Moví la cabeza para indicarle a Jesse que saliéramos al pórtico. Lo mejor que podíamos hacer era dejar a las mujeres congelar sus penas a solas. No era un pensamiento machista. Era darle la privacidad que sabía necesitaban y querían. Jesse descendió las escaleras, insertó las manos en sus bolsillos y miró las suelas de sus zapatos. —Lo lamento mucho —expresé—. Sé lo emocionados que estaban con el bebé. Asintió con la cabeza. —Solo quería hacerla feliz —exhaló. —Lo hiciste. —No. —Negó con fuerza—. Nos quitaron al bebé. Era entendible el sentimiento de culpabilidad. No podían culparse por algo que desconocían. No creía que estuviese en sus planes deshacerse del bebé, ni provocarle un dolor a la persona que amaban. Las palabras adecuadas eran pocas. Nunca fui bueno con las palabras,
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