Enzo Honey me estaba lanzando dagas, su pequeño puño vendado atrapado en mi palma. Sus manos eran tan pequeñas que las mías envolvieron las de ella por completo. Sus ojos marrón dorado se encontraron con los míos, su labio superior se curvó en una mirada de absoluta ira. Parecía tan intimidante como una cierva en un prado. Casi me sentí mal porque se partió los nudillos en mi pómulo. A ella le dolió más que a mí y me dolió que nadie le enseñara a lanzar un puñetazo adecuado. Las chicas que trabajaban en mi club sabían pegar mejor que eso y tenían porteros pagados para que lo hicieran por ellas. "¡Déjame ir!" gritó, tratando de quitarme de encima mientras levantaba la otra mano en un intento de dar un puñetazo con la zurda. Ese también lo pillé. “¿Qué vas a hacer, pequeña? ¿Mmm?" Pre