CAPÍTULO UNO
17 años después
Chloe Fine subió las escaleras de su nuevo hogar, el hogar que ella y su prometido habían pasado meses intentando comprar. No podía contener su emoción.
—¿Está muy pesada esa caja? —dijo Steven, corriendo por las escaleras para alcanzarla con una caja que leía ALMOHADAS.
—No, para nada —respondió Chloe, cargando su propia caja que leía PLATOS.
Steven colocó la caja en el suelo y tomó la suya.
—Intercambiemos las cajas —le dijo con una sonrisa.
Steven había estado sonriendo mucho recientemente. En realidad, había estado sonriendo desde hace ocho meses, desde el día en el que Chloe lo dejó colocarle el anillo de compromiso.
Siguieron caminando por la acera. Mientras caminaban, Chloe le echó un ojo al patio. No era el gran patio extenso que siempre había imaginado. En su mente, su casa de ensueño tenía un patio abierto y arbolado. En cambio, ella y Steven se habían decidido por una casa en un vecindario tranquilo. Pero ella solo tenía veintisiete años, así que todavía tenía tiempo. Tanto ella como Steven sabían que no envejecerían en esta casa. Y eso hacía todo esto aún más especial. Este era su primer hogar, el lugar en el que aprenderían los pormenores del matrimonio y tal vez donde tendrían uno o dos hijos.
Veía la casa del vecino muy claramente. Sus céspedes estaban separados solo por unos arbustos altos. El porche blanco pintoresco era casi idéntico al suyo.
—Sé que crecí aquí —dijo Chloe—, pero simplemente no se siente igual. Parece un pueblo totalmente distinto.
—Te aseguro que todo está exactamente igual —dijo Steven—. Bueno, lo único diferente son los nuevos proyectos de vivienda como este. Pinecrest, Maryland es un buen pueblo. Lo suficientemente pequeño que siempre te encuentras con gente que no quisieras ver, pero lo suficientemente grande como para no tener que conducir una hora a un supermercado.
—Ya extraño Filadelfia.
—Yo no —dijo Steven—. Aquí no hay aficionados de los Eagles, ni tampoco tráfico.
—Sí, tienes razón —dijo Chloe—. Pero igual…
—Ten un poco de paciencia —dijo Steven—. Te sentirás como en casa en un santiamén.
Chloe deseaba que su abuela estuviera aquí en este momento para ver esta casa. Chloe estaba segura de que estaría orgullosa de ella. Probablemente prendería el horno nuevo para prepararles un postre de celebración.
Pero su abuela murió hace dos años, diez meses después del accidente automovilístico en el que murió el abuelo de Chloe. Habría sido romántico creer que había muerto de un corazón roto, pero simplemente no fue así. Su abuela había sido víctima de un ataque al corazón, nada más que eso.
Chloe también pensó en Danielle. Justo después de la secundaria, Danielle se había mudado a Boston por unos años. Danielle había vivido muchas cosas, tales como un susto de embarazo, unos arrestos y varios trabajos fallidos. Todo eso había traído a su hermana de vuelta aquí, a Pinecrest, hace unos años.
Por su parte, Chloe había asistido a la universidad en Filadelfia, conocido a Steven y empezado su carrera como agente de FBI. Le faltaban unas clases para graduarse, pero la transición había transcurrido sin tropiezos. Baltimore quedaba solo a media hora de aquí y todos sus créditos habían sido transferidos.
Las estrellas parecieron alinearse majestuosamente cuando Steven consiguió empleo en Pinecrest. Aunque Chloe bromeaba mucho sobre no querer volver a Pinecrest, algo dentro de ella sabía que siempre terminaría allí, así sea por solo unos años. Sí, era una tontera, pero sentía que se lo debía a sus abuelos. Pasó muchos años anhelando poder irse de este lugar, y sentía que sus abuelos se lo habían tomado a mal.
Y luego habían encontrado la casa perfecta y a Chloe comenzó a encantarle la idea de estar de vuelta en un pueblo, aunque Pinecrest no era pequeño en absoluto. Tenía una población de unos treinta y cinco mil habitantes.
Además, estaba emocionada por ver a Danielle.
Pero primero tenían que terminar de mudarse. Sus pocas pertenencias estaban empacadas en un camión que actualmente estaba estacionado en su pequeña entrada de hormigón. Luego de dos horas descargando el camión, finalmente vieron la parte trasera del remolque a través de la última fila de cajas y contenedores.
A lo que Steven metió la última caja en la casa, Chloe comenzó a desempacar. Para Chloe fue surrealista darse cuenta de que todas estas cosas de sus apartamentos separados serían desempacadas en un mismo espacio, el espacio que ellos compartirían como pareja. Era una sensación agradable, una que la hizo echarle un vistazo al anillo que llevaba en su dedo con una sonrisa de satisfacción.
Mientras estaba desempacando, oyó un golpe en la puerta, el primero de su nuevo hogar. El golpe fue seguido por la voz aguda de una mujer que dijo: —¿Hola?
Confundida, Chloe dejó de desempacar y se dirigió a la puerta principal. No estaba segura de lo que esperaba ver, pero ciertamente no había esperado un rostro de su pasado. Por extraño que parezca, eso es exactamente lo que encontró esperándola en la puerta.
—¿Chloe Fine? —preguntó la mujer.
Habían pasado ocho años, pero Chloe reconoció a Kathleen Saunders enseguida. Habían sido compañeras de secundaria. Fue muy onírico verla allí, parada en su puerta. Aunque no habían sido mejores amigas en la escuela secundaria, habían sido un poco más que simples conocidas. Aun así, ver un rostro de su pasado parado en el umbral de su futuro fue tan inesperado que la cabeza de Chloe comenzó a dar vueltas.
