Siempre tuve todo lo que quise, era rica, bellísima, popular y todo lo que deseaba para mi vida, era convertirme en una exitosa mujer, que compartiera su vida con un atractivo y acaudalado marido, viviendo en una enorme y elegante casa, con quizás, máximo, un par de hijos. Porque eso de los niños, no se me daba muy bien.
Sin embargo, allí estaba yo, con treinta y tres años, viviendo en casa de mis padres, recién divorciada en no muy buenos términos, con una empresa que debía dirigir y que comenzaba a salirse de mis manos.
Pues aunque conocía todo el funcionamiento de G&G, el conglomerado de modas que pertenecía a mi familia, nunca antes había hecho trabajo de oficina, porque lo mío, siempre fue modelar, en eso, siempre me había desempeñado.
Y nunca esperé tener que encargarme de una de las sedes de la empresa, claro, sabía que al casarme, mis padres me la heredarían, pero era mi esposo quien se hacía cargo de ella como el presidente. Ahora que estaba divorciada, me tocó a mí, asumir el puesto de presidenta.
Y sin la debida experiencia, la sede de la empresa G&G de España, se me estaba yendo al caño.
Luego de la incómoda visita de mi madre a mi habitación, me senté frente a la peinadora y comencé a cepillarme el cabello, pensando en Alex y en mi hermana Ava.
A diferencia de mí, Ava tenía un atractivo marido, romántico y adinerado, un hombre que evidentemente la amaba y que, además, la ayudaba en la empresa. No solo eso, ella misma se había convertido en una exitosa empresaria, con sus ideas y diseños, había llevado la sede principal de G&G, hasta lo más alto, convirtiéndola en una de las principales del país.
Suspiré frustrada, mis ojos se llenaron de lágrimas, ¿Cómo había sucedido esto? ¿Cómo es que mi hermana, la gorda, lo tenía todo y era exitosa, mientras que yo, lo perdía? No se suponía que fuese así, yo siempre había conseguido lo que quería y ahora, todo se escapaba de mis manos… Mi vida era un completo desastre y yo, me sentía como una fracasada.
La envidiaba… Envidiaba profundamente a Ava, y no solo era por su exitosa vida actual, sino también por muchas otras circunstancias de nuestro pasado.
Me miré en el espejo fijamente, debido al largo viaje que había hecho, tenía unas enormes bolsas bajo los ojos, lo que acentuaban más las pequeñas arrugas que comenzaban a salir en la línea baja de mis pestañas.
Cerré mis ojos, no quería ver eso, no quería preocuparme por eso, el ver esas pequeñas arrugas y bolsas, me mortificaba, me hacía sentir que la vida se me estaba pasando y que no había logrado nada. Me levanté de golpe de mi asiento y me fui a bañar, «Mañana agendaré una cita en la estética, que ellos se encarguen de eso» resolví, cansada, y luego de una larga ducha, me fui a acostar.
Llegue bastante temprano al exclusivo hotel en el que me solía alojar cuando llegaba a España, apenas me dio tiempo para dejar las maletas, me maquille un poco los estragos que el cansancio y el vuelo habían ocasionado en mi rostro, y salí de inmediato hacia la empresa, sin saber todavía, qué clase de problemas me esperaban en la oficina.
Mis tacones resonaron por todo el piso pulido, con mi llegada, todos parecían haber enmudecido, en cambio, se escuchaban los rápidos pasos de los empleados, correteando a sus puestos de trabajo y algo más alejados, algunos murmullos.
No voltee para ver quién hablaba, me daba exactamente igual. Ya sabía los que decían: había llegado la perr@.
¿Por qué el mundo era así? Quiero decir, sí, algunas veces yo me podía comportar como una perr@, pero tampoco es que era tan despiadada en el trabajo.
Parecía haber una idea en la sociedad, de que, cuando es un hombre el jefe y se comporta mandón, recto y severo, todos lo llaman exigente, sin embargo, cuando se trata de una mujer… Cuando es una mujer la jefa y posee esas mismas cualidades: mandona, recta y severa, todos la llaman una perr@.
Daba igual, yo solamente iba para hacer mi trabajo, aunque no me estuviera saliendo como esperaba.
Llegué a mi oficina y de inmediato, llamé a mi asistente, Gina, una muchacha muy linda, aunque algo despistada. Ella entró en la oficina trastabillando, muy nerviosa.
— ¿Si…? ¿Señora Golf?.
— Muy bien, Gina, según tengo entendido, la empresa es un desastre y se está cayendo a pedazos, eso fue lo que me dijeron… — Comenté con sarcasmo. — Así que… ¿Podrías hacer tu trabajo y ponerme al día?.
— ¿Señora?. — Preguntó ella confundida.
Inhale profundo, intentando llenarme de paciencia, no había dormido bien por el viaje, eso me traía con dolor de cabeza y de muy mal humor.
— ¡¿Qué me digas qué carajos está pasando?!. — Vocifere golpeando el escritorio, provocando que ella pegara un pequeño salto. — Llamaron a mi casa solicitándome con urgencia, ¡¿Por qué?!.
— ¡Ah! Yo… Es que… Señora… — Tartamudeo ella, abriendo la agenda que traía entre las manos, al tiempo que yo volvía a inhalar profundamente. — Lo que pasa es que, nos llamaron de la importadora de telas para informarnos que el pedido estaba listo.
— Gina, podrás llamarme loca, pero ¿Qué tiene eso de malo? ¿No sé supone que sea bueno?. — Volví a llenarme de sarcasmo.
— Sí, señora… Digo, ¡No! Es que… — Arrugue el entrecejo ante sus palabras. — Hubo un error con el pedido.
— ¡¿Qué?! Pues si hubo un error con el pedido, ellos deberían hacerse responsables, ¿No?. — Pregunté elevando una ceja.
— Eh… No, señora, el error fue nuestro…
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo que nuestro?!. — Me levanté de un golpe de mi asiento, Gina retrocedió nerviosa. — Gina, ¿Verificaste el pedido?.
— Sí, señora. — Ella asintió varias veces y noté como sus ojos comenzaron a enrojecerse. ¡¿Acaso ella iba a llorar?! ¡Cómo detestaba eso!.
— Entonces, ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuál fue el error?. — Pregunté intentando tranquilizarme, no quería provocar una escena.
— No… No lo sé… Pero cuando pasé el pedido aprobado al departamento de diseño, ellos me dijeron que estaba erróneo, que esas no eran las telas que necesitaban… Yo no lo entiendo, señora… Yo tomé la lista como usted me dijo… Se había caído de su escritorio y…
— ¿Qué?. — La interrumpí confundida.
— Sí, usted me dijo que me dejaría la lista en el escritorio, pero estaba tirada en el piso y yo…
Comencé a revolver entre algunos papeles que estaban sobre mi escritorio y bajo unas órdenes de insumos, estaba la lista de telas que le había dejado a Gina.
— ¿Te refieres a esta lista?. — Levanté el papel, provocando que Gina abriera los ojos de par en par.
— Se… Señora… Yo lo vi, en el piso…
— Gina… — La interrumpí, cerrando mis ojos, masajeando mi frente con cansancio e inspirando pesadamente. — Esa fue la lista preliminar, antes de que todos los diseñadores confirmaran las telas…
— ¡Oh, no!. — Musitó ella y sus ojos se llenaron de lágrimas.
— Y se suponía que la había tirado en la papelera… — Murmuré tirándome en mi asiento.
Esto era un desastre, teníamos los desfiles encima, debíamos presentar una línea de ropa y no había telas, bueno, si las había, solo que no eran las correctas.
— Señora… Señora Golf… Lo lamento… Yo… Yo no quería… — Empezó a sollozar Gina, mientras yo solo la ignoraba, tenía que pensar, debía concentrarme, ¿Qué era lo que iba a hacer?.
— ¡Ya basta, Gina!. — Vocifere, ceñuda, con autoridad, ella se calló instantáneamente.
Sí, ella se había equivocado, pero yo también, debí fijarme en si había tirado el papel en la basura y debí entregarle la lista final a Gina en sus manos. «¿Por qué todo se empeña en salirme mal?» Sopese, levantando la vista, hacia el techo.
Pero el error ya estaba hecho y ahora, debía enfocarme en solucionar.
