—Voy a tener que sacarte esa idea absurda de la cabeza —susurra a mi oído, y pasa a morder suavemente el lóbulo de mi oreja.
Río al principio, al pensar lo bien elaborado que está este guion en mi cabeza.
Cada vello de mi cuerpo se eriza de gusto al sentir su respiración cálida desplazarse lentamente por mi cuello y rozar ligeramente la punta de su nariz en el trayecto. De forma inconsciente, levanto la cabeza para que el hombre de mis sueños pueda tener mayor acceso a esa zona, y eso parece gustarle. Lame, besa y succiona la piel de mi cuello en momentos, mientras yo solo cierro los ojos y me dejo llevar por el cúmulo de sensaciones que está generando en mí.
Mis manos vuelven a buscar su cabello para enredar mis dedos en él. Pequeños sonidos salen de mis labios sin permiso, pero ahora quiero volver a besarlo; necesito volver a probar sus labios. Eso se ha convertido en una urgencia. Halo ligeramente su cabello, echando su cabeza hacia atrás, y busco nuevamente el contacto, pero ahora con una intensidad diferente a la anterior. Ya había besado antes, claro que sí, pero nunca nada se había sentido tan intenso como ahora.
Es como si cada fibra de mi cuerpo vibrara al compás de ese beso y buscara la forma de profundizarlo y perderse en él. Este beso no solo es un movimiento acompasado de nuestros labios rozándose entre sí y de nuestras lenguas jugando a explorar y desbordar mi corazón, sino que es la prueba de la compatibilidad de nuestros cuerpos y quizás de algo más. Mi mejor amiga dice que soy muy ingenua, una romántica empedernida, pues siempre he pensado que sentiré cuando la persona sea la indicada para mí, cuando a través de un beso, nuestras almas se sientan completas.
Ese es el motivo por el cual, a mis veintitrés años, sigo virgen. No es debido a creencias religiosas o a un exceso de mojigatería; simplemente no he podido sentir el entusiasmo necesario para intimar con un hombre y permitirle el acceso a mi cuerpo. No quiero acostarme con alguien solo por moda o porque todos lo hacen. Mi forma de pensar puede parecer completamente ridícula para el resto del mundo, pero es mi verdad.
No he tenido sexo con ninguno de mis exnovios y, por eso, normalmente se terminan mis relaciones. Nunca había sentido, con ninguno de ellos, la cantidad de sensaciones que el hombre de mis sueños está generando en mi cuerpo. Creo que es algo triste pensar que estoy soñando con el hombre indicado, porque eso quiere decir que, inconscientemente, ya estoy desesperada por tener relaciones sexuales.
Sus manos se están tomando algunas libertades, recorriendo mi cuerpo y ejerciendo una deliciosa presión en mi piel. Aunque disfruto de esa sensación, no puedo evitar que me asuste un poco.
—Parece que nos irá muy bien —dice, mientras se aleja de mis labios y me permite recobrar el aliento.
Se ve agitado, pero ni por asomo sobrepasado por la situación, como lo estoy yo. Su mirada miel me observa con intensidad y grita deseo, grita que me desea tanto o más que aquella parte de su anatomía que está tensa bajo su bóxer, la única prenda que tiene puesta y que he evitado mirar desde el principio. "Pudor tonto", me digo una y otra vez, pues no debería sufrir de pudor en un sueño.
Besa nuevamente mi cuello y, hábilmente, logra quedar encima de mí sin poner su peso sobre mí. El hombre me observa con detenimiento y parece que soy de su agrado. Mis manos exploran su torso marcado y luego recorren su espalda, disfrutando la sensación que me genera pasar mis uñas por ahí. Todo se siente perfecto: las sensaciones, el intercambio de miradas, todo es perfecto, pero luego un pensamiento pesimista llega a mí.
¿Y si en la vida real no soy capaz de sentir este nivel de conexión? ¿Y si este sueño es lo más cercano que estaré del hombre que me haga sentir esto?
—¿Qué pasa? —pregunta, dándose cuenta del cambio en mi semblante.
—Pensamientos pesimistas que no deberían estar aquí, así que sácalos de mi cabeza.
Sonríe antes de contestar.
—Tus deseos son órdenes.
Se acerca nuevamente a mis labios sin llegar a tocarlos, y acomoda bien en mis hombros las finas tiras del corto camisón que llevo puesto.
—Eres jodidamente sexy —dice, con un tono de voz algo más ronco que hace un momento—. Estoy ansioso por probarte.
Su tibio aliento se mezcla con el mío, y sus labios atrapan los gemidos que ahora salen con más frecuencia de los míos. Una de sus manos está bajo mi camisón y lentamente se desliza hacia mi busto, donde masajea y aprieta ligeramente uno de mis pezones. Luego, de manera inadvertida, abandona mis labios y, sobre la suave tela, muerde mi pezón, que es increíblemente notorio en este momento. Lo tiene ligeramente presionado entre sus dientes y me mira.
Lo observo, y la expresión en su rostro, mezclada con la escena completa, es tan sugestiva que creo que estoy tan mojada como nunca lo había estado. La presión de sus dientes aumenta, generándome un pequeño dolor, pero lo compensa con más estragos en mi zona íntima. Instintivamente, cierro los ojos y arqueo mi espalda, haciendo que mi zona baja se apriete, y es en ese momento cuando soy consciente de dos cosas.
La primera cosa que llega a mi mente en medio del placer que estoy sintiendo es que no tengo bragas puestas, y la segunda... ¿cuál era la segunda? No estoy pensando correctamente porque sus dedos comienzan a recorrer mi sexo y se deslizan con una facilidad increíble por lo lubricada que estoy. Sus dedos, ahora húmedos, recorren mi clítoris con movimientos circulares, y poco después soy presa de un gran orgasmo.
Los espasmos que estoy sintiendo no se comparan con los que he sentido al masturbarme en la soledad de mi habitación.
—¿Sigo pareciéndote un sueño? —pregunta, mordiendo su labio inferior y haciendo que recuerde la segunda cosa.
¿Puedo sentir dolor en un sueño? Luego pienso en otra cosa y creo que la realidad me alcanza: ¿no debería haberme despertado debido a la intensidad de este orgasmo?