—¿Kathleen? —preguntó—. ¿Qué haces aquí?
—Yo vivo aquí —dijo Kathleen con una sonrisa. Había subido un poco de peso desde la escuela secundaria, pero su sonrisa era exactamente la misma.
—¿Aquí? —preguntó Chloe—. ¿En este vecindario?
—Sí. Vivo a dos casas a la derecha de la tuya. Estaba paseando a mi perro y, cuando te vi, te reconocí enseguida. Bueno, supuse que o bien eras tú o tu hermana. Así que me acerqué y le pregunté al hombre que estaba dentro del camión si eras tú. Él me dijo que llamara a la puerta. ¿Ese es tu esposo?
—Prometido —dijo Chloe.
—Sí que el mundo es pequeño —dijo Kathleen—. Bueno, este pueblo.
—Sí, tienes razón —dijo Chloe.
—Me encantaría charlar, pero tengo una cita con un cliente en una hora —dijo Kathleen—. Y, además, sé que estás ocupada desempacando. Pero mira… hay una fiesta de la cuadra el sábado. Quería ser la primera en invitarte.
—Muchas gracias. Lo aprecio mucho.
—Antes de irme, quería preguntarte cómo estaba Danielle. Sé que pasó por momentos difíciles cuando terminó la escuela secundaria. Se rumorea que está viviendo en Boston.
—Sí, vivía en Boston —dijo Chloe—. Pero regresó a Pinecrest hace unos años.
—Qué genial —dijo Kathleen—. Deberías invitarla a la fiesta. ¡Me encantaría hablar con las dos!
—Igualmente —dijo Chloe.
Chloe miró brevemente por encima del hombro de Kathleen y vio a Steven en el camión. Se encogió de hombros y la expresión en su rostro parecía decir: —¡Lo siento!
—Bueno, me dio mucho gusto verte —dijo Kathleen—. Espero verte en la fiesta de la cuadra. Y si no, ¡sabes dónde vivo!
—¡Sí! A dos casas a la derecha.
Kathleen asintió y luego sorprendió a Chloe con un abrazo. Chloe se lo devolvió, bastante segura de que Kathleen no abrazaba mucho a la gente en la escuela secundaria. Vio a su vieja (y nueva, suponía) amiga despedirse de Steven mientras regresaba a la acera.
Steven subió los escalones del porche con las últimas dos cajas. Chloe agarró la de arriba y juntos caminaron a la sala de estar. El lugar era un laberinto de cajas, contenedores y equipaje.
—Lo siento —dijo Steven—. No sabía si sería bienvenida o no.
—No te preocupes. Fue extraño, pero todo bien.
—Me dijo que era una amiga de la escuela secundaria.
—Sí. Y aquí estamos, viviendo a dos casas la una de la otra. Sin embargo, me pareció muy dulce. Nos invitó a una fiesta de la cuadra este fin de semana.
—Qué bueno.
—Ella también conoció a Danielle en la secundaria. Creo que la voy a invitar a la fiesta.
Steven comenzó a abrir una de las cajas, soltando un suspiro. —Chloe, ni siquiera llevamos un día aquí. ¿No podemos esperar un rato antes de meter a tu hermana en nuestras vidas?
—Sí, eso haremos. La fiesta es en tres días. Así que esperaremos tres días.
—Sabes a lo que me refiero. Danielle tiene una tendencia a dificultar las cosas.
Chloe lo entendía perfectamente. Steven había visto a Danielle cuatro veces, y cada una de ellas había sido incómoda. Danielle tenía muchos problemas, los cuales incomodaban a la gente a su alrededor. Sabía que Steven tenía razón. ¿Por qué invitarla a una fiesta en la que no conocería a nadie?
Pero la respuesta era sencilla. Porque era su hermana. Llevaba unos cuantos años sola y triste y, aunque sonora ridículo, Danielle la necesitaba.
Vio un destello de las dos sentadas en las escaleras de apartamentos en su mente.
—Sabías que eventualmente me comunicaría con ella —dijo Chloe—. No puedo seguir excluyéndola de mi vida ahora que vivimos en el mismo pueblo.
Steven asintió, se acercó a ella y le dijo: —Lo sé, lo sé. Pero un hombre puede soñar.
Ella sabía que el comentario debía molestarle, pero solo era en broma. Al menos estaba cediendo, no queriendo que una discusión sobre su hermana arruinara su día de mudanza.
—Tal vez salir y socializar sería bueno para ella —dijo Chloe—. Creo que podría ayudarla mucho. Simplemente quiero ser parte de su vida.
Steven sabía la historia compleja de ambas. Y aunque Chloe sabía que Danielle no le caía muy bien, siempre la había apoyado y entendido su preocupación por su hermana.
—Entonces haz lo que creas que es mejor para ella —dijo Steven—. Y a lo que cuelgues con ella, ven a ayudarme a armar la cama. Quiero tenerla lista para más tarde.
—¿Sí? ¿Para qué?
—Esta mudanza me tiene agotado. Me voy a quedar bien dormido.
Ambos se echaron a reír y luego encontraron su camino a los brazos del otro. Se dieron un beso que sugería que tal vez su primera noche en su nuevo hogar sí le daría un buen uso a su cama. Pero por ahora, tenían montones de cajas por desempacar.
Y también tenía que llamar a su hermana, lo cual podría ser incómodo.
Solo pensar en eso la hacía sentirse alegre, pero también ansiosa.
Aunque era su hermana gemela, Chloe nunca sabía qué esperar de Danielle. Y debido a que Danielle estaba de regreso en Pinecrest, Chloe estaba bastante segura de que no estaba nada bien.