–¿Estarás libre mañana?– preguntó Thea. –¡Sí, gracias a Dios tendré unos momentos para mí mismo! Bien sabes lo breves y poco frecuentes que son. Tras decir esto, Georgi salió de comedor y Thea permaneció mirando sin ver a través de la ventana. Todo su ser se rebelaba contra su destino. Cuando finalmente se dirigió al Salón de Música, donde el Profesor la esperaba, su rostro se veía muy pálido. De todos los Maestros que tenía, el de música era su preferido. Había sido un artista de fama europea antes de retirarse por la edad. Era la Reina quien había decidido que sería el Maestro ideal para su hija y, en efecto, le enseñó a expresarse a sí misma en su modo de tocar y en las composiciones que escribía. Thea intentaba trasladar al pentagrama las emociones que la belleza inspiraba a su co