El rostro de Gia palideció cuando observó a Michele de pie junto a ella, su respiración se cortó por un momento y Michele casi escuchó el sonido de su garganta al tragar saliva. Eran más de las ocho treinta, Gia y Lucian habían quedado de verse afuera, sin embargo, los dos ingresaron. Gia cerró los ojos por un breve momento comprendió que no pensó en que se podía encontrar con Michele ahí, pero ya era tarde, el líder de la mafia estaba de pie, escudriñándola con su mirada amedrentadora. —¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Michele con su gesto serio, Él era dueño de la mitad de ese lugar y por supuesto, el ingreso de Gia no estaba permitido. Gia sintió que la saliva se atoró en su garganta, trató de responder, pero las palabras no salieron de su boca, no porque no pudiera hablar, si no po