When you visit our website, if you give your consent, we will use cookies to allow us to collect data for aggregated statistics to improve our service and remember your choice for future visits. Cookie Policy & Privacy Policy
Dear Reader, we use the permissions associated with cookies to keep our website running smoothly and to provide you with personalized content that better meets your needs and ensure the best reading experience. At any time, you can change your permissions for the cookie settings below.
If you would like to learn more about our Cookie, you can click on Privacy Policy.
Geraldine: «Mala idea. Mala idea. Mala idea», corría como un cántico por mi cabeza. Pero no lo detuve. No pude detenerlo. Era tan condenadamente frustrante que me sentía impotente ante ese brillo depredador en sus ojos que me prometía un placer increíble más allá de mi imaginación. Y cuando se arrodilló y separó los labios de mi entrepierna con sus dedos, supe que, aunque podría arrepentirme más tarde, no me arrepentía en esos momentos. Su boca podía ser exasperante cuando hablaba, pero santo cielo, cuando lamía y chupaba mi clítoris era increíble. Al principio, parecía que se burlaba de mí, que jugaba con mi clítoris, y por muy magnífico que se sintiera, estaba demasiado excitada para que jugara al gato y al ratón. —Oh!... haz que me corra, Hebert. Agradecida que me escuchó. Vaya si