ojos de fuego

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intro-logo
Blurb

Karl decide retirarse del mundo del espionaje, después de nueve años de esquivar balas y perseguir objetivos peligrosos, es uno de los mejores de la agencia, pero ya es hora de estabilizarse con kira, su novia de la adolescencia. pero, el teniente Sigmund no esta de acuerdo con la decisión de karl, por eso lo obliga a ir a una ultima misión, donde tendrá que ir para rescatar a su amada de una horrible pesadilla, que le hará correr a a cada instante por su vida.

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la misión.
Karl conducía su auto por la oscura carretera, el reloj marcaba cerca de las nueve de la noche. Había planeado una velada romántica con Kira, quien lo esperaba ansiosamente en casa con una cena especial a la luz de las velas. La emoción de la noche se mezclaba con la nostalgia de su despedida de la agencia. Ted y Harold, sus antiguos compañeros, habían organizado una noche de tragos para celebrar su renuncia. Habían compartido risas, anécdotas y recuerdos de sus mejores casos, pero ahora su mente estaba centrada en Kira.De repente, el vibrar de su teléfono rompió el silencio. Activó el manos libres, y la voz ansiosa de su madre resonó en el altavoz.—Karl, cariño, ¿puedes venir a casa?—¿Tiene que ser ahora, madre? ¿Qué sucede?—Es tu padre. Tuvo una crisis, atacó a la enfermera y no sé cómo manejarlo.La preocupación se apoderó de él.—¿Qué hizo papá esta vez? ¿Y por qué una enfermera? Te pedí que fuera un enfermero, madre, necesita a alguien que lo pueda controlar.—Lo siento, fue mi culpa. No presté atención al llenar la solicitud. Ven pronto, por favor.—Bien, dile a la enfermera que aguarde mi llegada y que sea paciente con él.—Es imposible, cariño. Se fue aterrada y llorando. Pobrecita, parece que es nueva y se asustó mucho.Karl suspiró, sintiendo una mezcla de frustración y dolor. Colgó y, con un nudo en el estómago, llamó a Kira.—Cariño, no podré llegar a la cena. Lo siento tanto.—¿Cómo? Amor, no me puedes hacer esto, no es justo.—Es papá, se puso mal. Mamá está sola con él. No tengo otra opción. Te prometo que si resuelvo, volveré hoy mismo.—No, está bien, cariño. Quédate con tu madre. Nos vemos mañana.—¿Segura?—Sí, estaré bien. Te amo. Podemos posponer, ve con tus padres.—Gracias, amor. Yo te amo mucho más. De verdad lo siento.Al cabo de unos minutos, Karl estacionó frente a la casa de sus padres. Al entrar, se encontró con su padre, lanzando objetos por la sala y gritando insultos. La escena era caótica; su corazón se aceleró. Con paciencia y determinación, logró calmarlo y convencerlo de que tomara unas pastillas para dormir. Su madre, visiblemente agotada y nerviosa, le agradeció con un susurro. Karl decidió quedarse con ella esa noche.Más tarde, intentó llamar a Kira, pero ya eran casi las once y ella no contestaba. Insistió una vez más, pero la línea permaneció en silencio. Sin darle importancia, pensó que probablemente se había dormido y no quería despertarla. Así que, agotado, se dejó llevar por el sueño.A la mañana siguiente, Karl se despertó con la mente nublada. Llamó a la clínica para disculparse con la enfermera y acordar el p**o por los servicios. También pidió que le enviaran un enfermero que pudiera controlar a su padre en futuras crisis. Después de eso, se dirigió a casa, deseando desayunar con Kira antes de salir a buscar un nuevo trabajo, algo más normal y menos lleno de adrenalina.Al llegar, saludó a su novia, pero no obtuvo respuesta. Dejó las llaves sobre el mesón y subió las escaleras. Kira no estaba en la habitación, ni en el baño, ni en ninguna de las otras habitaciones. La ansiedad comenzó a invadirlo. Tal vez había dejado una nota en la puerta del refrigerador. Mientras caminaba hacia allí, su corazón se detuvo al escuchar su teléfono sonar dentro de la casa. Una señal alarmante. Kira nunca dejaría su teléfono atrás.Su pulso se aceleró mientras miraba la puerta del refrigerador y encontró una nota que decía: "Tu próxima misión es..." En ese instante, su teléfono sonó nuevamente.—Hola, Karl. ¿Creíste que te librarías así de mí?