—Ah, vos debés ser Sara Ferreira —David era un tipo apuesto, bien bronceado, cabello n***o cortado para que pareciera que siempre iba despeinado y anteojos de sol rectangulares, que rara vez se quitaba. Hablaba con la confianza de quien sabe que puede conseguir lo que sea usando su chequera—. Hablé con vos por teléfono, es un placer conocerte personalmente. —Así es, charlamos varias veces —Sara se encargó de allanar el terreno con David, de explicarle los pormenores del contrato, y lo hizo sin intentar sonar desesperada—. Un gusto conocerlo, señor Viscaldi. Sara presionó levemente la mano que le extendió David y sonrió, no hizo el intento de levantarse, no quería que el dildo la traicionara. Sabía que David le estaba mirando las tetas, detrás de esos anteojos oscuros; pero lo permitió.