Capítulo 1

1813 Words
~Maya~   Al llegar a la entrada de mi edificio de ladrillo, me está esperando. Lo veo acechando entre las sombras de las escaleras metálicas que crujen al menor peso. Ahí está, con su ropa oscura y su sudadera con capucha, observando desde las sombras, como siempre hace. Agarro con fuerza el volante y los nudillos se me ponen blancos. Mi respiración es agitada y cierro los ojos con fuerza, intentando recordar lo que me dijo mi psiquiatra. 1... 2... 3... 4... 5. Abro los ojos y exhalo, aliviada de que esta vez haya funcionado. La figura oscura que siempre me observa y me persigue, desaparece como la alucinación que es. O eso es lo que me dicen todos. Antes de salir del auto, me agacho debajo del asiento del copiloto y tomo mi bolsa de piel negra y las carpetas de mi trabajo. Al salir, se me eriza el vello de la nuca y miro a mi alrededor con ansiedad. Mis ojos se clavan en el lugar donde veo las sombras junto a las escaleras que llevan a mi departamento. Cierro el coche y me doy la vuelta. Respiro hondo mientras me reprendo por ser tan tonta. Nadie me está acosando. La policía dice que no hay pruebas. ¿Aunque cómo se rompió mi ventana la semana pasada? Dijeron que había sido un pájaro, pero ¿cómo explica eso la piedra sobre la alfombra, justo detrás de la ventana? ¿Cómo explican los rasguños de pintura en el lateral de mi destartalado coche, el mismo que se salió de la carretera y mató a mi gemela? Una parte de mi cerebro quiere creer que estoy loca, porque la posibilidad de que él sea real es aún más aterradora. Me aferro a la correa de mi bolsa y huyo hacia la escalera. Mis tacones resuenan contra el cemento. Me tomo del barandal y subo los escalones de dos en dos. La escasa luz que rodea el complejo de departamentos hace que las sombras parezcan ocultar algo... A él. Mi corazón se acelera y salto con cada ruido mientras camino hacia la puerta de mi departamento. Los números dorados brillan en la penumbra. Introduzco la llave en la cerradura con rapidez y giro. Me deslizo dentro de mi departamento, cierro la puerta y empiezo a atrancarla con los varios candados que he colocado en la puerta. Una vez que están todos asegurados, la ansiedad me hace checarlos una y otra vez antes de armarme finalmente de valor y convencer a mi cerebro, que piensa demasiado, que efectivamente los he cerrado con llave. Dejo salir un suspiro. Me muevo despreocupadamente por mi pequeño departamento. Enciendo todas las luces y dejo caer la bolsa sobre la barra, antes de comprobar si hay algún mensaje de voz en el teléfono de la casa. Como ya sospechaba, escucho la voz de mi madre, chillona y examinadora, exigiendo pruebas de que me he tomado la medicina, diciéndome que he faltado a mi cita con el psiquiatra y exigiendo saber por qué. Por último, me dice que soy una decepción comparada con mi gemela. Luego cuelga, o cree que lo ha hecho porque aún puedo oír su débil voz. —Deberíamos internarla de nuevo. ¿A cuánta gente más tiene que matar para que se den cuenta de que hay que encerrarla para siempre? —escupe mi madre a quien sea que está con ella. No tardo en darme cuenta de que la persona con la que está hablando es mi padre, es la voz que escucho a continuación. —Freya, cálmate. Sabes que está enferma, pero ya no es nuestro problema. Te estás alterando por nada. —No me digas que me calme, Larry. No tuviste que identificarla, no viste lo que yo tuve que ver —le grita mi madre, y luego rompe a llorar. Se me revuelve el estómago, pero no me atrevo a apagar la grabación, ni siquiera cuando mi padre empieza a consolarla con una voz tranquilizadora que nunca he escuchado para mí. —Lo siento, cariño, no quería causarte un disgusto, es que... —exhala con fuerza, así que sé que deben de estar en la cocina, donde está el teléfono fijo, para que yo lo oiga. —Debería haber sido ella. Leah no se merecía lo que ese monstruo le hizo. No quiso escuchar. Le dijimos que Maya la metería en problemas, y, ¡en vez de eso terminó muerta! —Lo sé, querida. Sabes que siempre sintió lástima por Maya. Quería ver lo mejor de ella —le dice mi padre. Mi madre sigue sollozando. —Si hubiera evitado que fuera, aún estaría aquí —se lamenta mi madre en voz alta. —No es tu culpa, querida. Es de Maya. No puedes culparte por lo mal que está. Fuimos buenos padres, pero ella era solo uno de esos niños que sin importar lo que hagas, siempre será una niña problemática. —¿Problemática? —exclama mi madre en voz alta—. Ella no es más que una maldita carga, una vergüenza para esta familia. Sus mentiras y dramatismo están fuera de control. Necesita ser encerrada por los crímenes que cometió. Maya siempre estuvo celosa de Leah, ¡no me sorprendería que no hubiera sido un accidente! —chilla. Las lágrimas me queman los ojos y me tapo la boca para ahogar el ruido que intenta salir de mí. Me aferro a la barra