El día de la fiesta llegó, y la villa donde Michele y Kath se hospedaban estaba llena de una expectante calma. Kath se levantó temprano, con el estómago revoloteando por el hambre, su estómago gruñía desesperadamente, tanto que sus mejillas se tiñeron de rojo ante la vergüenza. Michele se removió en la cama, esbozando una ligera sonrisa que pronto desapareció de su rostro. Ambos estaban desnudos en la cama, luego de haber continuado aquellos besos ardientes y lascivos en el auto, Michele había llevado a Kath en sus brazos hasta la habitación, de la cual no salieron en toda la noche. —Ordenare que preparen el desayuno —dijo Michele levantándose de la cama. Kath observó su cuerpo desnudo, tu espalda perfectamente esculpida y marcada y ese culo redondeado que era tan imponente como sus grues