Adiós Chloe

1566 Words
Narra Chloe Wheeler No pude resistirlo más. Me levanté tambaleante, con una sonrisa pícara dibujada en mi rostro. Me costaba un poco mantenerme en pie, pero eso era lo que menos me importaba. Cada paso me acercaba más a mi objetivo. Mi presa estaba allí frente a mis ojos, a tan solo unos metros de mí. Justo en la parte de la barra que era VIP. Maxwell Donovan… Tenía los ojos clavados en él, ese mal nacido Donovan, tan radiante, tan alto y jodidamente atractivo, y esa maldita colonia masculina, fresca que llenaba el ambiente a su alrededor; un aroma que al instante me revolvió el estómago y todos los sentidos. No sé qué exactamente fue lo que me provocó su olor, pero me sentí débil por un momento, atrapada por el magnetismo que emanaba ese hombre, que solo por llevar el apellido Donovan ya era un veneno para mí. Pero no… yo sabía la verdad. Sabía que los Donovan eran un espejismo casi magistral, una vil fachada perfecta para los ojos ajenos que no los conocían a fondo, que en sus raíces ocultaba la más podrida de las maldades. Sin embargo, ver a Maxwell tan atractivo frente a mí, tan seguro de sí mismo, solo alimentaba más la oscuridad que había en mi interior. Justo cuando estaba a punto de dar otro paso más, una visión hizo que mi cerebro en estado de ebriedad, se detuviera. Me rasqué la sien, tambaleándome un poco más, pero con eso tuve para detenerme. Miré hacia donde estaban los amigos de Maxwell, ¡un par de conocidos de Nate! Esos malditos… siempre se cubrían la espalda entre ellos y sabía que no podía fiarme. Si alguno de ellos me reconocía o si me veían acercándome demasiado, podrían arruinar todo ¡No lo iba a permitir! En cuestión de segundos, di como veinte pasos hacia atrás, alejándome cautelosa del perímetro, con la amargura descendiento de mi garganta hacia mi estómago. Les di la espalda y caminé hacia la barra. Que el universo no creyera que me iba a rendir, no esa noche. Yo bien estaba segura de que aun podía hacer algo. Con discresión me acerqué a uno de los bar tenders, fingiendo despreocupación. —Oye… El señor es Maxwell Donovan, ¿verdad? —inquirí fresca y casual mientras él limpiaba unas relucientes copas. —Sí —respondió sin verme a la cara y obviamente sin darle mucha importancia—, él viene por aquí bastante seguido, normalmente los lunes o viernes desde ya hace años. Yo sonreí con amabilidad y fingí que esa información no era más que un comentario trivial. —Claro, por supuesto… Tiene sentido ya que este lugar siempre alberga gente tan... importante y refinada —respondí con un sarcasmo que él no captó, pero mejor aún. Después de pagar mi cuenta y de despedirme de manera casual, él siguió con su labor y yo salí del club, con la cabeza dando vueltas por el alcohol. «Después de todo… ya nunca me volverás a ver, al menos no luciendo así», dije para mis adentros y me dirigí a mi auto. Al llegar al apartamento, como siempre, me detuve frente al espejo… ya era como un ritual hacerlo. Mi reflejo era borroso, claramente debido al mareo, pero aun así distinguía mis enrojecidos ojos hinchados por ese híbrido de odio y alcohol que anidaba en mi cuerpo. Me observé por unos segundos y en ese momento me dije determinada unas palabras que al final terminaron siendo significativas. —Adiós, Chloe Wheelher. Sí… me despedí de la mujer que había sido hasta ese momento. Esa Chloe débil, lastimada y rota tenía que transformarse. Pues esa noche me hice la promesa de renacer como una mujer más fría, calculadora y desalmada si fuera necesario. Necesitaba desaparecer, no solo físicamente, sino borrar toda mi existencia del panorama. Hacerle creer a todos que me había ido a un largo viaje sin retorno, o quién sabe, tal vez fingir que me raptaron unos alienígenas o mafiosos… una de esas historias ridículas que la gente comenta en tertulias, entre sorbos de café, haciendo como si les importara, solo para luego seguir con sus miserables vidas. Yo sería solo una anécdota más en sus charlas. No me quedaba mucho más que tristeza, pero esa misma iba a ser el combustible que necesitaba para idear el resto de mi plan. Decidí que el viaje debía ser lo menos escandaloso posible, algo simple que funcionaría… al menos en mi mente maquinadora. Me senté frente a un papel en blanco y comencé a redactar una carta para mi familia. Tenía que sonar genuina, dulce al punto de la melosería, como ellos