? —pregunta Marko.
—Nada, señor —responde.
—Perfecto, quiero que me acompañes a cenar.
Valentina se fuerza a sonreír, pero todas sus entrañas se sienten asqueadas y revueltas. Sus adentros gritan que se aleje de aquel hombre. Pero se contiene, demostrando sus dotes de actriz.
Marko se aleja y permite que ella proceda a salir de la oficina con los papeles en mano. Pero antes, la llama por última vez.
—Valentina.
Ella voltea a verle. Marko se recuesta al escritorio oscuro de cristal y la observa con intensidad, tiene algo diferente al verla, como algo… llamado sentimiento. Valentina no sabe qué es.
—¿Cómo estás? —pregunta y la joven logra vislumbrar un tono de preocupación genuino.
—¿Qué?
—¿Cómo estás? —repite Marko—. Sé que todo esto es sumamente difícil para ti, aparentas que todo está bien, pero sé que no lo estás.
Un fuerte nudo de fuego se forma en la garganta de la jovencita. Intenta tragar saliva y le pasa dolorosamente, casi ahogándola.
—Estoy bien —por fin logra responder.
Marko dibuja forzadamente una mediana sonrisa y permite que ella por fin se vaya de la oficina. Entre él y Valentina hay un mar de distancia con una oscura profundidad llamada secretos, oscuros secretos que podrían devorarlos vivos de ser revelados.
Él sabe que todo ese desastre comenzó la noche en que Sara se enteró de su aventura con Valentina, no sabe cómo lo hizo, pero cumplió de alguna forma su amenaza de vengarse por su traición, porque desde ese día su vida se convirtió en un infierno.
Una vez más, tuvo que jugar el papel de monstruo.
Pero quedó la gran incógnita: ¿cómo lo hizo Sara? ¿Cómo logró su venganza? Y Lorenzo, ¿cómo llegó a ser parte de todo ese rompecabezas?
***
El restaurante era fino y exclusivo, de los que le gustaba frecuentar a Marko. Un grupo de jazz tocaba en vivo y la mesa donde estaban ubicados se encontraba en una esquina, cerca de un gran ventanal que dejaba ver la pomposa vista de la ciudad nocturna.
Valentina intentó colocarse un buen vestido para la ocasión, algo elegante, pero se sentía tan mal anímicamente que optó por usar uno n***o de satén que era el seguro, pues le quedaba bien y le servía para todo tipo de ocasión.
Marko había pedido la cena, había llegado un poco antes que ella y cuando la joven llegó, ya todo estaba listo.
Valentina tenía una copa de vinotinto servida, pero no la había tocado.
Observaba a Marco con su perfecto traje hecho a la medida y el reloj de su finísima colección que usaba. Era impresionante, nunca le había visto repetir reloj, era uno de sus gustos más excéntricos: coleccionar relojes, sabía que tenía en su mansión todo un cuarto lleno de éstos y más joyas. Pensaba en que nada más necesitaba una oportunidad para entrar y robarle algunos, seguro con unos cuantos y se haría toda una fortuna. Pero necesitaba pensar en grande, su venganza no podía reducirse nada más en convertirse en ladrona de joyas. Marko tenía una caja fuerte, allí guardaba documentos importantes como escrituras de propiedades de los Rumanof que estaban a su nombre y grandes sumas de dinero, había hasta barras de oro en aquella caja fuerte. Debía hacer que le diera la contraseña, ese era su objetivo principal, la etapa inicial de su venganza.
Salió de sus pensamientos cuando Marko comenzó a hablar de algo y ella no sabía de qué, por estar concentrada en su venganza.
—…por eso, si necesitas tiempo para ti, lo voy a entender, no es necesario que te rijas al contrato que firmaste —decía él—. Sé que mis padres te hicieron firmarlo para asegurarse de que no interpondrás una demanda contra nosotros, pero fue una simple formalidad, no debes comenzar a trabajar enseguida, si necesitas vacaciones, puedes tomarlas. No vas a incumplirlo si sigues descansando.
Ah… estaba hablando del documento donde la familia Rumanof compró su silencio. Claro, él sería de los que la invitaría a cenar para recordarle que no debería abrir la boca o intentar nada en contra de su familia.
—Y sobre el accidente de Lorenzo, sé que es duro para ti tener que aceptar que él ya no está, sobre todo porque estaban recién casados —agregó Marko—. Por eso creo que las vacaciones podrán hacerte bien. Claro, si no deseas tomarlas y seguir como ahora, estará bien.
Valentina no podía creer que hablara con tanta ligereza sobre la muerte de su esposo.
—Y yo… lo siento, Valentina —soltó él de repente con tono serio—. Perdón, sé que destruí todo tu mundo en aquel accidente. Perdón.