Había una multitud afuera del Palacio y las mujeres y los niños saludaron y gritaron al verlos aparecer. Pero también un número considerable de hombres de aspecto siniestro los miraba con la misma expresión sombría que ella había notado el día anterior. Los miembros de la caballería, con sus cascos emplumados, se veían muy impresionantes y Xenia tuvo la convicción de que la multitud los vitoreaba a ellos, más que a ella y al Rey. Esta vez no iban solos en el carruaje. Madame Gyula, como dama de honor de ella, y el Conde Gaspar, como ayudante personal del Rey, se sentaban frente a ellos. Los árboles cubiertos de flores, el sol que brillaba sobre las montañas y las faldas multicolores de las mujeres que veía por la calle hicieron sentir a Xenia, una vez más, que estaba viviendo un cuento