Alex subió al ascensor tomado de la mano de la señora Roxanne. Santiago con la voz temblorosa y los ojos enrojecidos, suspendió la reunión, y enseguida invitó a Angélica a su oficina de él. La joven venezolana miró el lujo de esa habitación mientras el pequeño Álex estos años había vivido en un humilde albergue. Angélica se sentó frente a él. Santiago no sabía ni por dónde empezar, ni qué preguntar, todo eso era tan inesperado. —¿Por qué no me dijo? ¿Por qué no me buscó? —cuestionó llevándose ambas manos al cabello—. Yo tenía derecho a saber de la existencia del niño —expresó él respirando con dificultad. Angélica resopló molesta. —Tú sí que no tienes sangre a la cara ¿Cómo te iba a buscar después de todo lo que le dijiste? ¿Le hubieras creído que el niño era tuyo? —cuestionó mirando