~Maya~
—¿Qué recuerda de aquel día? —me preguntó el oficial de policía.
Sus ojos color avellana me observaron atentamente y recorrieron mi cuerpo maltratado. Se pasó una mano por la cara como si estuviera cansado ya de esta entrevista. Estaba sentada en una cama de hospital. Tenía todo el cuerpo golpeado y con cortes. Todavía tenía sangre pegada bajo las uñas y apelmazada en el cabello. Quiero una ducha para poder limpiarme, aunque sé que el agua caliente no me hará olvidar. Incluso ahora, todavía puedo sentir la hoja del cuchillo contra mi piel.
Mis manos tiemblan horriblemente cuando el oficial intenta darme un vaso con agua, y el agua salta por los lados cuando me lo llevo a los labios y bebo un sorbo. Sin embargo, el frío líquido no me alivia al tragarlo. ¿Por qué seguía viva? No lo entendía. Había matado a mi familia. Y yo aquí estoy, aun respirando.
Si lo pienso bien, recuerdo su cara, cómo se retorcía de forma sádica cuando me desperté en el suelo del salón. Sus ojos estaban cargados de malicia, eran los ojos de un monstruo que me perseguiría hasta mi último aliento. No pude decirle nada al agente porque no recordaba nada después de que matara a mis padres, incluso los recuerdos anteriores a aquel día eran difíciles de reconstruir. Me había hecho bajar para ver su masacre. Algo dentro de mí se había roto cuando me obligó a mirar.
Partes de mi memoria habían desaparecido y no podía explicarlo. Solo quedaban fragmentos, y me costaba distinguir qué era real y qué era solo mi imaginación. Una parte de mí recuerda un gruñido feroz y los sonidos de la matanza de mi padre.
—Yo... no puedo... No lo sé —digo entre dientes, intentando recordar algo de aquel día. Me siento mal, es como si mi propia mente no quisiera recordar nada.
—No pasa nada... podemos volver a intentarlo más tarde —me dice el agente mientras me da unas palmadas suaves en la rodilla.
Nada tenía sentido. ¿Cómo pude perder la memoria? Lo único que recordaba era volver a casa después del trabajo. Esa fue la primera vez que entró en mi casa, estaba enfadado por algo, pero no recordaba por qué estaba enfadado. Durante meses, tal vez más, me ha observado, pero nunca entró hasta ese día. Solo podía recordar la mirada de enfado desenfrenado que tenía en la cara cuando dejé la bolsa en la encimera de la cocina y me encontré con un desconocido sentado a mi mesa.
Recuerdo cómo se acercó hacia mí, y todo lo demás se volvía, ¿n***o? Me desperté en el suelo, hui, cogí mi coche y conduje a través de dos estados hasta la casa de mis padres. No recordaba lo que había pasado y sabía que tenía que escapar. Todo lo que recuerdo es a un hombre en mi departamento.
—Hablamos con tus compañeros de trabajo. Dijeron que tienes problemas de salud mental y que decías que alguien te acosaba. También buscamos en los registros y encontramos tres informes policiales, sin embargo, no se captó nada en el circuito cerrado de televisión, y nunca se encontraron pruebas...
¿Cómo es posible? Yo no inventé esta mierda. ¿En serio pensaron que fue un ataque animal, como dijeron los oficiales que respondieron? Yo lo vi. Recuerdo eso al menos.
—¿Cree que lo he inventado todo? —le pregunto al agente, que niega con la cabeza y exhala. ¿Por eso nadie se lo toma en serio? Sé que es real y que volverá a por mí. Lo sé.
—No, solo tenemos curiosidad porque tienes un amplio historial de problemas de salud mental. Tus padres han admitido en múltiples ocasiones durante tu infancia y adolescencia que estás diagnosticada con esquizofrenia —dice el agente.
Nunca me creyeron, mis padres no lo hicieron cuando lo vi por primera vez siendo adolescente. Todos estos años ha estado observando, esperando su momento, hasta ahora. Me intriga saber por qué ha salido de repente de las sombras para reclamarme. No necesito medicinas, no las he necesitado en años, sin embargo, siempre me dicen que estoy loca.
—Dijiste que volviste corriendo con tus padres porque había alguien en tu departamento. ¿Por qué no acudiste a la policía?
Porque estaba asustada, imbécil, quería irme a casa porque la policía nunca se tomó en serio mis quejas. Quería gritarle, como si yo hubiera podido predecir esto. No tenía sentido, y el hecho de que nadie lo había visto nunca lo hace mucho más difícil. Tenía que haber alguna prueba de que existía. ¿Había huellas dactilares o muestras de sangre, cabello, algo?
Mi memoria era borrosa. Sin embargo, todo lo que había acontecido antes de ese día estaba claro. Podía recordarlo todo. Aunque, de esa noche, no, ni del día anterior. Sí recordaba los sonidos. Los gritos de mi padre, la mirada en su cara y luego nada más que oscuridad. Como si mi mente lo hubiera bloqueado todo. El estado en el que me encontraba era razón suficiente para intentar olvidarlo todo, lo que hubiera pasado aquella noche había sido una pesadilla.
—El médico me dijo que hoy viene alguien del departamento de salud mental a hacer una evaluación. Esperaremos hasta entonces antes de continuar —me dice el agente.
Pensaban que estaba loca. Salud mental. ¿Acaso me iban a encerrar? Si todo era producto de mi imaginación, ¿cómo explicaban la muerte de mis padres? Seguro que, en un ataque de oso, uno de nosotros habría escapado. No todos se quedan parados en su lugar para ser masacrados. Otro pensamiento cruza mi mente. ¿Creen que yo los maté?
Se me retuerce el estómago ante este pensamiento y observo a los agentes, no dejan de mencionar mi salud mental. Quería justicia para mis padres y sé que él lo hizo. Solo deseaba que el agente me entendiera. Que alguien me creyera.
Algo no iba bien. Eso lo sabía. Una cosa que sabía era que tenía que salir de aquí y alejarme de esta ciudad. Ir a algún lugar donde él nunca pudiera encontrarme. Podría trabajar en línea. Eso era lo bueno de ser editora, podía empezar de cero, trabajar por mi cuenta y desde casa. No necesitaba estar cara a cara con la gente para hacer mi trabajo. Solo necesitaba asegurarme de que a donde fuera tuviera red y estuviera alejado de la gente. Algún lugar donde nunca me buscara. Sin embargo, ¿qué haría con la casa de mis padres? Tenía arreglos para el funeral, mucho que hacer, y ahora una evaluación psicológica.
Los agentes se miran fijamente y yo abro la boca para preguntar qué pasa, sin haber visto entrar a la enfermera, hasta que siento el pinchazo en el muslo. Miro hacia abajo y ella me saca la aguja de la pierna. La fulmino con la mirada y ella me mira con dulzura.
—Es por tu bien. Te conseguiremos la ayuda que necesitas —susurra, acariciándome la mejilla.
Mis párpados pesan y la habitación comienza a dar vueltas. Me doy cuenta y mi mente grita en pánico. ¡No! No, no puedo volver allí otra vez. Yo no hice esto. Estas son las personas que deberían ayudarme, ¡no encerrarme!
¿Por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué la vida es tan injusta?