CAPÍTULO 7

1784 Words
CHRISTIAN —Tú —murmura. Siento mi corazón acelerarse. ¿Está diciendo lo que creo que está diciendo? —¿En serio? —pregunto incrédulo. ¡No puedo creerlo! Yo le gusto. Creo que jamás imaginé esto. Aunque yo la amo pero gustar se acerca... supongo, ¿no? Puedo llegar a conquistarla y que me quiera más. Entonces ella se echa a reír y mis hombros caen en decepción. Ella está jugando conmigo. ¿No que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad? —¡Por supuesto que no! Debiste ver tu cara —dice entre risas. Su aliento huele a alcohol pero tengo tantas ganas de besarla y probarlo de sus labios—. La verdad es que me gusta mi vecino. Se llama Nathan. Va todos los días a mi departamento a pedir sal, pero sé que es una excusa para verme. ¿No es tierno? —Vuelve a reír y susurra esto como si el gilipollas que me está robando su corazón estuviera aquí en este momento. Aprieto mi mandíbula y salgo de su habitación dejándola sola. No soporto escuchar más. —¡Christian! —la escucho gritar detrás de mí. Amo cuando dice mi nombre porque eso no es muy común. Me detengo y la enfrento. —¿Qué, Ana? Ya vete a dormir y que sueñes con tu vecino. — Me doy vuelta y camino a mi dormitorio. —¡Es que no es cierto! —Eso me hace detener—. ¡Nada de lo que dije es cierto¡ Sólo bromeaba, ya no tienes de qué estar celoso, ¿bien? Creo que bebí de más —murmura avergonzada. ¡Yo no estoy celoso!—. Bueno... yo me iré a dormir. Estoy algo mareada. —La veo perderse en su habitación. Suspiro y paso las manos por mi cabello, frustrado. Voy a morir antes de los treinta y sólo falta un año para eso. Anastasia me va a sacar canas verdes. Cierro la puerta de mi habitación y me quedo un momento recostado en ella. Tenía tantas ganas de quitarle ese maldito vestido blanco virginal. Virginal... como si eso fuese posible. Me acuesto de espaldas en la cama y miro el techo. Quiero golpear a Jake y, definitivamente, quiero besar a Ana. Elliot me llamó ésta mañana y ya sé quien es el culpable de que me encuentre en la misma habitación con Ana. Esa fue su broma al decir que parecíamos marido y mujer discutiendo siempre y por eso lo de la luna de miel. Tal vez pensó que así por fin pasaría algo entre nosotros, que si pasó, pero nada ha cambiado. Ella sigue siendo la misma odiosa conmigo y, aunque mis ganas de hacerla enojar son menores, aún sigo haciéndolo. Mi conexión boca-cerebro se rompe cuando se trata de una discusión con Anastasia. Y sé que mis palabras pueden llegar a lastimarla, pero son muy pocas veces las cuales he visto lo que provocan mis palabras en ella. Mañana salimos a New York. Todo aquí salió a pedir de boca con el trato con los taiwaneses, pero con Anastasia todo es impredecible. Sé que no podré dormir y no quiero pensar más. Así que busco mi laptop y me acomodo en la cama a responder algunos correos electrónicos. *** —Esto es horrible. —La escucho murmurar a mi lado. Estamos en el Jet, nos espera un largo vuelo a New York. Una de sus manos está apoyada en su sien y sé que tiene una fuerte resaca. Acabamos de comer lo que nos trajo la azafata y aunque yo me comí todo, ella no comió más allá de la mitad. Lo cual es muy poco. Esto es muy preocupante. —Es lo menos que te mereces. Nadie te mandó a tomar de la manera tan desenfrenada que lo hiciste. —No puedo evitar decir, pero no pongo los ojos en ella y continúo con mis ojos en mi laptop. —Nadie pidió tu opinión, Grey —gruñe. Sonrío sin poder evitarlo. Mi fiera está devuelta. —Yo sólo decía. —Levanto mis hombros con gesto "inocente". —Pues deja de decir —gruñe, de nuev—. Oh, mierda, duele mucho —vuelve a murmurar. —Y tenemos la primera reunión... —Miro mi reloj—... media hora después de que lleguemos. Así que será mejor que te sanes de aquí a que lleguemos. Te toca dirigir la reunión. —Río. —¿Quieres callarte? De verdad, sólo callate la maldita boca. Tu voz me irrita más. —Yo sólo... —... Decías, lo sé. Así que deja de decir y no te lo vuelvo a repetir. —Muerdo el interior de mi mejilla para no reír. Nadie jamás me había hablado como ella me habla y eso sólo me divierte. Su teléfono suena y no sé por qué rayos tiene el teléfono encendido en el avión. La miro reprobatoriamente cuando la veo contestar. —¿Hola?... ¡Papá! —Una verdadera sonrisa se posa en sus apetecibles labios—. ¿Cómo estás?... Yo estoy bien... Sí, lo siento he estado ocupada, de hecho ahora estoy en el avión de la empresa camino a New York... —Decido molestarla un poco—. Claro... pronto... —Deslizo mis dedos por la curva