IRIS
—¡Jen, nos vas a dar las uvas! —grito desde el salón.
Dos horas. Llevo dos horas esperando a que se bañe, se vista, peine y maquille. En momentos como estos entiendo las quejas de Isan.
—No tengo culpa de que seas una desesperada —se queja bajando las escaleras.
—Yo tampoco, háblalo con mi madre.
En cuanto esa palabra sale de mi boca un profundo nudo de forma en mi garganta, amenazando con terminar con la calma que llevo semanas manteniendo.
Hace más de veinte días que no sé nada de ella, pero, a pesar de la preocupación que me roba el aliento, no pienso hacer nada más por encontrarla. Aunque me duela admitirlo, no se merece que la busque.
Ser madre es más que habernos parido. Su desaparición no es algo nuevo, no sorprende. Cuando se ve superada por la situación vuelve a