y trato de recomponerme. Nunca seré lo bastante buena para ellos. Nunca seré la hija que quieren, nunca seré Leah. Un día verán que no miento. Él existe. ¡No está en mi cabeza! Llamarme es parte de su rutina. Tiene miedo de que me vuelva loca y, Dios no lo quiera, que la llamen para recogerme. Tomo el litro de leche del refrigerador, lo dejo sobre la barra y busco en la bolsa mi medicina. Miro con rabia las pastillas azules. Las odio, me aturden, me adormecen y me hacen sentir que no pienso. Tomo una, bebo directamente de la caja de leche y me trago la pastilla que me va a dormir mientras sus quejas siguen sonando en el fondo. Ya no puedo escuchar más. Suspiro, dejando la caja de leche en el refrigerador y salgo al pasillo en dirección al closet de blancos. Lo abro en busca de una toalla limpia. Realmente ya tenía que ir a la lavandería para lavar mi ropa. Es difícil cuando me siento tan cansada todo el tiempo. Sin embargo, al cerrar la puerta, veo de reojo una figura junto a la pared en el fondo del pasillo. Cierro los ojos, cuento hasta cinco una vez más antes de abrirlos, pero sigo viendo la misma figura oscura. Solo que esta vez se ríe. El corazón me da un vuelco y, por una vez, rezo para que la medicina me deje inconsciente o haga su trabajo y borre la alucinación. 1...2...3...4...5 Lo intento de nuevo, pero esta vez, él está justo a mi lado. Tan vívido, tan real que no creo que me lo esté imaginando. —¿Me extrañas? —gruñe, y mi respiración se acelera. Siento su calor filtrarse en mi espalda cuando se mueve detrás de mí en el estrecho pasillo. Noto el sube y baja de su pecho contra mi espalda y su cálido aliento en mi cuello. Se me pone la carne de gallina en los brazos e intento contener un escalofrío. —¡No eres real! —exclamo. —¿Estás segura? —me pregunta, y me atraganto con mi saliva. Se me hace un nudo en la garganta y el pánico amenaza con apoderarse de mí. —¿Esto es real, Maya? —ronronea, pasándome el cabello por encima del hombro. Me empieza a temblar el labio inferior—. ¿Esto? —me pregunta, arrastrando sus manos por mis costados hasta mis caderas. Su toque me produce cosquillas y me retuerzo—. Apuesto a que sí—ronronea, rodeándome la cintura con el brazo y atrayéndome hacia él. Un grito sale de mis labios y me tapa la boca al instante con su mano, silenciándome. Intento respirar con su mano encima. Mi pecho sube y baja como si pesara. Sé que debería defenderme, pero tengo mucho miedo. —Ahora, ¿vamos a portarnos bien? —me pregunta, y yo asiento con la cabeza. Tengo los ojos llenos de lágrimas que dejo salir cuando me doy cuenta de la gravedad de la situación. Nunca ha entrado en el departamento. Siempre mira desde afuera. Es real. Sin embargo, en cuanto mueve la mano, grito tan fuerte como puedo y me revuelvo, escapando de su agarre y corriendo hacia la puerta principal. Tomo y retuerzo los cerrojos, tratando de romper las cadenas con mis manos, y me maldigo por haber puesto tantas en la puerta. Se supone que debían servir para que evitara entrar, pero me están atrapando dentro. Siento unos dedos enredarse en mi cabello. Lo siguiente que veo es el techo y siento un dolor que me atraviesa el cráneo y el cuero cabelludo. Parpadeo, aturdida, y su voz suena distante al mismo tiempo que mi cabeza pulsa a su propio ritmo. Sus ojos brillantes me miran, su rostro se tuerce de rabia, y no tengo ni idea de lo que está diciendo. No conozco a este hombre, no sé quién es. La primera vez que lo vi era una adolescente que había ido al centro comercial con mis amigos y mi hermana. Me había topado accidentalmente con él cuando salía de los baños. Al principio no le di mucha importancia, hasta que siguió apareciendo en lugares aleatorios, como la biblioteca pública, la entrada del instituto y así sucesivamente. Mis padres lo llamaban ‹‹el fantasma›› porque nadie había visto al hombre misterioso, solo yo, pero cuando me fui de casa, las cosas empeoraron. Aparecía a la salida de mi trabajo, de pie frente a mi departamento. Cada noche desde entonces, lo veo, cada vez más atrevido, más cerca. He perdido la cuenta de cuántas veces lo he visto últimamente, lo que me hace preguntarme si realmente es producto de mi imaginación, aunque sé que no lo es, no puede serlo. ¿O cómo lo vio mi gemela? No es que ella pueda confirmar lo que pienso, él se aseguró de eso cuando nos sacó de la carretera. Es como si me persiguiera cada vez que estoy despierta. Finalmente, escucho su voz. Está furioso y me está gritando que soy una mala chica por desobedecerlo y cómo los vecinos ya habían llamado a la policía. Lo siguiente que veo es la suela de su bota pisándome la cara, y luego nada más, solo veo oscuridad que me traga entera. Brevemente, me pregunto si esta será la última vez que respire y si veré a mi hermana en la otra vida.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD