Visita

883 Words
Jagger observó con una mirada fría y seca, desde un árbol cercano a la ventana, cómo la joven dormía. Le parecía inusual que pudiera descansar tan apaciblemente después de lo que acababa de vivir. Quizás ella tampoco era humana. La lluvia empezó a aminorar hasta que se detuvo por completo. Observó el cielo mientras las nubes le abrían paso a la luna, que no había tenido oportunidad de lucirse aquella noche. Relajó un poco la mirada y dejó que la luz lo bañara por unos instantes, mientras sentía que el silencio de la noche había pasado a ser una paz absoluta. Su mirada volvió a la chica y sus pensamientos empezaron a crear complejas conclusiones de la respuesta que ella había suscitado a todo lo sucedido. Pero su mente concluyó que eso no era lo más importante, que había algo más en esa persona que él no lograba identificar. Jagger volteó en dirección a la calle y dijo antes de que pudieran hablarle. —Ya era hora, Ruruoni —habló con calma mientras bajaba del árbol—. Vamos, sé que estás ahí —agregó al no recibir respuesta. Escuchó el silbido del viento al ser cortado y atrapó entre su dedo índice y medio la hojilla de una daga que tenía como destino su rostro. —Por favor —se burló, aunque ninguna sonrisa se posó en su boca—, sabes que soy yo, no hay necesidad de que me pruebes —lanzó la daga hacia el tejado de enfrente y esta se insertó hasta la mitad en el material de la cornisa. Justo cuando la hoja se clavó, apareció un necrótalo: un homínido, mucho más bajo de lo normal, con unas ropas antiguas y medievales que rogaban por un lavado. Se podría decir que era un hombre si no fuera por sus orejas puntiagudas y sus dedos delgados y anormalmente largos que acababan en unas afiladas garras. Asustado por el proyectil, la criatura se tambaleaba con torpeza y se esforzaba por no perder el equilibrio. —¡Qué demonios, Jagger! —exclamó Ruruoni utilizando sus amorfas manos para sujetarse del borde de la cornisa—. ¡A mí sí me haría daño ese cuchillo! —No es mi problema —respondió Jagger fríamente. —Lo sé —dijo Ruruoni un poco intimidado—, pero no puedes culparme por jugarte esa broma. Los necrótalos hemos estado muy presionados por el Consejo desde lo sucedido con Shonk Barn —añadió un poco incómodo. —¿Qué es lo que quiere el Consejo? —preguntó Jagger manteniendo su mirada en Ruruoni. —Solicitan que te mantengas en esta zona por un tiempo —respondió algo temeroso—, parece que algo terrible va a suceder aquí. —Si eso es todo, no tengo problema —respondió Jagger. El necrótalo suspiró aliviado—. De todas maneras, tenía pensado quedarme un tiempo aquí —agregó volteando hacia la ventana. —Ya veo —dijo Ruruoni mirando la casa con curiosidad—, entonces espera a que te traiga más instrucciones y, por favor —agregó juntando las manos en posición suplicante—, no te desaparezcas por ahí. —No te metas donde no te han llamado, Ruruoni —respondió Jagger lanzándole una mirada fulminante que hizo al necrótalo tragar saliva—. Y la próxima vez, será tu cabeza en vez de la cornisa —dijo señalando la daga con la mirada. Ruruoni captó el mensaje y se apresuró a desaparecer de nuevo chascando los dedos y dejando salir un pequeño estallido. Jagger contempló por unos segundos el sitio donde antes se encontraba Ruruoni y continuó desplazando su mirada hacia la izquierda hasta que consiguió lo que buscaba. La daga seguía clavada en la cornisa del edificio y la hojilla reflejaba la luz de la luna de forma inofensiva. En menos de un segundo, Jagger estaba a un lado del arma tirando con cuidado de ella. La daga ofreció un poco de resistencia al ser sacada. Jagger la observó y su mirada se llenó de desaprobación. La daga pertenecía al clan Moxor, los expertos en venenos de la tierra de Neim. «Hubiera tenido problemas si me dejaba golpear por esto, maldito necrótalo», pensó mientras volvía a clavar la daga en la cornisa (esta vez la insertaría hasta el mango). Jagger decidió que sería mejor encargarse de los eifros que estrelló contra la pared del callejón antes que alguien los encontrara. Mientras caminaba, recordó que el necrótalo había dicho que algo horrible iba a suceder. Jagger no confiaba en los necrótalos: demonios que por alguna razón se sentían más cómodos rodeados de humanos que habitando las profundidades de Gefordah. Como era común entre los demonios, dentro de ellos había un impulso a hacer el mal y a crear discordia entre los demás seres. Eran sirvientes del Consejo por el simple hecho de que estos les facilitaban c*******s, su único tipo de alimento. Podían hacerse invisibles y teletransportarse pequeñas distancias, lo cual era extremadamente peligroso considerando su capacidad para moverse sin hacer ruido. No tenían aspiraciones, no tenían lealtad, no querían a nadie, ni siquiera a los de su especie. Así era como Jagger los definía y nadie era mejor que él para sacar conclusiones… o así se suponía que debía ser.
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