Cristián consideró golpear al hombre que claramente no sabía de lo que hablaba cuando recordó que Amelia no era la única mujer viviendo en la mansión, su nodriza Greta la cuidaba y había otras cuatro mujeres entre la servidumbre, cualquiera de ellas podía morirse mil veces en tanto Amelia estuviera bien. Los observadores fueron apartados y él caminó por la calle para asomarse. – Mi lord – dijo Greta casi gritando lo que ocasionó que todos voltearan a verlo, ella se abrió paso entre el alboroto que causó – la señora – dijo entre lágrimas. La esperanza que tan fútilmente Cristián había conseguido se perdió y sujetó los brazos de Greta con fuerza – ¿dónde está?, ¿qué fue lo que le ocurrió? – Dijo, ¡lord! – exclamó uno de los observadores. – Ya decía yo que era demasiado hermosa para ser