Winter sonrió. Vi un destello de rubor en sus mejillas, conjuntamente con la incomodidad del coqueteo. No coqueteaba con ella. Le dije lo que pensaba por su buena acción con el gato. La señora tenía razón. Ninguna persona querría un gato tuerto. La sociedad se regía por las mascotas hermosas. Si el perro no era una r**a pura, de ojos azules, un lobo siberiano o un pastor alemán, automáticamente el animal no tenía preferencia sobre el resto. Cuando iban a comprar un gato, si no era blanco con los ojos rayados, pintado con ojos azules o grises, tampoco lo veían. Lo triste era que sí nos dejábamos llevar por la portada, aunque el contenido fuese una completa bazofia. Me sucedió con las mujeres, mis amigas, incluso los chicos en la fraternidad. Las porristas siempre preferían al capitán del e