—¿Y si un oso nos mata? —preguntó Winter. —No hay osos en esta área. Subíamos una colina llena de asbesto, cuando Winter inició un interrogatorio sobre animales salvajes que podían devorarnos. Ella llevaba una mochila de campista y me prestó la de su amiga Brenda. Era rosada, la suya verde, lo que confirmaba que eran totalmente opuestas. —¿Cómo sabes que no hay osos? —Internet —respondí. Winter se detuvo y vio el teléfono en mi mano. —Te dije que nada de teléfonos —regañó. Me lo quitó de la mano e insertó en uno de los bolsillos de su mochila. Tenía tantos, que olvidaría en cual lo colocó. Winter me sonrió y se adelantó. Solo la pendiente requería buena resistencia física. No imaginaba si decidíamos subir al mirador, desde donde se apreciaba toda Santa Mónica y la división de las pl