— Ahora toma nota… — Ella asintió, limpiándose las lágrimas y abrió su agenda. — Llama a la importadora, diles que nosotros asumimos la responsabilidad del error, pero necesitamos que nos cambien el pedido de telas de inmediato…
— Sí, señora… — Ella se fue a voltear, cuando mi voz la detuvo.
— Y Gina… Llama a recursos humanos, diles que llamen a los mejores candidatos que tengan para postularse como mi asistente, quiero entrevistarlos esta misma tarde. — La expresión triste de Gina, se transformó en una de horror e inclusive se puso algo pálida.
— Señora Golf… No me vaya a despedir… Por favor… Necesito el empleo… Por favor… — Las lágrimas se reanudaron.
— ¡Gina!. — La llamé para que se callara. — ¡No he dicho que te vaya a despedir, pero si no haces lo que te digo ahora mismo, si lo haré!. — Levanté la voz con autoridad, ella solo asintió y corrió hacia la salida.
No pensaba despedirla y tampoco degradarla de nivel, sabía que ella necesitaba el empleo y generalmente ella hacía su trabajo bien, pero hacía pocos meses había dado a luz a su primer hijo y desde entonces, parecía algo despistada.
Pero definitivamente, yo necesitaba una segunda asistente.
*
Había pasado la tarde entrevistando a varias mujeres y no había encontrado a una persona con las capacidades que necesitaba.
Quería a una asistente que ya tuviera alguna experiencia en el área de presidencia de alguna importante empresa, aunque sea como secretaria o auxiliar, necesitaba a una persona que me sirviera de apoyo y de base para dirigir la empresa, pero mi búsqueda se había hecho infructuosa.
Tendría que pedirles a recursos humanos que hicieran un nuevo anuncio de empleo, lo que les tomaría algún tiempo, para reunir a nuevos candidatos.
Recogía mis cosas para retirarme por ese día, sentía que mi cabeza iba a explotar y necesitaba descansar, me levantaba de mi asiento, cuando un toque en la puerta me detuvo.
— ¡Adelante!. — Invité a pasar, pensando que se trataría de Gina con noticias de la empresa importadora.
Un hombre que estaba segura de que no había visto antes, entró, aunque sí se me hacía algo familiar, quizás por alguna característica física. Bueno, eso no importaba, el sujeto, que iba vestido muy elegante con una expresión muy seria, se acercó al escritorio, extendiendo su mano para presentarse.
— Mucho gusto, señora Golf… Mi nombre es Lucas Black. — Murmuró apretando mi mano.
— Un gusto, señor Black. — Lo detallé con curiosidad. — ¿En qué le puedo ayudar?.
El sujeto era simpático, supongo que esa palabra lo describiría muy bien, porque no tenía un atractivo físico extraordinario o una característica particular, excepto porque era alto, creo que solo en eso destacaba, su altura.
— Disculpe, me dijeron que era usted quien estaba haciendo las entrevistas para un puesto de trabajo. — Aclaró él, con voz ronca.
— ¡Ah! Mmmm, bien… — Volví a tomar asiento. — Sí, disculpe, pensé que ya había terminado, ¿Se había postulado usted antes para un puesto como asistente?. — Pregunté extrañada, invitándolo con un gesto a tomar asiento, era el primer hombre al que había entrevistado.
— No, de hecho, me había postulado para un puesto de gerencia, pero le indiqué a recursos humanos que estaba abierto a otras opciones. — Explicó, manteniendo esa expresión ceñuda.
— Entiendo… — Me aclaré la garganta, me sentía extraña, ¿Sería por entrevistar a un hombre para que fuera mi asistente?. — ¿Podría entregarme su expediente?. — Extendí mi mano y él me entregó una pesada carpeta.
La abrí y empecé por leer los datos académicos, me quedé sorprendida, ese hombre había estudiado en los mejores colegios de ¿París? ¿Él era de París? Sí, de eso no había duda, inclusive llegó a estudiar en uno de los colegios en los que yo misma estudié.
Además, había estado en una importante universidad, graduado con excelentes calificaciones, también había hecho algunas maestrías en gerencia y comercio, impresionante, justo lo que necesitaba. ¡Finalmente, la vida me estaba dando una pequeña mano!, volví a levantar la vista al techo con regocijo.
Emocionada, indague un poco en la sección de empleos anteriores… Y me topé con una sorpresa mayor.