Me pega una bofetada en el muslo.
—Ábrelas —gruñe—. O iré a matar a tus padres.
Todo mi cuerpo tiembla igual que una hoja al viento antes de hacer lo que me pide. Se me saltan las lágrimas cuando me toca la v****a. Me mete el dedo por debajo de las bragas, las aparta y me frota un dedo por la abertura.
Un escalofrió me recorre y trato de cerrar las piernas al mismo tiempo que me invade la vergüenza.
—Espera... —empiezo a decir, pero sus ojos se dirigen a los míos y gruñe. El sonido me detiene y no digo nada más.
—j***r, sabía que estarías apretada, pero no pensé que estarías tan mojada. Apuesto a que dirás que es solo un mecanismo de defensa de tu cuerpo, pero creo que te gusta. Estás hecha para mí. La diosa realmente eligió bien. De la parte humana tendremos que ocuparnos después. Es de fácil arreglo. —Elogia antes de retirar el dedo y presionar con la otra mano, que sostiene un cuchillo, obligándome a permanecer inmóvil. Mis ojos se reflejan en el metal, que brilla en la oscuridad. Pone la hoja entre sus dientes.
Luego me tapa la boca con la mano. Suelto un grito, pero carece de impacto. Chasquea la lengua en señal de desaprobación y mueve la cabeza.
Se quita el cuchillo, agitándolo cerca de mi cara.
—Ah, ah, compañerita, te lo advertí. Alerta a tu familia y los mataré —promete.
Sus ojos ámbar me miran directamente al alma. Lo que ocurre dentro de ellos es tan perverso, como si se hubiera vuelto completamente loco en cuestión de segundos, y juraría que los he visto centellear extrañamente, volviéndose negros.
Tiene que ser mi cerebro jugando conmigo. No puede ser real.
—Voy a destruirte para armarte de nuevo, hasta que me desees a mí y las cosas que te haré —me dice.
‹‹Me va a destruir››.
—Voy a hacerte sangrar —agrega.
Estoy aterrorizada. pero supongo que ése es el objetivo de sus juegos enfermizos. Es lo que quería. Está cumpliendo su fantasía en la que puede hacer lo que quiera conmigo mientras me destruye.
Todo mi cuerpo está cubierto de sudor frío y estoy tan asustada que ni siquiera puedo concentrarme en el hecho de que me está desnudando con la misma mano que sostiene el cuchillo, cortando la fina tela con facilidad. Lo hace con suavidad y gentileza, con cuidado de no cortarme. Aun así, tengo cosas más importantes en la cabeza, como el hecho de que tiene un cuchillo y que mis padres están dormidos al otro lado de la casa. Los mismos que no me creyeron cuando intenté decirles que alguien me seguía, que no dejaba de verlo observándome a través de las ventanas. Los mismos padres que no me querían aquí y me culpaban de todo lo malo de sus vidas.
El hombre se sienta y sus ojos recorren mi cuerpo con avidez. Está a horcajadas sobre mis caderas, con una rodilla a cada lado. Me mira un rato más, creando suspenso, hasta que, de repente, coge el cuchillo que tiene en la mano. Lo mueve más rápido de lo que puedo seguir y me apunta directamente al abdomen. Inhalo una profunda bocanada de aire, tratando de alejarme aún más de él.
Me retuerzo con más fuerza, sintiendo cómo el pánico crece en lo más recóndito de mi estómago. No puedo soportarlo. El miedo y el dolor llegarán, y contengo la respiración. La anticipación de la espera es tan intensa que se me revuelve el estómago y siento que voy a vomitar.
—Me gusta verte asustada, nena. Tu miedo es tan adictivo. —Sonríe—. Se te ve bien. Una vez que te lleve a casa, no puedo esperar a escucharte gritar por mí.
Su voz suena más grave, casi un gruñido. Es casi como si mi miedo le hubiera dado un tipo de poder demasiado fuerte para controlarlo. Lo veo en sus ojos. Su deseo desesperado por destruirme.
—Señor... —suplico, sin saber cómo llamarlo.
—Seth —responde, con una media sonrisa en los labios.
—Por favor, no hagas esto.
—¿Por qué no? —pregunta, con una sonrisa cada vez más amplia, como si le parecieran divertidas mis súplicas.
—No quiero esto —susurro sin aliento, mientras lucho contra las ganas de desmayarme. Siento la cabeza ligera mientras el miedo se apodera de mí con tanta fuerza que tengo la sensación de que me estoy asfixiando.
—Yo creo que sí lo quieres—afirma condescendiente—. Cuando termine, estarás llena con nuestro hijo, tal y como debías estar.
‹‹Nuestro hijo›› pienso, o quizá lo digo en voz alta. Ya no sé qué es real y qué no lo es. Siento que el miedo es lo único que conozco.
—Por esta noche y para siempre, tu cuerpo va a ser mío —ronronea mientras se acomoda sobre mí, aprisionando mi pequeño cuerpo contra el suyo, que es mucho más grande.
Las lágrimas corren calientes por mi cara, la humedad se extiende por mi cabello y la siento en el cuero cabelludo. No puede hablar en serio. No quiero ser suya y no quiero lo que está a punto de hacerme.
—Seth... por favor.
—Cuando acabe contigo, —comienza a prometer de manera sombría, sacando la pistola del bolsillo. También levanta su cuchillo, y lo recorre por mi cuello. Se me corta la respiración cuando sonríe—. Sabrás lo que siente un hombre de verdad.
Inesperadamente, se pone de rodillas, se quita primero la camiseta y mis ojos se abren de par en par al verlo. Es todo músculos duros y líneas afiladas, el tipo de cuerpo por el que los hombres pasan horas en el gimnasio. El tipo de cuerpo que me habría gustado explorar si no tuviera tanto miedo.
Baja el cuchillo y me clava su afilada punta en el estómago. Me estremezco. El metal está frío y afilado. Me recorre un escalofrío por la espalda, que es aún mayor porque tengo todo el cuerpo cubierto de sudor. Casi tengo fiebre. Como si estuviera alucinando, como si esto no estuviera pasando de verdad.
Pero él baja su cuchillo y traza una línea en mi piel. Tiemblo y me retuerzo. Sollozo de terror, el miedo consume mi cuerpo. Esto es real; el dolor agudo que me atraviesa es más real que cualquier cosa que haya sentido antes.
La sangre mana de mi herida, se asoma y comienza a escurrirse. Se ve negra en la oscuridad. Cierra los ojos un segundo y respira hondo antes de abrirlos y mirarme. Una sonrisa malvada se dibuja en su rostro mientras me observa intrigado. Se lleva los dedos a la herida y los cubre de rojo. Dibuja un patrón en mi piel con mi sangre. Emocionado por el aspecto que tiene, mueve el cuchillo hacia la derecha.
Traza otra línea y siento como si mis órganos estuvieran amenazados. Presiona demasiado el cuchillo y temo que pierda el equilibrio y el cuchillo se clave hasta matarme. Pero no lo hace. Se limita a trazar otra línea y luego lo repite, jugando con mi sangre mientras yo contengo mis gritos.
Solo quiero que me mate y acabe de una vez. Este suspenso es demasiado para mí, y sé que, si sigue así, me desmayaré. Me da mucho miedo lo que podría pasar entonces.