Era un hermoso día. En su sueño, además de la cervecería, Elena tuvo otro negocio que, en la fecha de su muerte no pudo completar y que permaneció en sus cuadernos lleno de brillantes colores y llamativos anuncios publicitarios. Una tienda de caramelos. Observar el proceso era sorpresivamente satisfactorio, el artesano de dulces que la buscó calentaba el azúcar y la moldeaba en una mesa hasta darle la forma deseada, después estiraba el caramelo y lo convertía en una flor. Era un trabajo admirable y agradable a la vista, Elena podía pasar todo el día observando la gama de colores y la forma de los dulces, y al finalizar la experiencia siempre podía tomar uno y degustarlo para una, “prueba de calidad” En palabras de Pamela, su verdadera razón para comerciar con dulces era la ausencia de