El comienzo del final

1138 Words
Narra Chloe Wheeler Mis manos temblaban mientras sostenía las pruebas contundentes de lo que mi mente ya intuía ¡Nate, mi prometido desde hacía dos años, tenía una amante! Pero no era cualquier amante, no… Para añadir más sal a la herida, era Ella. Tanya Parker, la mujer a la que durante diez años había considerado como mi mejor amiga ¡Diez malditos años! El mundo parecía desmoronarse bajo mis pies. Esas múltiples fotos, junto a las impresiones de los chats… todo lo obsceno que el investigador privado me había compartido que había ocurrido durante los meses de mi recuperación del catastrófico accidente que casi acaba con mi vida, hasta justo hoy en la mañana, diciéndole: “Buenos días, mi gata salvaje”. Esos infernales mensajes ahora parecían quemar las palmas de mis manos y mis retinas, mientras los miraba con el desprecio hirviendo en mis entrañas. «¿¡Cómo pudiste, Nate!?», pensé mientras lancé las pruebas y gritaba con rabia. Todo voló y calló frente a mis ojos, pero yo solo podía concentrarme en el agudo dolor que me desgarraba el pecho. Lo único que realmente a lo que mi mente prestaban atención era a los caudales de lágrimas que brotaban sin control de mis ya hinchados ojos. Cada gota deslizándose por mis pálidas mejillas solo me recordaba lo vacía que me sentía por dentro. Mi mente se encargaba de bombardearme sin cesar con esos pensamientos intrusivos que parecían cuchillos, tan molestos como la revelación misma de mi miseria. «No fuiste suficiente, Chloe». Luego otra punzada… «Tu fealdad es la causante, Chloe». Otra daga más… «De seguro algo te faltó para dar en la relación ¡Chloe!». Mi cuerpo temblaba, el dolor era insoportable, parecía que mi mente y cuerpo estallarían allí mismo sin darme tregua alguna, porque estaba convencida de que todo quise hacerlo bien para él, para nosotros. Con un sollozo, el autodesprecio se deslizó lentamente por mi garganta y entró directo a mi alma. Todo lo que alguna vez pensé que era cierto, todo lo que siempre creí de mi misma se rompía, mientras me cuestionaba qué había hecho mal y hasta terminaba queriendo justificarlo por lo que había pasado. Incluso miré las fotos de Tanya, ella siempre luciendo liberal, mostrando sus escotes provocativos, saturando su rostro de maquillaje y mostrando al mundo su cuerpo a traves de esas minifaldas o ropa ajustada que yo siempre le critiqué en forma de consejos, diciéndole que nadie la tomaría en serio si era así. «Ella es todo lo que Nate una vez me dijo que detestaba, incluso me dijo que era vulgar y corriente ¡Ahora sí que no comprendo nada! Él se comenzó a convertir en un total desconocido». Mi mente daba vueltas y vueltas, queriendo encontrar una palabra lógica que me ayudara a resolver el misterio. Lo culpaba, me culpaba, la culpaba a ella, pero al final la respuesta era ambigua y me seguía dejando en las penumbras de la incertidumbre. En un momento de descanso, me quedé allí, en silencio, solo con el eco de mi propia miseria haciendo estragos en mi cabeza, hasta que el timbre sonó y mi corazón casi se salía de mi pecho… De seguro era él, que venía a buscarme a la misma hora —justo cuando salía del trabajo—, no me sentía lista para encararlo y decirle de frente que ya me había enterado de su infidelidad de seis meses. Me levanté de golpe y corrí hacia el lavabo, el temor se apoderó de mi pecho. El insistente sonido del timbre me avisaba que él ya se estaba desesperando mientras yo me lavaba el rostro, lo secaba para luego aplicar un poco de delineador y rimel, todo con tal de intentar cubrir un poco de mi desgarradora pena. De pronto mi celular comenzó a vibrar… me sobresalté. Mi amor, ese era el nombre de contacto que por cinco años había permanecido registrado para su número… Ahora se sentía como el error más grande de mi vida. Mi corazón parecía quererse salir de mi pecho, no sabía cuanto temor le tenía a su enojo, a saberlo impaciente por mi causa, pero el dolor a flor de piel me dio un poco de valor para tomar fuerzas de no responderle y hacerlo esperar lo que fuera necesario. El timbre dejó de sonar para convertirse en golpes secos que parecían taladrar mis oídos mientras yo me ataba el cabello en una coleta. A él le encantaba verme con moños, nunca con el cabello suelto y rebelde; me di cuenta de cuanto influía el en mí solo con sus juegos de palabras en forma de crítica. Era como si una venda se estuviera desenvolviendo de mis ojos, mientras los golpes en la puerta continuaban. — ¡Abre esa puerta, sé que estás allí! ¿Qué carajos te pasa, Chloe? — la grave voz de Nate me decía que echaba rayos y perforaba mis oídos. Claro, él estaba extrañado con mi comportamiento, yo que siempre estaba al segundo cuando él me necesitaba, conmigo nunca se vio en la necesidad de esperar, jamás. Pero hoy no me importaba… no esta vez. Me di un último vistazo al espejo, me esforcé para que mi rostro luciera más sereno de lo que en realidad me sentía por dentro, aunque la rabia estaba allí al rojo vivo, como lava a punto de ebullir de un volcán. Respiré hondo… No era el miedo hacia él lo que me afectaba, no… era la rabia contenida, las palabras no dichas, los gritos ahogados durante años queriendo agradarlo, cinco años a la basura en un segundo. Hoy todo iba a cambiar. Caminé hasta la puerta de entrada de mi apartamento de soltera, aunque en ese instante se sentía más como una trinchera. Al abrirla me golpeó la presencia de Nate. Ahí estaba, de pie, vestido a la moda, con esa mirada fulminante que había aprendido a temer. Arrogante, como si él fuera el ofendido en esta situación. ¡Ja! Como si yo estuviera dispuesta a seguir siendo su marioneta. — ¡¿Pero qué mierda de pasa hoy, Chloe?! ¿Acaso estás idiota? ¡Sabes que detesto esperar! — espetó en un gruñido iracundo con la cara roja como un tomate, a lo mejor esperando una explicación y que agachara la cabeza sumergiéndome entre miles de disculpas. Apreté los labios sin dejar de mirar su “pulcra” imagen. No le respondí… no con palabras, al menos. Reaccionando sin pensar, mi mano voló en el aire y el sonido estridente de la bofetada dura y clara en su mejilla dejó en claro todo lo que opinaba sobre nuestra relación. Nate me volteó a ver, boquiabierto, con la sorpresa impregnada en su rostro e indicios de ira. Ese era el comienzo del final… O eso esperaba.
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