capítulo 5: La huida de Marisol.

1066 Words
★Marisol. Me quedé en silencio por un buen rato, tratando de entender por qué había llamado a Leo «mi Leo». Observé cómo sus manos se movían con rapidez sobre el teclado mientras trataba de explicarme cómo usar la computadora. Su expresión de concentración contrastaba con mi confusión. —¿Qué piensas, Marisol? ¿Te parece más claro ahora cómo funciona? —preguntó Leo, sonriendo al notar mi silencio. —La verdad es que estoy algo perdida. Creo que necesitaré más práctica —confesé, sintiéndome frustrada por no entender del todo. —No te preocupes, estamos aquí para aprender juntos —respondió Leo, con una voz reconfortante. Mientras seguía intentando procesar la información, mi estómago recordó que ya era hora de comer con un fuerte gruñido. —¿Te gustaría ir a comer algo? —preguntó Leo, notando mi distracción por el hambre. —¿A comer? —dudé por un momento, queriendo decirle que no, pero el vacío en mi estómago me hizo cambiar de opinión—. Bueno, quizás un bocado no estaría mal. Tengo tanta hambre que me comería un elefante. Leo rió ante mi exageración, y juntos nos dirigimos hacia la salida de la oficina, listos para disfrutar de un merecido descanso y algo de comida. Él era mucho más alto que yo, fácilmente alcanzaba los dos metros de altura. Aunque su estatura imponente podría resultar intimidante, su presencia era innegablemente atractiva. Sus ojos, profundos y expresivos, capturaban mi atención cada vez que se posaban en los míos. Mientras avanzaba a su lado, no podía evitar observarlo furtivamente, tratando de descifrar cada gesto y cada expresión que cruzaba su rostro. ¿Qué pensaría de mí? ¿Le habría causado buena impresión? Con una gentileza que me sorprendió, sostuvo la puerta de la oficina y salí detrás de él, consciente de las miradas curiosas que nos seguían. Me sentía como en un escaparate, expuesta a la curiosidad de todos. Muchas de las mujeres cercanas nos observaban con interés, y yo me sentía notablemente pequeña a su lado. Su presencia imponente eclipsaba la mía, pero cuando colocó su mano en mi cintura, experimenté una extraña sensación de seguridad, como si de repente el mundo a mi alrededor se ralentizara y solo existiéramos él y yo. Juntos caminamos hacia el ascensor, y en ese pequeño espacio, podía sentir y escuchar el latido acelerado de mi corazón. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, una corriente eléctrica parecía recorrer mi cuerpo, llenándome de una emoción que nunca antes había experimentado. Ni siquiera con David, nunca había sentido esta mezcla abrumadora de emoción y temor. Estaba adentrándome en un territorio desconocido, pero algo en la forma en que él me miraba me decía que valdría la pena cada segundo de esta aventura incierta. —¿Estás bien? —preguntó Leoncito con un tono de preocupación que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. —Sí, es solo que... ¿No te da vergüenza que las demás compañeras te vean conmigo? Perdón por tutearte sin permiso, sé que eres mi jefe inmediato, aunque después sigue el ogro del CEO —me disculpé, sintiéndome como un pez fuera del agua en esta situación. Leoncito soltó una pequeña risa y luego comenzó a toser, lo que me hizo entrar en acción de inmediato. —Oye, Leo, ¿estás bien? —pregunté con preocupación, dando palmadas suaves en su espalda mientras él intentaba recuperar el aliento. —Sí, todo bien. Puedes tutearme si quieres, por mí no hay problema. Pero pondré una condición a esos cambios, señorita —dijo, con una sonrisa amable que me tranquilizó. —Soy una señora, ya tengo un hijo —respondí, dejando escapar una sonrisa al recordar a mi Matías y sentirme un poco más en confianza. —¿Tienes un hijo? —preguntó Leo, con genuina curiosidad en sus ojos. —Sí, tengo un hijo. ¿Cuál es tu condición? —pregunté, intrigada por saber qué tenía en mente. —Quiero que me dejes llamarte Cachetitos, me encantan tus cachetes, brillan muy bonito —dijo con una mirada cálida que hizo que me ruborizara ante su halago, pero también me hizo sentir un cosquilleo en el corazón por la cercanía inesperada entre nosotros. —Jajaja, cualquiera pensaría que estás enamorado de mí —bromeé, tratando de aligerar la tensión que se había creado entre nosotros. Él sonrió, pero luego su expresión se volvió más seria y sus ojos se encontraron con los míos en un silencio lleno de significado. —Pondré el piso al que vamos —mencioné, carraspeando ligeramente para romper la intensidad del momento. Con un gesto coordinado, ambos llevamos nuestras manos a los botones del ascensor al mismo tiempo. Presionamos la planta baja, y en ese instante, un deseo abrumador me invadió. No supe si era por la claustrofobia momentánea o la tensión acumulada entre nosotros, pero me sentí impulsada a actuar. Sin pensarlo dos veces, lo empujé suavemente contra la pared del ascensor, tiré de su corbata y me atreví a besar sus labios con una pasión que había estado latente desde que lo conocí. Madre santísima, no sé qué me pasó, pero una vez que nuestros labios se unieron, ya no pude detenerme. No había decoro en nuestras acciones, solo un deseo desenfrenado que nos consumía a ambos. Sus manos, atrevidas pero seguras, rodearon mi cintura y me alzó con una facilidad sorprendente, envolviendo mis piernas alrededor de su cintura. Aunque mi peso era considerable, él me sostenía como si fuera una pluma. Sentí sus manos explorando mi trasero mientras su lengua exploraba mi boca, y todo lo que quería era más de él. Incluso pude sentir su evidente excitación rozando mi entrepierna. La dureza y el calor de su cuerpo me hicieron perder la razón, y comencé a restregarme contra él en busca de más contacto, más sensaciones que me hicieran olvidar todo lo demás. El sonido repentino del timbre del ascensor nos sacó abruptamente de nuestro trance, anunciando que habíamos llegado a la planta baja. El miedo me invadió de repente, y bajé rápidamente de encima de él, retrocediendo como si estuviera siendo perseguida por un delincuente. Mis pasos se convirtieron en una carrera frenética, como si pudiera escapar de todo lo que acababa de suceder. Sabía que nadie podría alcanzarme mientras corría a toda velocidad por el pasillo, pero ¿podría realmente huir de mis propios deseos?
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