—¿Qué le hiciste? —preguntó, intentando mantener la calma, pero la desesperación comenzaba a asomarse en su voz.—Ella está bien, por ahora. Recuerdas la misión de la que te hablé, ¿la isla de Zipora? La envié allí. Tu misión es ir hasta allí, descubrir quién es el responsable del virus que está acabando con la isla, destruir el laboratorio y traer aquí a los responsables junto con el antídoto.Karl sintió una punzada de horror. Insultó a su antiguo jefe, su voz llena de rabia.—¿Estás loco? ¿La mandaste a ese lugar? ¿Crees que sobrevivirá sin ayuda?—Tranquilo, Karl. Un agente está con ella. Ve y cumple tu misión. Sé que puedes.Colgó, furioso. Comenzó a dar vueltas en la cocina, pasándose las manos por la cara, consciente de que no podía perder tiempo. Subió las escaleras a toda prisa, llenó un bolso con ropa de ambos y otro con provisiones. Sabía que estaba desarmado, pero confiaba en que le proporcionarían armas antes de ser dejado en la isla.Una hora más tarde, llegó a la agencia. Apenas bajó del auto, corrió hacia la oficina de Sigmund. Abrió la puerta sin tocar y lo encontró sentado tras su escritorio, con una expresión que le provocó aún más rabia. Respiró hondo y se acercó rápidamente, lanzándole un puñetazo en la mandíbula. Sigmund se llevó la mano a la quijada y se levantó, mientras sus hombres lo sujetaban y lo empujaban contra la pared. Sigmund hizo una señal para que lo liberaran, suspiró satisfecho y esbozó una sonrisa mordaz.—Por eso sé que eres el hombre, Karl. Atrevido y valiente... Esta te la pasaré por alto. Si quieres a la chica con vida, es mejor que no pierdas tiempo golpeando a tus superiores. Ben, llévatelo.Ben, uno de los agentes, miró a Karl y le hizo una señal para que lo siguiera. Karl suspiró y lo obedeció, no sin antes lanzar una última mirada a Sigmund, apretando los puños con fuerza. Si las miradas pudieran matar, ese sería su último día.Arriba, en la azotea, un helicóptero esperaba a Karl. La fuerte brisa sacudía cada fibra de su ser. Ben subió al helicóptero tras él y, una vez en el aire, lo miró con pesar.—¡REGRESA CON VIDA, KARL! —le gritó, más como una súplica. Karl lo miró, respiró hondo y no respondió. Ahora, todo lo que ocupaba su mente era Kira.—¿Es el armamento? —preguntó Karl, señalando con un movimiento de cabeza un bolso en el piso. Luego volvió a mirar a Ben y rió sarcástico.—Sabes que no uso cualquier arma.—¡Las flechas están detrás de ti! —le gritó Ben. Karl se giró y vio el arco y las flechas. —¡En el bolso tienes máscaras, granadas, paralizantes y todo lo que te hará falta!Karl respiró hondo. Ben le indicó que debía colocarse el paracaídas. Se levantó y Ben lo ayudó a ponérselo.—¡Estarás bien, lo sé! Eres el mejor. La mitad de la isla está contaminada. El virus no entrará en tu organismo a menos que te quites la máscara. Verás dónde está el virus porque habrá una capa de gas rojo en el aire, y Karl, esas cosas no te contaminarán... ¡pero te matarán si lo permites! —Karl frunció el ceño, consciente de que no temía por sí mismo, sino por Kira.—¡Es hora! —gritó el piloto. Karl caminó hacia la escotilla, con Ben siguiéndolo. El helicóptero se suspendió sobre un terreno boscoso, limitado por un claro. Era de ese lado donde saltaría Karl.—A la cuenta de 1... 2... —Karl se lanzó sin esperar más. —¡Ese es mi hombre! —gritó Ben. El helicóptero se giró, alejándose, mientras Karl caía en el aire, su corazón palpitando desenfrenado por la adrenalina. La brisa lo llevaba como si fuera una hoja arrastrada por el viento, pero de repente perdió altura rápidamente.Era hora de abrir su paracaídas, lo cual hizo sin mayor problema. Después de un rato, sus pies chocaron con fuerza contra el suelo, y la velocidad de la caída lo llevó unos metros más allá del impacto. Se levantó, deshaciéndose del paracaídas, y adoptó inmediatamente una posición de alerta, girando la cabeza en todas direcciones. Aparentemente, el lugar estaba desierto. Miró el helicóptero alejarse, respirando aliviado al ver caer los bolsos con las provisiones. El paracaídas que los bajaba en el aire aterrizó en el bosque, a unos cien metros de él. Debía ir