esperarían que yo fuera. “Queridos papá, mamá y hermanos…” Así comencé con el lapicero aferrado a mi temblorosa mano. Las palabras parecían escribirse solas, nada fue forzado. Les expliqué lo de mi ruptura con Nate, les hablé del dolor y la necesidad de alejarme, de buscar un nuevo horizonte para sanar. Lo mucho que los quería y extrañaría, lo mucho que amé a Nate Donovan y mi deseo de superación. ¡Ja! Sí claro… Yo sabía que me lo creerían todo, porque siempre había sido honesta con ellos, nunca les oculté cuanto yo di en mi relación con el idiota de Nate, a pesar de que me decían que no era bueno para mí... ¡Cuánta razón tenían! Al pensar en aquello, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas sin que las llamara, mojando el papel donde escribía. Me regodeé en mi pesadumbre y las dejé ser. Cuando terminé mi carta, la levanté para arrugarla por lo terribles que consideré las lágrimas diluyendo partes de las palabras que escribí, pero entonces lo vi… ¡era perfecto! No necesitaba de modificar nada. Quería que las vieran en realidad, que sintieran la tristeza que intenté hacerles ver; una despedida dramática, como la vida que había tenido hasta el momento. Metí la carta en un sobre, lo sellé con cuidado y lo envié por correo, todo parecía a la antigua he de reconocerlo, pero esto lo hacía más real para mí. Y en unas semanas les escribiría desde el chat para enviarles un par de fotos falsas de algún lugar paradisíaco, quizá luego de manera recurrente, solo para mantener la mentira viva. —Chloe, desapareciste… esta será tu última obra como la chica buena —me dije en voz alta mientras me las arreglaba para enviar la carta. Y así fue como mi desaparición estaba por comenzar a germinar. Al día siguiente, como era de esperarse, las llamadas comenzaron a llegar, una tras otra, como si de repente todo el mundo quisiera saber de mis huesos. Las ignoré todas. No respondí ni un solo mensaje tampoco. Lo único que me importaba era desaparecer de Nueva York y borrar poco a poco cada huella de mi vida pasada. El reloj corría en mi contra, pero la jugada se concretó más rápido de lo que esperaba. El p**o por mis diez años de trabajo llegó justo a tiempo, cuando mis ahorros ya estaban a la mitad, era como si el universo supiera que el aguantar diez años ese empleo, las miradas condescendientes, la hipocresía de Tanya, sumados a la traición de Nate y la tragedia por la que me hizo pasar, esos diez años se habían convertido en una suma que brillaba en mis pupilas como signos de dólares. Con el sentimiento de libertad que tanto anhelaba, me puse en marca, no iba a cargar con nada del pasado. Vendí mis muebles, cada pieza de ropa, cada objeto que alguna vez me perteneció, a excepción de mi celular y del anillo de compromiso que no iba a tirar hasta que viera mi venganza cumplida. Ambos objetos los envolví en un pañuelo y guardé en un pequeño cofre en el que deposité todo mi odio también. Ipso facto compré una maleta nueva, y lo esencial para el viaje que emprendería. No necesité lo viejo y así con una sensación de vacío, que lejos de asustarme, me daba una extraña paz, tomé el vuelo más próximo hacia Rusia. No me importaba el destino, solo el hecho de que era lejos de donde yo viví toda la vida. Dejé Nueva York atrás y con esa ciudad, dejé todo atrás… al menos por el momento. Obviamente, mientras hacía todo el papeleo para cambiar mi identidad de Chloe Wheeler a Sasha Smirnova… ese nombre resonó en mí desde el principio y debía poseerlo en su totalidad. Olivia Browm, una mujer que contacté y quien me comenzó a ayudar con mi proceso de transformación, era una mujer imparable que comencé a admirar… Ella era bastante alta y con un sentido de la moda impecable. No le temía a nada y me inspiré en ella para comenzar a ser la mujer que quería, casi comencé a sentirla como mi amiga… pero yo ya no creía en la amistad a esas alturas. Olivia me asesoró en cada paso, desde la falsificación de documentos hasta en la creación de mi nueva historia como dueña de una cadena de boutiques, en la cual comencé a invertir los siguientes nueve meses para que fuera real. Todo tenía que estar fríamente calculado y a medida que los trámites avanzaban, algo dentro de mí se endurecía, se fortalecía. Pero no solo me estaba transformando en papel… ¡Sería un cambio físico radical!
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