Capítulo 2

982 Words
~Maya~ 2 semanas después   Fue el crujido de la ventana al abrirse, lo que hizo que el miedo me recorriera la espalda. El corazón me late más deprisa al mismo tiempo que intento ver, de manera frenética, dentro de mi habitación oscura. Un hombre se mete en mi cuarto por la puerta abierta. Sus ojos brillan en la oscuridad. Son de color ámbar, brillantes, se ven inhumanos. Son los ojos de un monstruo que me observa mientras se adentra en mi habitación. Mi grito se aloja en mi garganta, que se siente más estrecha al recordar lo que me dijo el psicólogo. Cierro los ojos con fuerza. —Él no es real. No es real —Susurro varias veces. Llevo todo este tiempo huyendo de mi acosador fantasma, huyendo de un monstruo, y parece que todo fue en vano. Me encontró. Siempre me encuentra. No importa cuántas veces me cambie de ciudad y siga adelante, él siempre me encuentra. Una vez más, este monstruo me ha encontrado, solo que esta vez he puesto a mi familia en peligro. La mano del desconocido se siente demasiado caliente cuando me tapa la boca, cortando mis susurros. Lucho contra la fuerza imposible de su agarre, y el pánico me invade por dentro. Estoy a punto de soltar un grito, con la esperanza de que mis padres me oigan y huyan antes de que él llegue a ellos. No me creyeron cuando volví a casa y les dije que alguien me acosaba. Solo lo ignoraron y dijeron que era una tonta y que una mujer de mi edad no debería vivir en casa de sus padres por miedo al coco. Apenas tenía veinticuatro años y, sin embargo, el día que cumplí dieciocho me echaron de casa porque, para ellos, siempre fui la niña problemática, la niña morbosa y curiosa. En cambio, mi gemela, siempre fue la hija perfecta. No tenían esperanzas en mí y no querían que influyera en ella de ninguna manera. Cualquier cosa que yo hiciera no era suficiente para ellos, y nunca lo sería. Cuando por fin regreso a casa, me doy cuenta de que siempre seguiría siendo lo contrario de su imagen. Siempre me culparían por la muerte de mi gemela. Me culparon del accidente y me dijeron que lo que había pasado era imposible y me echaron la culpa a mí por no tomar la medicina. Que todo estaba en mi cabeza, aunque sé que no me lo estoy imaginando, y sé que no me lo imaginé entrando en mi departamento la otra semana. Solo deseaba que me escucharan. Él me ha vigilado durante años, desde que era una adolescente, y ahora ha venido por mí, y todos vamos a sufrir por ello. Sufrir porque, después del último ataque, ahora se ha vuelto atrevido. —No es real —susurro de nuevo. Rezo por estar tan loca como todos afirman. —Sigue diciéndote eso —se ríe de manera escalofriante en mi oído. Su aliento se siente caliente contra mi piel. Todo el cuerpo me tiembla. El estómago se me retuerce de miedo y el corazón me late con fuerza. Si es producto de mi imaginación, ¿por qué siento sus manos se sienten tan reales? —Tengo una pistola y un cuchillo conmigo. No quiero hacerte daño, pero si me presionas, puede que tenga que hacerlo. Voy a soltarte la boca. Si gritas, te mato. ¿Me entiendes? —Me gruñe al oído y un escalofrío me recorre la espalda. El sudor frío me resbala por la garganta, y me siento atrapada. Se me escapa un chillido cuando me quita la mano de la boca. —Pórtate bien y pensaré si dejo con vida a tus padres. No tienes idea del disgusto que me llevé al saber que mi compañera había huido de la ciudad —gruñe amenazador. ‹‹¿Compañera?, ¿qué quiere decir?›› —P-por favor —balbuceo—. ¿Qué... quieres de mí? No te he hecho nada. —Suplico, con la voz temblorosa. —Oh, preciosa, no tenías que hacer nada. Está predestinado —se ríe entre dientes cuando se me saltan las lágrimas—. El día que percibí tu olor, supe que eras mía. Así que te he observado y esperado. Y en qué hermosa mujer te has convertido. Eres mía, compañerita. Ya lo verás. Ahora, en cuanto a la otra pregunta, ¿qué quiero de ti? Quiero hacerte mía —ronronea. Me acaricia el cuello con el pulgar y siento que mi cuerpo responde. El sonido es extraño y me produce un escalofrío. Este hombre está loco. Sus palabras son las de un loco. Puede que diga que no me matará, pero lo hará. Sé que lo hará. Nadie dice cosas así y deja vivir a una persona. —P-por favor deja... —Las palabras se me atascan en la garganta. De alguna manera, parece que soy incapaz de expresarme correctamente. El miedo que siento es demasiado. Amenaza con apoderarse de mí y arrastrarme a sus heladas garras. —¿Qué quieres que haga? —respondió con una risita, pasando una mano por el largo de mi brazo mientras su boca se abre paso lentamente hasta mi cuello, y yo me quejé, odiando la sensación de su lengua mi piel. —Yo... tengo dinero. Puedo darte lo que quieras —intento decirle. Ni siquiera puedo reconocer mi propia voz. —No quiero tu dinero. —Entonces, ¿qué quieres? —A ti. —Su voz es ronca, suena excitado. —P-por favor... yo... —agita la mano, cortándome. —Mientras más pronto entiendas que eres mía, mejor será para ambos. Suplicar no te ayudará en este caso, aunque lo haces muy bien. No soy un hombre ordinario, cariño. Lloriqueé cuando tiró de la manta hacia atrás, dejando al descubierto mi cuerpo, que solo estaba cubierto por un fino camisón.    
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