por esos bolsos.Inspeccionó visualmente la zona, observó el horizonte y se preparó para correr. Tenía que ir rápidamente por las armas y las provisiones. Tomó aire y corrió, tan veloz como una flecha. Se sumergió entre las sombras del bosque, buscando en lo alto, hasta que vio el paracaídas con sus cosas. Se preparó para subir al árbol, cuando un fuerte ruido lo disuadió de su objetivo. Algo muy grande corría hacia él.Karl se dio cuenta de lo que era: un enorme rinoceronte que avanzaba en su dirección, como si lo persiguiera. Cada vez estaba más cerca, el animal parecía pesar mil kilos, y sus patas retumbaban con fuerza en el suelo con cada pisada. Sus ojos eran como bolas de fuego. Sin tiempo para pensar, Karl comprendió que debía correr. Corrió en dirección contraria, intentando ser lo más veloz posible. Su corazón se desbocaba, pero trató de no ceder al temor. Sabía que le esperaban muchas carreras como esa.Corrió lo que le pareció una eternidad, oyendo las pesadas pisadas cada vez más cerca, casi podía escuchar la agitada respiración del animal detrás de él. Al llegar al otro extremo, donde se interponían enormes árboles, cobró impulso y, con dos saltos, logró aferrarse a unas ramas. Observó cómo su perseguidor seguía de largo y chocaba con fuerza contra un árbol, cayendo al suelo al instante y soltando fuertes chillidos. Karl lo observó revolcarse unos minutos hasta que dejó de moverse. Entonces, esperó un momento y finalmente decidió bajar del árbol.Se acercó al enorme animal, cauteloso y con el corazón latiendo con fuerza. Se acercó lo suficiente para constatar que no respiraba. Sus ojos aún estaban abiertos, y al tocar su barriga, notó que ardía en calentura. Negó con la cabeza. Debía ir por las armas, no podía perder más tiempo. Corrió de nuevo hacia el otro extremo, finalmente llegó y subió al árbol. Se sentó sobre una rama mientras soltaba sus cosas. El paracaídas caía y él preparaba su arco y flechas. Respiró hondo, recostado del tronco desde lo alto de una rama. Miró al cielo; debía rezar, definitivamente lo iba a necesitar. Esto apenas comenzaba.Luego, hizo un análisis mental de lo que enfrentaría. Sabía que no sería nada fácil; ninguna de sus misiones anteriores se comparaba con enfrentar un gas letal que llenaba de ira a sus víctimas, haciéndolas atacar todo a su paso y muriendo horas después. Decidió que era el momento de irse. Subió un poco más en el árbol, tratando de ubicar su posición. Todo era un caos al oeste; la espesa nube roja indicaba que esa zona estaba infectada y era un peligro inminente. Observó con atención: a lo lejos, todo estaba en ruinas. Debía saber por dónde empezar a buscar a Kira. Le tranquilizaba un poco que un agente la acompañara, pero hasta el momento no tenía noticias. Solo debía esperar que la agencia lo contactara para darle más indicaciones.Karl se armó con las flechas y el arco, y se colocó toda la artillería que pudo. Al atardecer, debía salir pronto del bosque. Se bajó del árbol, inspeccionando los alrededores con cautela, y luego caminó hacia el este en busca de una carretera. Necesitaba un auto para moverse más rápido. Algunos ruidos lo alertaron, pero resultaron ser falsas alarmas: un ciervo rebuscando entre las hojas o un águila posándose en alguna rama. El bosque estaba habitado, y poco a poco el gritar de los chimpancés se hizo notar. Afortunadamente, no estaban contaminados, pero tal vez faltaba poco para eso.Karl caminaba con su arco en la mano, sigiloso pero constante, seguro de su objetivo. Poco a poco, salió de la oscuridad del bosque. A unos cien metros, visualizó una carretera. Parecía solitaria. Se detuvo un momento; cualquier arbusto podía ser el escondite perfecto para un depredador. Una manada de rinocerontes venía en su dirección. Karl se apartó, pero rápidamente notó que no parecían furiosos, solo asustados. Uno de ellos se detuvo, lo miró y resopló. "Están limpios", pensó Karl. Luego, el pesado animal se alejó rápidamente tras los otros.Karl llegó hasta la carretera. Por más que quisiera buscar a Kira, debía esperar que Sigmund lo contactara. Necesitaba un hotel, descansar y pensar en