Narra Valeska
Mientras tomo el ascensor hacia mi primer día en el infierno corporativo, trato de decirme a mí misma que no será tan malo. Fue amable de parte de mi hermano conseguirme un trabajo con su mejor amigo. No importa que yo sea una profesora de arte desempleada que nunca ha trabajado en una oficina en toda su maldita vida. No importa que el mejor amigo de mi hermano sea un asaltante corporativo famoso por ser competitivo, frío y molestamente fotogénico.
Las puertas del ascensor se abren y salgo a una oficina fría y gris, llena de gente de aspecto miserable, encorvada sobre sus escritorios o entrando y saliendo a toda prisa de las oficinas. Todo es elegante y caro, desde las paredes hasta la gente, pero eso no lo hace menos deprimente.
Sonrío a un hombre calvo y ceñudo que viste un traje elegante y se acerca a mí.
—Disculpe, ¿podría decirme dónde...?
—Quítate de mi camino—gruñe, antes de entrar corriendo a una oficina y cerrar la puerta de un portazo tras de sí.
Camino por el elegante pasillo hasta llegar a un espacio diáfano donde hay varias personas trabajando. Me dirijo al escritorio más cercano y saludo amistosamente a la mujer de anteojos que está sentada allí.
—Disculpe, pero ¿podría indicarme dónde...?
Ella levanta un dedo para silenciarme y responde al teléfono que parpadea.
Cuando miro a mi alrededor buscando a alguien más a quien pedir ayuda, siento como si toda la sala evitara hacer contacto visual conmigo.
Tal vez tenga algo que ver con mi vestido veraniego vintage con margaritas gigantes estampadas por todas partes. Es mi atuendo más formal para el trabajo; incluso lo combiné con un blazer. Pero cada segundo que paso en este edificio me deja cada vez más claro que no pertenezco a este lugar.
Incluso el arte en las paredes es monótono. Puede que sea caro, pero es aburrido como el infierno.
Una gran parte de mí quiere dar la vuelta, tomar el ascensor y no regresar nunca más.
Pero necesito este maldito trabajo.
Desafortunadamente.
Me pongo las manos en las caderas y levanto la voz como si estuviera proyectando sobre una clase de adolescentes alborotados.
—Disculpen necesito que alguien me diga donde esta la oficina de
Gael Craw. Soy su nueva asistente.
—No, no lo eres —dice una voz masculina y profunda detrás de mí.
Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con... joder.
El hombre más rico del mundo.
El hombre, el mito, la leyenda, que provoca pesadillas a empresarios de todo el mundo. Tiene fama de hacer llorar incluso a los directores ejecutivos más arrogantes cuando se hace cargo de sus empresas en crisis, las desmonta y vende esas piezas al mejor postor. No es dueño de la empresa todavía. Pero una vez que su madre, se jubile, todo el mundo sabe que será suyo.
Todo eso sería bastante malo, pero la cosa empeora. Él es hermoso. Tiene una presencia que siempre ha tenido. Incluso cuando tenía veintidós años y estaba en la universidad, cuando lo conocí mientras visitaba a mi hermano Tomas.
Y bueno, puede que me haya enamorado de él por un segundo. Luego nos dejó a Tomas y a mí para poder ligar con una chica de una fraternidad cuyo nombre había olvidado para cuando volvió a su dormitorio.
Decidí en ese momento que no iba a suspirar por un tipo tan grosero como ese.
—¿Quién carajo eres tú? —repite Gael, irritado.
Todos nos miran fijamente. Siento que me sonrojo bajo su mirada. Solo me ha visto un par de veces: una vez cuando visité a Tomas en la universidad, otra en una de las fiestas de cumpleaños de Tomas y hace cinco años en la boda de Tomas. Pero no pensé que fuera tan olvidable.
Pero supongo que cuando eres un multimillonario guapo, no necesitas recordar detalles molestos como el aspecto de la hermana pequeña de tu amigo.
Intento no dejar que eso me duela.
—Me llamo Valeska Miller —le recuerdo—. Soy la hermana de Tomas.
Abre los ojos como platos y hace una mueca de dolor.
—Joder. Me olvidé de que empezabas hoy. Esto es lo último que necesito ahora mismo.
—Estoy aquí para ayudar—digo. Intento parecer comprensiva pero puede que suene un poco sarcástica.
Después de todo, él olvidó que existo.
Frunce el ceño y se masajea la frente como si le fuera a doler la cabeza. Por un segundo parece casi... humano. Como el resto de nosotros, simples mortales.
Entonces parpadeo y él vuelve a su habitual máscara de dios corporativo despiadado. Se enfada y señala a la severa mujer con gafas que me ignoró antes.
—Tina. Deberías haber terminado su papeleo de recursos humanos hace tres horas. Arréglalo.
—Mmm —me aclaro la garganta—. En defensa de Tina, diré que llegué hace apenas quince minutos. En la página web dice que abren a las nueve, así que a esa hora intenté llegar, pero el metro estaba hecho un desastre y...
–A partir de ahora, te presentarás a las siete y media todas las mañanas, o no te molestarás en presentarte en absoluto.
—Las siete y media —grito.
La cara de Gael se vuelve atronadora—.Quiero decir... las siete y media serán —dije, sonriendo.
Por un segundo, simplemente me mira, como si fuera un animal herido que llegó de la calle, y está tratando de decidir si enviarme al veterinario o simplemente dispararme y acabar con mi miseria. Respiro profundamente y extiendo la mano, intentando que volvamos a empezar con buen pie—.De todos modos, me alegro de volver a verte. Espero trabajar contigo...
—Ponla al día —le dice a Tina, sin siquiera molestarse en mirarme—. No tengo tiempo para la hora de aficionados. ¿Entendido?
Tina palidece.
—Entendido.
Y entonces Gael se sube a un ascensor que está esperándolo y desaparece.
Todos en la sala respiran aliviados.
Mientras miro a mi alrededor, finalmente me doy cuenta de una de las razones por las que el lugar parece tan desangelado. Ningún empleado tiene un solo objeto personal en su escritorio. No hay fotos de sus familias. No hay tazas ridículas. No hay carteles inspiradores. Nada.
Todo el lugar es de buen gusto y está muerto, y odio estar aquí.
—Gracias por decir eso —dice Tina en voz baja—. Lo de llegar tarde.
—No es gran cosa— le digo, porque no lo es—.La honestidad es la base de las buenas relaciones laborales, ¿no?—me mira como si estuviera loca. Es agradable, pero loca. Miro por encima del hombro en la dirección en la que Gael desapareció—¿Siempre es así?
—No —dice Tina y yo me relajo.
Hasta que añade: —Normalmente es peor.