– Tiene trece años, debería ser bastante madura. Elena no sabía si sufría renuencia a la pasta de dientes o si le molestaba el sabor, pero siempre que se cepillaba, pensaba en voz alta. – Y yo no pedí ser su madrastra – escupió. Si la vida le hubiera pedido opinión, ella de inmediato diría que Amelia Lawrence merecía morir mil veces, pero de preferencia, esas mil muertes debían ocurrir en su imaginación y no en el mundo real, porque Amelia era la clase de mujer que causaba problemas tanto viva como muerta. – Yo quería que su madre se salvara y cuidara de esa mocosa por el resto de su miserable vida y que lo hiciera muy lejos de mí. Se enjuagó la boca y se secó con un pañuelo. El mejor escenario después de despertar de aquel sueño era que Amelia sobreviviera y cuidara de su mocosa des