sus próximos movimientos. Sin embargo, algo le preocupaba: había algunos autos abandonados. ¿Por qué? Eso solo podía significar que había algún peligro al acecho, que tal vez los mismos que los conducían estaban contaminados o habían sido atacados.Karl caminó hacia los autos, necesitaba comprobar que alguno funcionara. Uno de ellos parecía estar en buenas condiciones. Sí, era el indicado. Subió a él, aún tenía las llaves puestas. Pasó la llave y el auto encendió. Sintió alivio y condujo hacia el este, lejos de la nube roja, en busca de un lugar donde descansar un poco. Pero una respiración profunda dentro del auto lo hizo frenar. Debió haber revisado el asiento trasero.Karl giró de inmediato hacia la parte trasera y se encontró con unos expresivos ojos verdes que lo miraban con temor. Una pequeña niña de unos seis años estaba sentada detrás, abrazándose a sí misma. Karl frunció el ceño, sintiendo que la situación se complicaba aún más. Si la dejaba ahí, ¿qué pasaría con ella? Si la llevaba consigo, sería un obstáculo en su misión. La niña comenzó a gritar.—No, no, no grites. Estarás bien, no te haré daño. Soy de los buenos, soy de los buenos —dijo, intentando calmarla. Ella lo miró temblorosa.—¿Dónde están tus padres? —preguntó. La niña cerró los ojos, aterrorizada.—Son malos, me escondí aquí. Querían golpearme, se golpeaban entre ellos.Karl entendió. Estaban infectados, seguro ella también lo estaba.—¿Te duele la cabeza? ¿Te duele algo? —Ella negó con la cabeza. —Te llevaré con alguien que te cuide, ¿bien? —dijo, encendiendo el auto y poniéndolo en marcha.Llegó a una estación de policía, pero todos estaban afuera atendiendo llamadas y poniendo barricadas en las autopistas.—Tendría que cuidarla usted —le sugirió el alguacil. Karl decidió buscar un hotel, tal vez allí conseguiría a alguien que quisiera cuidar a la pequeña.—¿Tienes hambre? —le preguntó. Ella asintió. Entonces, paró en una tienda y compró galletas, leche y caramelos. Desde la tienda, miró a la niña sentada en el auto.—¿Crees que el virus llegará hasta aquí? —le preguntó el joven tras la barra.—Tal vez —dijo Karl, observando la expresión de pánico en su rostro.—Deberías tener cuidado —continuó el joven. Karl salió de allí y subió al auto, entregando las galletas y la leche a la pequeña. Ella comió ansiosamente. La niña miraba los caramelos al lado del asiento de Karl.—¿Quieres? Tómalo —dijo él. Ella los tomó y comió mientras miraba por la ventanilla.—¿Cómo te llamas? —le preguntó.—Sara —dijo ella. Karl sonrió.—Soy Karl. —Ella asintió tímida.Poco después, Karl consiguió un hotel. Pidió una habitación y preguntó si había alguien que pudiera cuidar a la niña mientras la policía se encargaba. Pero Sara no quería separarse de él, tenía miedo. Karl intentó dejarla con el administrador, quien le dijo que su hermana podría atenderla, pero la pequeña no quería despegarse de él. Sin más remedio, Karl la llevó consigo. "Gran lío en el que me metí", pensó.Se acomodó en la habitación, colocando los bolsos sobre la cama, además de su arco y flechas, revisando lo que la agencia le había permitido traer para protegerse. Karl suspiró y miró a un lado de la cama a la pequeña Sara. Ella le sonrió tiernamente.—Saldré un momento, ¿estarás bien? —Ella mordió su labio y luego asintió. Antes, Karl guardó sus armamentos en un lugar seguro.Poco después, volvió con unas raciones de pollo, papas y vegetales. Además de dos gaseosas; tuvo que recorrer mucho para conseguir un lugar abierto. El virus, al parecer no ataca con totalidad esa zona. Más tarde Karl dormía en el sofá, sumido en un sueño inquieto. Un ruido repentino lo despertó. Miró hacia la cama y notó que Sara no estaba. Frunció el ceño y se levantó, afinando el oído. El sonido provenía del baño. Caminó hacia allí, y al intentar abrir la puerta, se dio cuenta de que estaba cerrada. Escuchó a la pequeña tosiendo. —¡Sara! —llamó, pero no obtuvo respuesta. Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de golpe. La imagen que vio le heló la sangre: Sara estaba arrodillada frente al inodoro, vomitando. Corrió hacia ella. —Nena, ¿qué sucede? —preguntó, preocupado. Sara giró su rostro hacia él y gritó, un grito desgarrador que resonó en la habitación. Karl retrocedió, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Los ojos de la niña estaban inyectados en sangre, y de repente, como si algo oscuro hubiera tomado posesión de ella, comenzó a gritar de nuevo, apretando los dientes y emitiendo sonidos escalofriantes. Sin previo aviso, corrió hacia Karl, quien se preparó para sostenerla. La pequeña lo mordió con fuerza en el brazo, y la sangre fluyó rápidamente. Karl, atrapado entre la confusión y el instinto de protección, la arrojó sobre la cama. Pero ella saltó de nuevo hacia él, golpeando su cabeza contra la suya mientras seguía gritando. La situación se tornó caótica; la niña luchaba por morderlo de nuevo, y él intentaba esquivar cada ataque, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de él. En ese momento, el administrador entró en la habitación, preparado con un revólver, creyendo que Karl era un pedófilo. Al ver la escena, su expresión de determinación se transformó en alarma. —¡Es una de esas cosas! —gritó el administrador, apuntando su arma hacia Sara. Karl levantó las manos en señal de calma. —¡Aguarda! —dijo, intentando mantener la voz firme. Corrió hacia la niña, la tomó con cuidado y sacó sus esposas para sujetarla a la cama, evitando que se lastimara a sí misma o a ellos. Una vez que la tuvo asegurada, se inclinó, tomando aire, y miró su brazo, aún sangrando, mientras Sara seguía gritando y mordiéndose. De repente, un disparo resonó en la habitación. Karl se volvió hacia el administrador, quien había disparado a la pequeña. La incredulidad lo invadió. —¡Era un monstruo! —exclamó el administrador, acercándose al cuerpo sin vida de Sara. —¡Solo era una niña! —protestó Karl, su voz temblando de rabia y dolor. —No lo era. Si quieres sobrevivir, tienes que dejar de verlos como niños —dijo el administrador, moviendo el cuerpo para comprobar que estaba muerto. Karl no podía creer lo que estaba sucediendo. Respiró hondo, sentándose en una esquina de la cama, asimilando la terrible realidad. —¿Quién me dice que tú no eres uno de ellos? —dijo el administrador, apuntándolo con el revólver. —No tengo nada que ver con ella, lo juro, la encontré en la carretera —respondió Karl, levantándose lentamente. —¿Cómo sé que es cierto? —Tienes que confiar en mí —dijo Karl, intentando acercarse, pero el administrador lo miraba con desconfianza, quitando el seguro del arma. En un instante de lucidez, Karl miró detrás del administrador. Este dudó, y en ese segundo, Karl giró rápidamente, desarmándolo y arrojando el arma sobre la cama. El administrador salió corriendo de la habitación, temeroso. Karl miró a la niña una vez más, sintiendo una profunda tristeza. Luego, corrió por sus cosas, salió de la habitación con cautela y decidió buscar otro hotel. Horas después, se encontraba descansando sobre una cálida cama . Encendió la televisión y vio las noticias: "El letal virus se ha extendido por... Tres distritos han sido afectados. Tenga cautela al salir a las calles; los contaminados son muy agresivos. El virus solo le afectará si usted se expone al gas rojo. Los distritos mencionados han sido puestos en cuarentena." Karl suspiró, mirando su reloj de muñeca. Eran las once de la noche. Se levantó y miró por el ventanal del hotel; todo parecía tranquilo. De repente, su celular sonó. "¿Sí?" respondió. "¿Karl?" "Si, claro, soy Karl ...¿Cómo está Kira?"" "Ella está bien. Recuerda tu misión, Karl. Investiga quién está detrás de la elaboración del virus. Es un arma letal, debes detenerlo antes de que decidan usarlo en ciudades más grandes. Sería un duro golpe, sé que lo harás, confio en ti más que en nadie" "No sin antes saber dónde está Kira. Necesito hablar con ella" "Mañana haré que Frank te llame y te la ponga. Tienes que darme algo Karl, y yo te daré a cambio. Sé que si tienes a la chica, saldrás huyendo. Así no es el juego" "¡Eres un maldito bastardo, ¿lo sabes?!" gritó Karl, sintiendo cómo la ira se apoderaba de él. Una risa cínica resonó al otro lado de la línea.

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