de su cuello cerca de su nuca y ella se estremece—. Eh... sí... espera un momento pa'. —Despega el celular de su oído y me mira fulminante—. Deja de hacer eso si no quieres quedarte sin bolas. —Río pero la dejo en paz—. Sí...Nos vemos pronto, lo prometo... Yo también te amo, pa'. —Y cuelga. —Yo también te amo, pa' —la imito para después reír. —¡Ahg! Contigo no se puede. —Se pone de pie, pero se tambalea y de inmediato la ayudo a sentarse. —¿Estás bien? —pregunto preocupado. Ella no se ve bien... de salud. —Sí... debe ser estragos de la resaca. —Recuesta su cabeza en el asiento—. Voy a dormir. Pasé la noche vomitando. Trata de no hacerme ninguna broma mientras duermo, por favor. —¿No prefieres ir a la habitación del jet? —Aunque preferiría que se quedara aquí y así llevar a cabo mi venganza por dejarme atado pero si ella se siente muy mal supongo que tendré que los posponerlo. —No, gracias. No dormiré en un lugar donde hayas estado antes. —Eso no es totalmente cierto, estuve toda la noche atado a su cama en Taiwán y ella aún así durmió allí la noche siguiente. Se acomoda más en el asiento—. Ahora déjame en paz. — Cierra los ojos y yo la observo dormir. Diez minutos después, la muevo un poco y su cabeza cae en mi hombro. Parece inconciente pero sé que sólo duerme. Bien. Hora del show. —Psss... Taylor —murmuro para no despertarla, no aún. Taylor voltea hacía mí y le hago una seña. Él niega con la cabeza, pero lo veo desaparecer en la cabina del piloto. Es hora de hablar con Stephan. Tal y como lo planeamos. Ella se ve tan bonita dormida... y despierta, pero creo que ella se enojará mucho conmigo por esto. Minutos después las alarmas de emergencia del jet suenan y yo tengo unas tremendas ganas de reír pero doy mi mejor actuación. —¡Ana! ¡Ana! ¡ANA! —Ella despierta sobresaltada—. ¡Se cae el avión, Ana! ¡Estamos cayendo! ¡Vamos a morir! —La zarandeo y ella mira a todas partes asustada. Las mascarillas de oxígeno caen en frente de nosotros y aún se escucha la alarma, es entonces cuando ella comienza a gritar. —¡Oh Dios mío! ¡Oh por Dios! —Entonces ella sube a mi regazo. Esto no me lo esperaba—. ¡No quiero morir virgen! ¡No quiero morir! —¡No me jodas! Ella se aferra a mi como lapa...¡Espera! ¿Ella dijo que no podía morir... virgen? ¡No es posible! —¿¡Eres virgen!? —Ella me mira con los ojos como platos. Para entonces la alarma ya se había detenido ya que había cumplido mi cometido; asustarla. —¿¡Qué?! ¿Era una maldita broma? —Ella golpea mi pecho varias veces antes de ir a su asiento—. Eres un maldito, Grey. ¡Te odio! —sisea entre dientes y Se cruza de brazos. —Responde mi pregunta, Anastasia. ¿Eres... virgen? —La veo sonrojarse y a pesar de la respuesta negativa que me da, sé que está mintiendo—. No mientas, Ana. —¡Maldición! ¡Déjame en paz! —Se pone de pie y camina por el pasillo. Yo la sigo y la tomo del brazo acercándola a mí. —No debes avergonzarte por eso. Es... increíble. De verdad increíble —susurro y me doy cuenta que estamos muy, muy cerca. —Es que... es muy vergonzoso. Tengo veintitrés y nunca he estado con nadie —murmura sonrojandose aún más y con la mirada baja. Tomo su barbilla y nos miramos a los ojos. Y ahí está... ese sentimiento tan abrumador de querer besarla como si se me fuera la vida en ello. Pero no me retengo... la beso. La beso fuerte, sosteniendo su nuca en una de mis manos y la otra en su cintura manteniéndonos lo más cerca posible. Retrocediendo un poco y nos topamos con una de las paredes del avión. Al ver que ella me devuelve el beso con el mismo desenfreno, llevo mis manos a sus nalgas y la hago envolver sus piernas en mi cintura, haciendo fricción en nuestros sexos. La escucho gemir en mi boca y yo siento que voy a explotar. El delicioso ardor en mis pulmones, me avisan que debo tomar aire. ¿Por qué hay que respirar? No quiero separarme de ella. Pero lo hago y la dejo sobre sus pies. Nos tomamos unos segundos en silencio para calmar nuestras aceleradas respiraciones. —En tu vida... —susurra con dificultad—... vuelvas a asustarme de la manera que lo hiciste mientras dormía. Sabes que temo viajar y aún así lo hiciste, rebasaste un límite. —Es cierto... Lo lamento. No lo volveré a hacer. —Y en tu vida... vuelvas a besarme. —Eso no puedo prometerlo —murmuro acercándome nuevamente a ella. —¿Por qué? —pregunta confundida. —Porque... —Porque te amo. Porque me gustas. Porque no puedo vivir sin ti—. Porque besas bien. Y esa es sólo una de las razones.
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