CAPÍTULO DOS

1164 Words
CAPÍTULO DOS Luanda luchó y destrozó, mientras Rómulo la llevaba cargando en sus brazos; cada paso la llevaba más lejos de su patria, mientras cruzaban el puente. Ella gritó y se agitó, clavando sus uñas en la piel de él, hizo todo lo posible por liberarse a sí misma. Pero los brazos de él eran demasiado musculosos, sus hombros demasiado amplios y la tenía abrazada con tanta fuerza como un pitón, apretándola hasta morir. Ella apenas podía respirar, sus costillas le dolían demasiado. A pesar de todo eso, no era por ella por quien estaba más preocupada. Ella miró hacia adelante y vio al otro extremo del puente, un vasto mar de soldados del Imperio, allí de pie, con las armas en ristre, esperando. Todos estaban muy ansiosos por ver el Escudo desactivado, para que pudieran pasar corriendo por el puente. Luanda miró y vio el extraño manto que Rómulo tenía puesto, vibrante y brillante, mientras la cargaba, y ella presintió, que de alguna manera, ella era la clave para desactivar el Escudo. Debía tener algo que ver con ella. ¿Por qué otro motivo la habría secuestrado? Luanda sintió una renovada determinación: tenía que liberarse — no sólo por sí misma, sino por su reino, por su pueblo. Cuando Rómulo desactivara el Escudo, esos miles de hombres que lo esperaban, pasarían al otro lado, una enorme horda de soldados del Imperio, y como langostas, descenderían en el Anillo. Destruirían lo que quedaba de su tierra natal para siempre, y ella no podía permitir que eso ocurriera. Luanda odiaba a Rómulo con todas sus fuerzas; odiaba a todos los del Imperio, y a Andrónico más que a nadie. Hubo un vendaval y ella sintió el frío viento contra su cabeza calva, y refunfuñó mientras recordaba su cabeza rapada, su humillación a manos de estas bestias. Mataría a todos y cada uno de ellos, si pudiera. Cuando Rómulo la había liberado de las a******s del campamento de Andrónico, Luanda pensó primero que la estaba salvando de un destino horrible, que la estaba salvando de desfilar alrededor, como si fuera un animal, en el Imperio de Andrónico. Pero Rómulo resultó ser incluso peor que Andrónico. Ella estaba segura de que en cuanto cruzaran el puente, él la mataría — si no la torturaba primero. Tenía que encontrar alguna manera de escapar. Rómulo se inclinó y le habló en la oreja, con un sonido profundo y gutural que le dejó los pelos de punta. "No falta mucho tiempo, querida", dijo él. Tenía que pensar rápido. Luanda no era ninguna esclava; ella era la hija primogénita del rey. Sangre real corría en ella, la sangre de los guerreros, y no le temía a nadie. Ella haría cualquier cosa que tuviera que hacer para luchar contra cualquier adversario; incluso alguien tan grotesco y poderoso como Rómulo. Luanda convocó a todas sus fuerzas restantes y con un rápido movimiento, estiró su cuello, se inclinó hacia adelante y hundió sus dientes en la garganta de Rómulo. Lo mordió con todas sus fuerzas, apretando más y más fuerte, hasta que su sangre chorreó toda su cara y él gritó, soltándola. Luanda se puso rápidamente de rodillas, se dio vuelta y se marchó, corriendo a toda velocidad por el puente hacia su patria. Escuchó los pasos de él, yendo hacia ella. Era mucho más rápido de lo que ella había imaginado y al mirar hacia atrás, ella lo vio, mirándola con mucha rabia. Miró hacia adelante y vio el terreno del Anillo ante ella, a sólo seis metros de distancia, y corrió aún más. A sólo unos pasos de distancia, de repente, Luanda sintió un dolor horrible en su columna vertebral, mientras Rómulo se abalanzaba hacia adelante y clavaba su codo en su espalda. Sintió como si él la hubiese aplastado, mientras se derrumbaba, de bruces sobre la tierra. Un momento después, Rómulo estaba encima de ella. Le dio vuelta y la golpeó en la cara. Le pegó con tanta fuerza, que todo su cuerpo se volteó y aterrizó en la tierra. El dolor resonó a lo largo de su mandíbula, mientras estaba allí tirada, apenas consciente. Luanda sintió que era izada por lo alto, por encima de la cabeza de Rómulo, y vio con terror que corría hacia el borde del puente, preparándose para lanzarla. Él gritó mientras ella estaba allí parada, sosteniéndola por lo alto, preparándose para arrojarla. Luanda miró hacia la pendiente empinada y sabía que su vida estaba a punto de terminar. Pero Rómulo la mantuvo allí, congelada, en el precipicio, agitando los brazos y al parecer, lo pensó mejor. Mientras su vida pendía del equilibrio, parecía que Rómulo debatía. Evidentemente, él quería arrojarla sobre el borde en su ataque de furia — pero no pudo. Él la necesitaba para cumplir su propósito. Finalmente, la bajó y envolvió sus brazos alrededor de ella, apretándola casi hasta matarla. Entonces él se apresuró a través del Cañón, dirigiéndose hacia su gente. Esta vez, Luanda quedó colgada ahí, sin fuerzas, aturdida por el dolor, no podía hacer nada más. Ella lo había intentado — y había fallado. Ahora todo lo que podía hacer era ver que su destino se acercaba a ella, paso a paso, mientras era llevada al otro lado del Cañón, con remolinos de niebla levantándose y envolviéndola, y después desapareciendo con la misma rapidez. Luanda sentía como si estuviera siendo llevada a otro planeta, a un lugar del que nunca volvería. Finalmente, llegaron al otro lado del Cañón, y cuando Rómulo dio su paso final, puso el manto alrededor de sus hombros, vibrando con un gran ruido, y con un brillo rojo luminiscente. Rómulo dejó caer a Luanda en el suelo, como si fuera una vieja papa, y azotó con fuerza en el suelo, golpeando su cabeza y se quedó ahí tirada. Los soldados de Rómulo se quedaron ahí, en el borde del puente, mirando, todos con un miedo evidente de dar un paso hacia adelante y comprobar si efectivamente el Escudo se había desactivado. Rómulo, harto, agarró a un soldado, lo izó por lo alto y lo lanzó hacia el puente, al muro invisible que alguna vez fue el Escudo. El soldado levantó las manos y gritó, preparándose para una muerte segura, mientras esperaba desintegrarse. Pero esta vez, sucedió algo diferente. El soldado salió volando por el aire, aterrizó en el puente y rodó y rodó. La multitud miraba en silencio mientras seguía rodando hasta detenerse — vivo. El soldado se volvió y se sentó y miró hacia atrás a todos ellos, la mayoría estaban sorprendidos por todo. Lo había logrado. Que sólo puede significar una cosa: el Escudo se había desactivado. El ejército de Rómulo soltó un gran rugido, y al unísono, todos fueron a la carga. Se arremolinaron sobre él, corriendo hacia el Anillo. Luanda se encogió de miedo, tratando de permanecer fuera del camino, mientras todos pasaban en estampida ante ella, como una manada de elefantes, rumbo a su patria. Ella miraba con desagrado. Su país, como lo había conocido, estaba acabado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD