En el estudio de Elena y llorando sobre el sillón, estaba Erin Stone. La jovencita de hermosas mejillas que actuaba como adulta siempre que estaba en presencia de otros, derramaba lágrimas amargamente y usaba un pañuelo para limpiarse. Elena frunció el ceño preguntándose sí en algún lugar que ella no podía ver se encontraba un letrero apuntando a su tienda de lámparas donde se leía, ¡lugar para llorar sus penas!, y resopló – sí no me dices algo que tenga sentido llamaré a Pamela. – No – casi gritó Erin y se mordió el labio inferior – tía, por favor no la llames. Elena soltó el teléfono – dime qué te ocurre. No era fácil convertir los pensamientos en palabras y aceptar la tormentosa realidad era aún peor – vi al marqués entrar al teatro, estaba – presionó los párpados dejando que las l