CAPÍTULO DIECIOCHO Mumford era su nombre. Se hizo cargo de la gestión del hotel hace unos cuarenta años. Fue él quien la bautizó como “El Elegance”, aunque nadie supo el por qué, dado que era un lugar de aspecto sórdido, con pintura descascarada y entarimado deformado. La noche que sucedió, estaba cerrando el bar. Después de despedir a la señora Taylor, la recepcionista, media hora antes, estaba solo. El negocio había estado flojo recientemente, y no veía ningún sentido en pagar un buen salario para que ella simplemente se sentara. Resoplando, levantó la trampilla del sótano y bajó los pocos escalones húmedos y oscuros que conducían a la penumbra. Cogió una de las antorchas que siempre guardaba allí y la encendió. Yesca seca, estalló violentamente, permitiéndole una buena vista de los a